Rolando Cordera Campos
Slim y la economía

De vez en vez, Carlos Slim interviene en público y opina sobre el rumbo de la economía y sus problemas. Cuando lo hace, resaltan su consistencia y oportunidad, aunque no haya podido llevar al resto de los empresarios y al gobierno a una reflexión pública rigurosa y sensata.

Hace un tiempo, en el Colegio de Ingenieros, desplegó esa vocación, rara en un financiero, de pensar en términos de la economía política real y planteó opciones para la recuperación económica, la industria de la construcción, etcétera. A la vez, propuso una hipótesis que hoy adquiere de nuevo gran actualidad: la de que el problema financiero global no es de escasez de capital, sino de abundancia. Así, de lo que se trataría es de organizarse internamente para absorber y aprovechar para la expansión productiva estos capitales que sólo aparentemente escasean.

Ahora, Slim volvió a abordar algunas de las cuestiones cruciales de la coyuntura (La Jornada, 19/04/99 p. 23). Sus números y proyecciones, estarían encaminados a reforzar el clima de optimismo que este "verano de contento" financiero ha despertado.

Es ya casi legendaria la memoria numérica del empresario, así como su habilidad para jugar con los números de la macro y micro. Detrás de cada párrafo de la nota comentada, debe haber un buen número de supuestos y correlaciones que los reporteros no hacen explícitos, y que el emisor muy probablemente dio por sabidos.

Vayamos a algunos de sus dichos. En primer término, su afirmación de que las llamadas crisis de fin de sexenio no son una maldición ni una fatalidad. Estas crisis sexenales, en efecto, han respondido en cada caso a factores diferentes, por lo menos en cuanto a su peso específico, su duración y profundidad.

Ni la variable electoral, nueva entre nosotros, ni el espejo histórico que, este sí como maldición azteca, acompaña a los presidentes mexicanos al fin de su gobierno, son suficientes para explicar cada uno de los baches financieros y económicos en que el país ha caído en los últimos años. Tampoco, a pesar de tanta evidencia, podrían atribuirse a la mala gestión económica los descalabros financieros y productivos que han acompañado a los cambios de gobierno recientes.

Preocupa que el actual discurso público soslaye estas diferencias temporales y estructurales, así como de política. De esta manera, en el caso nada improbable aunque hoy parezca lejano, de que algo grave ocurriese, poco podría hacerse para realizar una deliberación racional que nos permitiese revisar y hasta cambiar la política económica: todo sería, otra vez, lamento y búsqueda de chivos expiatorios.

Slim arremete contra el facilismo monetarista en boga y ubica en otros términos el tema de la llamada dolarización. Esta u otra versión extrema del control monetario, como el currency board, en poco o en nada ayudarían a encarar el fantasma cambiario y sí estrecharían todavía más el margen de maniobra financiera del Estado.

Los dolarizadores están tan dolarizados que no tienen oídos para nadie. Ni para los clamores de la gran industria argentina o el sentido común del altiplano. Pero en fin, esta es cosa de asesores y filósofos: el ser social determina la conciencia idem.

Por último, pero no al último. Carlos Slim propone que, a juzgar por las buenas señales fiscales y de comercio exterior de estos meses, sería factible reducir la inflación hasta tasas de un dígito, echando mano, supongo, de las nuevas holguras que ha traído para el país el mercado petrolero, junto con el equilibrio fiscal previamente alcanzado.

Habría que recordar, de todos modos, que llevar el crecimiento de los precios por debajo del 10 por ciento ya se intentó y se logró en 1993 y 1994... pero así nos fue. Tropezarse con aquella piedra sería simplemente fatal.

Slim parece dejar de lado esta vez a la economía real y sus notables desequilibrios sectoriales y regionales. Pasa de largo por el pantano externo, determinado todavía hoy por un desequilibrio comercial que no respeta ni las recesiones y, por lo menos, sobreestima la capacidad de la inversión extranjera directa para corregir esta brecha histórica.

Por lo pronto, es claro que los equilibrios externos logrados en estos meses, junto con la revaluación del peso, resultan sobre todo de un menor crecimiento global y de las importaciones, así como de la extraordinaria entrada de capitales de corto plazo registrada este trimestre. Aquí se confirmaría el optimismo de Slim con respecto al mercado financiero global, pero sólo en parte: en el país no hay prácticamente nada que indique que nuestra capacidad para aprovechar para el desarrollo esos flujos haya mejorado.

Al registrar los avances financieros recientes, se puede caer en su festejo infundado. Habría, por ello, que atender también a los costos productivos y sociales, de empleo y distribución, de esta sorprendente, por prematura, recuperación.

Como puede verse, así como una golondrina no hace verano tampoco este veranillo nos pone en el rumbo cierto de un otoño cálido y con lunas de octubre. Mucho menos para el año entrante.