La Jornada viernes 30 de abril de 1999

Jean Meyer
Abril en Moscú

Fin de invierno. Todos esperan con ansia el fin de la semana para salir de la ciudad e ir a la ``dacha''. Con todo y su nombre que suena acomodado, la ``dacha'' puede ser nomás una parcelita. Lo importante es reencontrarse con la tierra después de seis meses de nieve y hielo. Vamos a trabajar el huerto que dará frutas y verduras a la familia. En cada esquina venden semillas y plantitas; el viernes en la tarde, en el metro todo el mundo carga su precioso bultito.

Hay prisa, el calendario no espera. A mediados de abril las hierbas abren la temporada: perejil, cilantro, eneldo; por el 25 de abril le toca a las cebollas y zanahorias y en los primeros días de mayo plantan la papa.

Recuerdo cuando el presidente Boris Yeltsin convocó a la prensa en el Kremlin para, en medio de una declaración política, decir con orgullo que acababa de plantar sus papas ya que empezaban a germinar.

En abril y mayo los periódicos tienen una columna muy leída, la de los jardines. Las telenovelas latinoamericanas han tenido tal éxito que un gran diario moscovita cambió el título de su columna Sad i ogorod (huerto y huerta) por Maya Fazanda (¡Brasil, Brasil!).

Así es, desde siempre, abril en Moscú. La diferencia, en 1999, la hace la guerra del Kosovo.

Los bombardeos de la OTAN han volteado la vieja relación de amor-odio que une Rusia a Estados Unidos.

Hace tres meses 67 por ciento de los rusos tenía una idea positiva de Estados Unidos, y 23 por ciento una opinión negativa. Un sondeo muy reciente menciona 39 por ciento positivo y 49 por ciento negativo.

Cada día hay una manifestación frente a la embajada americana y es un buen negocio para las viejitas que compran huevos en la tienda y los venden, con su normal beneficio, a los manifestantes encantados de recibir tal parque. Los ``halcones'' (las juventudes del Zhrinovski) se alistan para ir a combatir en Serbia y los comunistas se alegran de que el Liman, nave-espía rusa, esté en el Adriático, cerca del portaviones Roosevelt, contando los aviones que despegan.

El diario Nezavisimaya Gaceta anuncia que el 24 de marzo de 1999 fue el inicio del fin para el imperio estadunidense y el principio de la decadencia de Europa.

En los dos últimos años había empezado a florecer una literatura comercial, policiaca y de política-ficción, anti-US. Un ejemplo entre 20: un librito con una portada llamativa; al fondo unos grandes bancos y en las calles, una multitud espantada corriendo como hormiguitas. ``Decenas de millones de personas perdieron todos sus ahorros, otros tantos quebrados reducidos a la miseria'', ``la gente especulaba con los productos, en víspera del desabastecimiento de los supermercados''.

Frente a las puertas cerradas de los bancos, la gente que esperaba salvar algo, se volteó ``a saquear en un día decenas de miles de negocios... los suicidas se contaban por cientos''.

Cajeros automáticos vacíos, hiperinflación, escasez de alimentos, bandidos uniformados, derrumbe del Estado, levantamientos separatistas... ¿En dónde estamos? En Estados Unidos de América, el 14 de abril de 2006. La novela se llama: El derrumbe de América. El castigo, y su autor, Yuri Kozenkov, nos pinta un mundo diferente en el cual, después de la muerte de Yeltsin, Rusia conoce éxitos fenomenales y una de las monedas más estables del mundo. Política-ficción, literatura fantástica.

El autor les profetiza a los estadunidenses el precio que tendrán que pagar por todas sus culpas, más o menos lo que están sufriendo los rusos ahora, después del derrumbe financiero de agosto de 1998. ``Después del martes negro de Wall Street... después del comunicado oficial tejano, el dólar no dejó de caer''. ¿Cuál comunicado? Texas anunció oficialmente su salida de la Unión.

Después de 1991 los rusos esperaban un plan Marshall que nunca llegó. Dicen: ``nosotros disolvimos el Pacto de Varsovia y a cambio la OTAN crece y crece. Varsovia misma pertenece a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. No puede ser''.