La exageración, decía un oscuro clásico del Siglo de Oro español, es la madre segura de las peores mentiras. Lo chico se vuelve nada, lo grande se vuelve infinito. Por desgracia, la exageración es un aditamento permanente e ineliminable de nuestro lenguaje cotidiano. Lo chico lo hacemos nada y lo grande lo hacemos infinito. Eso nos está pasando a los universitarios con el gran problema que todos hemos contribuido a crear en nuestra máxima casa de estudios. No todo lo que decimos es exagerado, pues decimos algunas verdades que pueden ser comprobadas o decimos medias verdades que pueden ser medio comprobadas. El hecho es que ese vicio de la mente y del alma no nos abandona jamás.
Un día, un brillante economista publicó aquí un artículo que me dejó con la boca abierta. El reglamento Barnés pecaba de una inconsistencia espantosa: no tomaba en cuenta que muchos estudiantes, tal vez el 99.99 por ciento, no dependen de papá y mamá, sino que se sostienen mediante su trabajo. Yo estudié con mi trabajo en muchos oficios que medio aprendí a través del tiempo. Y me dije: "Pero, Ƒcómo es que no te habías dado cuenta de ello? La universidad es una casa de estudios de trabajadores". Mi conclusión no podía ser más contundente: el reglamento Barnés es una porquería. ƑCómo es eso de que los estudiantes de la UNAM son hijos de papá y mamá?
Luego vino tronante, hace unos días, un profeta de la revolución universal, al estilo de Hegel y no de Marx, que la ve como un espíritu del mundo que ronda por los espacios y que, de vez en vez, se lanza sobre este mundo miserando y se plasma como Revolución Mexicana o como Revolución Rusa y, luego de que ha hecho sus jueguitos sangrientos, se retira a los espacios o se hunde en el fango, como los ajolotes, esperando mejor ocasión. Ese es el caso del cardenismo, que no se fue al espacio, sino que se sumergió en el lodo. De ahí surgió el neocardenismo, que es un gusarapo redivivo. Cuauhtémoc Cárdenas es el ajolote de la revolución universal resurrecto en carne y hueso. Creo que nuestro querido Cuate se merece un poco de más respeto.
Pues bien, ese filósofo de la historia, alumno de aquel trotskista, el maestro Posadas, que anunciaba que el socialismo vendría después de la tercera guerra mundial (atómica, por supuesto) y ahora preceptor de la revolución moral universal, nos viene a decir que el conflicto de la UNAM es mucho más que el reglamento de pagos de Barnés. El espíritu universal, finalmente, ha descendido sobre nuestra pobre universidad y ha encarnado en los estudiantes radicales que hoy dominan el movimiento estudiantil y que, en días pasados, sacaron casi a patadas al gurú porque lo veían como un bicho al servicio del rector y del gobierno.
Mirad, nos dijo el gurú, que aquí el problema no son minucias como esa tontería de las cuotas. Aquí la cosa es en grande. Algo que ninguno de ustedes, pobres tontos, ha pensado siquiera. Aquí está la mano del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Aquí, mirad bien, se descubre que Barnés de Castro no es más que un monito, chiquito, en el centro de una estrategia universal, descomunal, en la que se vienen las reformas neoliberales de la segunda generación. ƑSaben, por caso, lo que es eso? šNo!, claro que no lo saben. Pues eso es un hórrido plan en el cual Barnés va a acabar haciendo que todos nuestros estudiantes paguen. Que paguen, esa es la consigna. Luego los van a ver con una estrella de seis puntas, como los judíos, como los pensionistas del IMSS, como los campesinos adheridos a los planes de desarrollo y tantos otros tontos que se creen beneficiarios de tanta porquería.
šDios!, cuando leí ese iluminante artículo mis facultades se recargaron de energía y me dije de nuevo, "Ƒpero, por qué diablos no lo habías pensado antes?" La luz se hizo. Lo que no acababa de entender era cómo los estudiantes paristas se habían dado cuenta, antes que yo, de toda esa maquinación universal. "Deben ser unos genios, al igual que su gurú", me dije. Me eché por unos días a caminar por los desolados campos universitarios y contacté a los paristas. Les preguntaba: "ƑSabes lo que son el BM y el FMI?" Y obtuve respuestas típicas como ésta: "!No mames, güey!", lo que satisfizo mi curiosidad. Les hice otras preguntas, como aquella de si sabían quiénes eran Adolfo Gilly, Octavio Rodríguez Araujo y Arnaldo Córdova y la respuesta común fue siempre una pregunta: "Y, Ƒquiénes son esos güeyes?" Yo me quedé de verdad pasmado de la sabiduría de los chicos paristas y me dije: "šEstamos en buenas manos!"