Para los que añoran los felices tiempos de la República petrolera, con el dólar a 3 o 4 pesos, y la posibilidad de que los vástagos estudien en Estados Unidos para que regresen sanos, gorditos, angloparlantes y preparados para enfrentar los retos del futuro, las noticias provenientes de Denver seguramente podrán usarse en beneficio propio.
Hoy mandar a estudiar a un muchachito a Gringolandia es como enviarlo de vacaciones a Bosnia o a un curso de verano en Irak. Dos imberbes, imbéciles adoradores de las suásticas y de los impermeables negros, entraron a una escuela en las afueras de Denver y a punta de armas automáticas y bombas caseras asesinaron, a sangre fría, a 11 estudiantes y dos profesores y después se suicidaron.
Bien decía Bergman (el cineasta) que el huevo de la serpiente (el neonazismo) se estaba incubando en cada rincón del planeta, sin que muchos nos diéramos cuenta.
Hoy el huevo ya dejó salir a su infame estirpe y en Estados Unidos, Yugoslavia, Alemania, e incluso España, los nuevos nazis se pasean por las calles golpeando inmigrantes e insultando y vejando a los no arios.
Y cada vez que algo así pasa me declaro judío, negro, gitano, albanés, turco, sioux, y de toda raza, religión o habitante de cierto lugar que despierte la ira de esos animales.
Y creo que el mayor control en la venta de armas en los Estados Unidos, propuesto por Clinton (muerto el niño...) debería ir agarrado de la manita de una propuesta de mayor control de la proliferación de esos grupos. El enemigo está en casa, señor Clinton, no lo busque en Irak ni en Yugoslavia.
Por lo pronto, estoy seguro que nuestras preparatorias y universidades privadas tendrán más alumnos cada día, con un peor inglés, pero con una vida por delante.
Cada vez que alguien, en el salón de sexto de primaria, profería, aunque fuera bajito y al oído, una mala palabra al compañero de banca, la garra represora de la omnipresente y omnipotente miss Laura caía sobre el hombro del transgresor de ``la moral y las buenas costumbres'', y casi a rastras, a pesar de ruegos y disculpas, lo llevaba hasta el lavabo de la dirección, en donde, hábil, casi quirúrgicamente, lavaba la boca del interfecto con jabón Rosa Venus, mientras lo conminaba a no proferir más groserías ``que ofenden a la sociedad, a ti y a tus propios padres''.
Este sistema de reducación por vía oral siempre me pareció una bestialidad absoluta, y agradezco enormemente que las autoridades de aquella época tomaran cartas en el asunto, con lo cual miss Laura se vio impedida de ejercitar sus artes lavatorias, so pena de que fuera cesada de sus funciones escolares.
El caso es que el miércoles, cuando leí la serie de lindezas que la diputada independiente Raquel Sevilla lanzó a diestra y muy siniestra en la cámara contra todo aquel que se cruce en su camino, me hizo pensar que no tuvo la inmensa fortuna de tener a miss Laura en su pasado.
Y no me espantan las malas palabras, ¡chingaos, faltaría más! Pero estoy convencido de que el insulto como forma de descalificación, descalifica al insultador y no al insultado.
El insulto como sustituto de argumentos válidos y razonados pone en una situación precaria al que los infiere, y en este caso concreto demuestra que el vocabulario excesivo es todavía peor si el que lo utiliza tiene ``fuero'', que a veces me suena a la ``licencia para matar'' de Bond, James Bond, aunque para querer matar se utilice la lengua y no una Beretta.
Siempre he pensado que nuestra Asamblea Legislativa necesita urgentemente una pasadita de antisolemnidad, pero inteligente, divertida y pensada.
Si una comisión de la ALDF me echa un telefonazo, en una de esas les consigo la dirección de miss Laura, por lo que se ofrezca.
Extraño enormemente los tiempos de los tapados a la candidatura priísta para la contienda presidencial. Uno podría hacer apuestas, vaticinios, recibir sorpresas (de algunas de las cuales todavía no nos recuperamos) y en general tener un bonito ambiente festivo que se prestaba al chacoteo y al Melate.
Actualmente hay más destapados que nunca en nuestra historia política, y no sólo eso: contra sus propias reglas de cortesía, se tiran cacayacas entre sí, se descalifican, se ven gacho y hasta se han lanzado prepreprecampañas a más de un año de la toma de decisiones ante el asombro absoluto de un pueblo que creía estar acostumbrado a todo.
Pero la última de Bartlett fue bordada en oro: acusó al secretario de Gobernación, Francisco Labastida, de ¡dinosaurio! Ante tamaña palabrita, y sobre todo viniendo de quien viene, yo -con lágrimas en los ojos- sólo puedo decir: No comments.
La OTAN logró otro de sus objetivos en suelo Yugoslavo: destruir parte del Museo de Arte Moderno de Belgrado, ante el absoluto horror de intelectuales y artistas de todo el mundo. Pero a mí, que no soy ni intelectual ni artista, me horroriza mucho más que las bombas caigan incesantes sobre civiles desarmados.
Prefiero que una bomba caiga encima de un museo a que termine en la cabeza de una niña de seis años que no entiende lo que está pasando.
Si los objetivos de la OTAN han cambiado para bien, les propongo que en vez de tirar más bombas sobre la gente, las lancen sobre cientos de horrorosas esculturas que existen por el mundo, y en este punto mi asesora cultural me recomienda que no diga cuáles para no herir susceptibilidades, aunque todos sabemos cuáles son y dónde están.