DISQUERO Ť Pablo Espinosa
Metallica para violonchelos
He aquí un prodigio: cuatro chavos, formados en la estricta tradición clásica, en la rígida pero prestigiada Academia Sibelius de Helsinki, aplican la sabiduría técnica adquirida en el conservatorio en su pasión mayor: el heavy metal. El resultado es uno de los agrupamientos sonoros más exquisitos, originales, devastadoramente hiperchingones: Apocalyptica, cuarteto de chelos acústicos protagonista de una música libérrima ųun parámetro inevitable: el trabajo pionero del Kronos Quartet, que por igual visitan, desde la tradición clásica, a Elvis Pelvis que a Jimi Hendrix que a Henryk Nicolaj Gorecki, Philip Glass, John Adams y Terry Riley. El maestrísimo Eicca Toppinen se topó, durante trabajos académicos veraniegos de conservatorio, en 1993, con otros tres colegas chelistas: Max Lilja, Antero Manninen y Paavo Lotjonen. Deciden juntarse para tocar, por placer, la música de su grupo favorito: Metallica. El resultado fue detonador de una serie de conciertos en lugares cada vez más grandes e importantes, por lo regular salas de concierto, hasta llegar a un megaconcierto, con amplificación eléctrica (šsantísimo cielo!) en sus chelos y claros signos de orgasmos metafísicos en los rostros, aullidos y gemidos de placer de sus escuchas. Era diciembre de 1995. Desde entonces este cuarteto de chelistas se llama Apocalyptica y provoca desmayos de placer en sus presentaciones tumultuosas. Su primer disco, titulado Apocalyptica plays Mettallica by Four Cellos (Mercury) es una descarga megatónica de adrenalina pura. Puritito placer.
Heavy Kama Metal Sutra
La originalidad de Apocalyptica no tiene límites (por cierto, gran noticia: vendrá en junio al Teatro Ferrocarrilero. Ojalá se haga efectiva tal visita). Luego del éxito apabullante de su disco debut, el cuarteto finés grabó un segundo disco: Inquisition Symphony, cuyo efecto es similar al de cinco orgasmos consecutivos sin límite de tiempo (tresinsacar, diría Gil Gamés. Sin zacate, dirían los clásicos). Energía copular, los embates de los arcos sobre el encordado de los violonchelos recuerda un poema de Luis Buñuel (sí, Luis Buñuel) que termina así: "temblaban nuestros pubis/ como las flores de un jardín/ bajo el tropel de un bisonte en celo". Luego de escuchar los discos de Apocalyptica uno termina con una sonrisa idiota, complacida, en el placer absoluto (vaya al espejo más cercano quien no lo crea, cuando se halle en el limbo, asimismo delicioso, del postcoito). Además de exhaustos, satisfechos, los sentidos todos quedan convertidos en el mismísimo Nirvana. Cosa curiosa, luego de la primera vez que escuché este par de discos, como para disponerme al dulce sueño, puse como almohada un disco a manera de desempance. A ver, va Vivaldi, LƀEstro Armonico. šOh sorpresa! el fabuloso Cura Rojo parecía fan de Metallica, šcaracho! šinstrumentos de cuerda a toda velocidad! Pero bueno, el alucín que más de dos siglos y medio después de Vivaldi despierta Apocalyptica es digno de constatarse. Placer en megatones, música de intensérrima sexualidad. Antes de poner el disco, abrochaos el cinturón. Mejor: abrochaos los unos a los otros.