Blanche Petrich
Guerrero en el túnel del tiempo

Hay ocasiones en las que la agresión y la muerte se suceden con tanta frecuencia que los hombres dejan de contar a los caídos. Cuando eso le ocurre a una sociedad... cuidado. Son los primeros síntomas de la amnesia colectiva.

¿Asesinatos en tiempo de elecciones en Guerrero? Eso ya no es noticia. ¿Disidentes venadeados? Sea en la Montaña, en la Costa Grande o la Costa Chica, en Los Filos, de ésos ya ni se lleva la cuenta. Hombres que languidecen en sus celdas por años y años sin que el Ministerio Público pueda respaldar su acción punitiva con un juicio mínimamente presentable contrastan, como el día y la noche, con asesinos materiales e intelectuales de grandes masacres, como la de Aguas Blancas, que salen libres después de pasar un tiempecito a la sombra para cubrir algún expediente mal armado.

Pueblos sin ley, así son las comunidades de esa entidad que de vez en cuando sirve de escenario para los grandes encuentros de la élite, los banqueros y los gobernantes, la farándula en su esplendor o los tianguis turísticos.

En estos eventos que se realizan en la vitrina de los hermosos puertos recreativos aparece siempre el gobernante local, pulcro y sonriente en su guayabera. Llámese Figueroa padre, Ruiz Massieu, Figueroa hijo, Aguirre o Juárez, todos ellos llevan la misma marca. Eslabones de la misma cadena que se transmite el poder sin rupturas -quizá algún matiz en el estilo personal- ejerciendo la misma forma de gobernar con la impunidad como divisa.

Detrás del aparador, o debajo de él, está el verdadero Guerrero, éste que ha sido diseccionado en este gran reportaje de Maribel Gutiérrez, en el periodo de un lustro doloroso que va de 1993 a 1998, ``La violencia en Guerrero'', La Jornada Ediciones.

Con la sensibilidad para el detalle y la visión para el análisis de perspectiva, que juntas le dan una gran calidad a su oficio, Maribel registra todo: la fecha y la hora, las circunstancias, los nombres y los apellidos, los oficios y ropa de los hombres, mujeres y niños humildes que protagonizan, como víctimas, la violenta historia de Guerrero.

Junto con el recuento del hecho, de principio a fin, ella da pinceladas que nos llevan a Azoyú, a El Camalote, a Zochistlahuaca, a Tecpan de Galeana o Yerbasantita. Al rostro de una mujer de ojos negros anegados y paliacate rojo que relata el último instante cuando le fue arrebatado el marido. Al espanto de la niña de 14 años que se estaba trenzando cuando de pronto vio su casa invadida de judiciales. Y se la llevaron al río jalándola de las greñas. Al sombrero agujereado por un balazo, que guarda aun en su casa la septuagenaria, reumática y combativa doña Paula, viuda de Aguas Blancas.

Y junto a la pincelada, el entrecomillado preciso, imposible de ser desmentido, que resume el cinismo con el que gobiernan los violentos. Por ejemplo, la explicación que da Figueroa hijo de la matanza de Aguas Blancas a la alcaldesa de Coyuca: ``Pasó lo que le platiqué ayer. Que detuvimos a esa gente. Venían a la guerra y guerra tuvieron''.

Las cuentas de los hechos violentos y actos de represión se van engarzando en este libro y la tensión va creciendo hasta llegar a la mañana del 28 de julio de 1995, después de la lluvia en la sierra de Atoyac, en la brecha lodosa. El relato se detiene justo entre Paso Real y Coyuca de Benítez. El vado de Aguas Blancas.

Y luego continúa. Junto con los 17 campesinos asesinados, hay dos víctimas más: la verdad histórica y la justicia. Precisamente porque la justicia es una baja más en esta guerra es que caminan ya por las calles, libres de toda culpa, 15 policías motorizados involucrados en la matanza, entre ellos su comandante Francisco Sandoval Medina. Y también el ex subprocurador de Justicia Rodolfo Sotomayor, artífice, por órdenes superiores, del operativo de encubrimiento y quien en su momento fue señalado como corresponsable por la Suprema Corte de Justicia.

La suma de hechos documentados en este libro traza el semicírculo de 180 grados que hizo virar la historia de Guerrero, desde la guerra figueroista contra la OCSS de Tepetixtla hasta la matanza de El Charco. Y a la certeza de que grupos guerrilleros, numerosos y desde luego con más armas y una linea más militarista que el EZLN, están ya firmemente implantados en Guerrero. Y que con la línea con la que el gobierno de Ernesto Zedillo pretende desarraigarlos y liquidarlos -``con todo el poder del Estado'', dijo el presidente- hemos retrocedido en el túnel del tiempo. Los años setenta, recreados en ``La Guerra en el Paraíso'' de Carlos Montemayor, han regresado.