Carlos Bonfil
El plan

Tres hombres descubren por azar, en el interior de una avioneta caída en la nieve, una maleta con cuatro millones de dólares. El dilema se plantea de inmediato: reportar el accidente y entregar el dinero a las autoridades, o conservarlo o esconderlo durante todo el invierno para repartirlo en tres partes una vez archivado el asunto. A partir de esta trama sencilla, el realizador Sam Raimi (El despertar del diablo; Darkman, el rostro de la venganza, Rápida y mortal) ofrece un excelente estudio de personajes, un buen manejo del suspenso, y una reflexión sobre la ambición, la culpa, y la espiral de fatalidades que conducen al crimen, a la multiplicación de crímenes, como en una tragedia shakesperiana que se ambientara en los territorios de Fargo (los hermanos Coen asesoraron al director en cuestiones de fotografía e iluminación en la nieve).

En El plan (A simple plan), San Raimi crea una estupenda atmósfera de misterio, a la que contribuye con acierto la música de Danny Elfman (quien también colaboró en Darkman). El retrato de los personajes centrales es inclemente. Hombres ordinarios de un pueblo típico estadunidense, donde la certeza del bienestar se resume en el ideal que expresa Hank Mitchell (Bill Paxton); "Amar a la esposa, tener un trabajo decente, y amigos y vecinos que te aprecien y respeten". El plan describirá paulatinamente el colapso de este ideal. De diversas formas, pero en un impulso siempre incontenible, los personajes de Raimi sucumben a la corrupción moral. Hank, el hombre pusilánime y recto, se transforma, muy a pesar suyo, en multihomicida; su esposa Sarah Bridget Fonda, después de sus primeras reticencias, termina elaborando todo tipo de estrategias para conservar el dinero, y lo hace con el empeño y la sangre fría de una Lady Macbeth; Jacob Mitchell (Billy Bob Thornton), el hermano de Hank, no deja de ventilar en esta historia sus frustraciones afectivas y su rencor social, y construye un personaje verdaderamente notable. El tercer amigo y cómplice es Lou (Brent Briscoe), el alcohólico bocón que en cualquier momento puede echarlo a perder todo.

El plan coloca en primer plano el dinero como un factor de desintegración familiar y de degradación moral. En una de las mejores escenas, Sarah Mitchell estalla en cólera y dirige a su marido una lluvia de reproches relacionados con las carencias económicas de la pareja y con la frustración conyugal que ésta ha generado. Raimi explora este microcosmos rural de la sociedad americana y lo describe como un territorio triste, donde la rutina ha desgastado el ánimo de los habitantes hasta desterrar todo signo de vitalidad y de entusiasmo. En lugares como estos, no muy distintos a fin de cuentas de los que el director ha mostrado en sus cintas de horror, se manifiestan súbitamente fuerzas malignas, capaces de descarrilar a un hombre cotidiano y convertirlo en un asesino serial o en un sicópata. Sólo que las amenazas que antes provenían de ultratumba, hoy surgen de la realidad cotidiana, del culto a la eficacia y al bienestar económico. Como en una cinta de David Lynch (Terciopelo azul), o como en el relato de desintegración moral que presenta Scorsese en Taxi driver.

Lo fascinante en El plan es la destreza con la que Sam Raimi maneja la tensión dramática, con la acumulación de fatalidades que atenazan y encadenan a los personajes, haciendo de una desgracia personal una catástrofe colectiva, hasta la funesta imagen de un reguero de cadáveres sobre la nieve. Esta presencia insidiosa del Mal, esta dimensión fantástica que Raimi introduce en casi todas sus cintas, es lo que confiere a esta cinta su originalidad en el conjunto de thrillers que presenta la cartelera. La cinta se exhibe en un momento en que la opinión norteamericana se pierde en conjeturas sobre las motivaciones de criminales adolescentes que luego de matar absurdamente a un grupo de estudiantes, se suicidan. Este tipo de irracionalidad, esta dinámica criminal indetenible, es el asunto central de El plan, una de las mejores realizaciones de Sam Raimi.