Un caracol en la Estigia... la antología ordenada y traducida en parte por Ana Rosa González Matute y publicada por la Editorial Aldus, reúne algunos grandes momentos del cuento norteamericano contemporáneo. En la Introducción nos dice Ana Rosa que las narraciones escogidas ``rehuyen el vigor de la nomenclatura académica y se inclinan hacia la exploración de las posibilidades que plantean el espacio y el tiempo de la página''. Esto puede ejemplificarse en el cuento de Updike, ``Hojas'', que lleva hasta sus más extremas consecuencias la voluntad de experimentar con el lenguaje para que exprese las complejas tensiones espirituales y los conflictos de la conciencia. ``Es imposible evadir la vejez, comentó después de un rato./ Imposible, señor, dijo Flaherty./ O la muerte./ Le llegan a uno irremediablemente./ El doctor intentó decir algo en extremo amable, pero no pudo.'' Esto dice Malamud en su cuento ``Jubilado''... y eso pasa en gran parte de la antología: todos tratan de decir algo en extremo amable, pero no pueden... la tensión espiritual y una suerte de honestidad radical los inclina a cumplir las obligaciones con la verdad y los ritos de la sinceridad, pues, por una parte, está la crítica de la frialdad del capitalismo y por otra se intenta establecer una forma de enfrentar las falacias del altruismo impostado, tanto el de los totalitarismos como el de la superchería con que el capitalismo salvaje y la sociedad de consumo manchan a la última utopía que se tambalea en nuestro tiempo, la zarandeada democracia. Los autores antologados tienen, así lo afirma Ana Rosa González Matute, un aspecto en común: ``su marcado interés por la palabra y su sedimentación ''. En este sentido, el cuento de Fredric Brown es un buen ejemplo, pues su personaje, el señor Jehová, se encierra en su palabra y practica un solipsismo llevado a tales extremos que acaba por ``sitiarlo en su epidermis''. Todos los grandes y pequeños temas de lo humano: la soledad, el deterioro físico, la muerte, adquieren un tono de insuperable precisión en las palabras y las transparentes estructuras narrativas del cuento de Malamud, mientras que Paul Bowles, ``bajo el cielo protector'' de su exilio en el norte de Africa, reflexiona sobre la locura y el paso del tiempo. Los tres sureños de la antología, McCullers, O'Connor y Taylor, calan hondo en los rasgos esenciales de la contradictoria sociedad del profundo sur. McCullers levanta otra de sus perfectas estructuras para ubicar el encuentro y la relación entre un niño y un adulto. El candor infantil y el desengaño del viejo, otro de los born loosers del complejo mundo de la autora, se expresan en un lenguaje de notable fuerza lírica que al final se resuelve en un ``vano artificio'' representado por ``un árbol, una roca, una nube''. El título del cuento de Flannery O'Connor está tomado de un concepto de Teilhard de Chardin, el jesuita autor, entre otras obras fundamentales del pensamiento contemporáneo, de El fenómeno humano. ``Todo lo que sube debe converger'', es el título de un cuento realista y magníficamente estructurado en el que el autor introduce las principales preocupaciones de nuestro momento histórico. El cuento más cargado de contenido lírico es ``El adiestramiento de una amante'', de Peter Taylor. Siguiendo un método que oscila entre la precisión descriptiva y las ``esfumaturas'' de la escuela pictórica japonesa, Taylor profundiza en la condición humana y sus más desagradables taras: la autocomplacencia, el sentimiento de ridículo, el engaño y la suspicacia, esa horrible condición del alma y de la conciencia que tanto preocupó a E.M. Forster. Esta antología no es una simple reunión de cuentos sin orden ni concierto. Por el contrario, se trata de una propuesta de ordenamiento con base en las características peculiares de los cuentos y sus autores. Por esta razón, está dividida en apartados que llevan un título pertinentemente poético: a)``La noche deviene en día'', b)``Un caracol en la Estigia'', c)``La rosa inmaterial'' y f)``Una idea, una forma, un ser''. Los traductores no sólo son fieles al texto original sino también imaginativos y con una clara voluntad de estilo. La organizadora del trabajo, Ana Rosa González Matute, Laura Emilia Pacheco, Luz Emilia Aguilar Zínser, Carlos Avila, Gabriela Montes de Oca, Carmen Corona, Mauricio Montiel y Gabriel Bernal son los protagonistas de esta notable aventura de la traducción. Llamaron poderosamente mi atención, además de los cuentos ya comentados, el experimento vanguardista de Barthelme; el relato de otro representante de la actitud irreverente en relación con la sintaxis, Kay Boyle, ganadora del prestigioso Premio O'Henry; el texto claro, directo y, a la vez, capaz de lograr la condensación propia de la poesía imaginista de Guy Davenport; el cuento de Hortense Calisher, heredera de la precisión descriptiva y de la finura retratista de Katherine Mansfield; la narración melvilliana de Paul Metcalf y, de manera muy especial, los trabajos de John Updike y de Eudora Welty. El bazarista recuerda un épico desayuno tomado a la vera de esta gran señora en un hotel de Biloxi que parecía una escenografía para obra de Tennessee Williams, con mujeres pálidas vestidas con tules y gasas del mismo color pastel y enroscadas en torno a su fracaso y su agresiva fragilidad. Eudora nos hizo una teoría de su tierra sureña y un minucioso y personalísimo dibujo de Faulkner y de su condado mítico y real, enfermizamente elegante y lleno de ``sonido y de furia''. Frente a nosotros, el café bien colado, pero debilucho, unos huevos revueltos de perfección galesa, gritts, tocino, salchichas, panes de maíz y una galletería eminente. Eudora comió y habló, caminó caminos mitológicos y siguió las veredas de Yoktapatawa y de su Delta Wedding. Sobre nosotros se agitaban las nubes de la intranquila bahía de Biloxi. HGV
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De la mariposa bisílaba, ingrávida y voladora, al pesado hipopótamo de 22 sílabas, se abren a la inventiva las posibilidades métricas del castellano. Más, claro, las combinaciones de metros, que son muchas. Y, sin embargo, según parece no bastan, porque hoy día se prefiere el verso libre, selva oscura muy difícil de manejar bien (a lo loco cualquiera puede cualquier cosa), y ya nadie hace caso de estas cosas. No importa, sigamos nosotros nuestro recuento métrico, ``Escandir'' se llama la operación de medir un verso y, libre o no, no hay verso ``inescandible''. Omitamos los versos de tres sílabas. De cuatro hay un ejemplo divertido y logrado en la Canción del pirata de Espronceda:
Hemos hecho A despecho Del inglés, Y han rendido Sus pendones Cien naciones A mis pies. Qué bien suena, ¿verdad?; pareciera que al leerlo estamos en una taberna de Barbados o la Tortuga, echando bravatas. De cinco sílabas son los versos de Bécquer que ya citamos:
De la plegaria Que solitaria Mandas a Dios. De seis sílabas tenemos este ejemplo de Meléndez Valdez:
De cuerpo gentil, Muérome de amores Desde que te vi. No me gusta; la verdad, me parece ñoño. No sé por qué la palabra ``zagal'', ``muchacho, pastor joven'' nunca me ha gustado, ni su femenino ``zagala'' (y menos ``zagaleja''). Tampoco me gusta ``garzón'', voz que con el mismo fin usan Góngora y Lezama Lima. ¿Cuál será el origen de estos odios verbales? ¿Qué podría averiguarse si los desentrañamos? Sí, lo sabemos: una estética. Los de siete y ocho sílabas son ya comunes, y ahí entra en torrente la lírica castellana. ¿Por qué el verso de ocho sílabas es el que nos acomoda espontáneamente?
Muy presente tengo yo, En un barrio de Saltillo Rosita Alvirez murió. Es, como se ve, la medida de romances y corridos. ``En un lugar de la Mancha'' tiene ocho sílabas y, según leí, era verso de un romance famoso. Después viene ya el arte mayor. Es decir, pasamos de la música de cámara a la sinfónica. Una sola muestra es la prodigiosa complejidad de Darío, no por conocida menos impresionante:
Que al instrumento olímpico y a la siringa agreste Diste tu acento encantador ¡Panida!, Pan tú mismo, que coros condujiste Hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste Al son del sistro y del tambor. Para terminar, y en flagrante comparación con lo anterior, voy a hacer un pequeño poema con versos de 1, 2, 3, 4, 5 y 6 sílabas, en ese orden. Es pésimo, lo sé, pero tiene el dudoso mérito de estar hecho con el método de recortar y pegar (que un día le aconsejara a Christopher Domínguez el maestro Juan José Arreola), es decir, ningún verso es mío, todos están copiados de los ejemplos de Navarro Tomás:
Triste Delirio Del inglés, Melancolía De rayo violento. Cuenta las sílabas y verás que van de una a seis, y no cuentes más porque todo lo demás es hueco, gratuito, garigoleado y horrendo. Ten salud y hasta la próxima.
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