La Jornada Semanal, 2 de mayo de 1999
Si, como Borges, yo me figurara el paraíso bajo la especie de una enorme biblioteca, entonces yo ya pasé una temporada en el paraíso. En Cambridge, donde viví el año pasado, bibliotecas y librerías proliferan tanto como los fantasmas literarios que a cada momento y de manera repentina aparecen por sus callejuelas. Todavía queda en mi mente el eco del ``locuaz'' reloj de Trinity College que, a decir de Wordsworth, repica cada quince minutos, noche y día, y proclama la hora por partida doble una vez con voz de hombre y otra con voz de mujer. Pues bien, entre las variadas tareas que me impuse durante mi estancia en aquella memorable ciudad intenté ponerme al día con la novela inglesa y sus más representativos exponentes.
En términos narrativos los ingleses son empíricos, pragmáticos y conservadores; cultivan el humor, la sátira, el dandismo, el horror y llegan incluso a incurrir en la fantasía -y de qué manera-, pero son muy poco dados a la experimentación. Las novelas que más disfrutan son, en lo fundamental, de corte realista, con una anécdota clara y precisa y siempre deseosa de mantener el interés del lector. Resulta irónico que un libro como Ulises, sin duda uno de los textos fundamentales no sólo de la lengua inglesa sino de toda la narrativa del siglo veinte, es, según pude leer en uno de los suplementos literarios, una de las novelas menos leídas salvo, claro, en el interior de la academia.
Tal vez por eso la manera más práctica que se me ocurre para iniciar este breve recorrido es hablar de los autores que han estado cercanos a obtener el famoso Booker Prize, cuya última edición (1998) la ganó Ian McEwan con su novela Amsterdam que, a decir de la crítica, resulta muy inferior a Amor perdurable (Enduring Love), con la que quedó como finalista en 1997.
El Booker es un premio organizado por los libreros y las principales editoriales inglesas para elegir el mejor libro publicado en lengua inglesa dentro de Inglaterra durante el lapso que va de octubre -que es cuando se hacen los lanzamientos editoriales- a octubre. Para decidir al ganador se nombra un jurado de cinco personas del medio literario que se encargan de seleccionar al triunfador. Pero antes de la decisión final el jurado da a conocer, mediante la prensa, la lista de finalistas conocida como la short list. El premio es tan importante como el Goncourt en Francia y es un elemento decisivo en la promoción editorial. Así por ejemplo, cuando Salman Rushdie ganó el Booker, allá por el año de 1981, se desató en Inglaterra toda una euforia por las literaturas de las colonias con novelas ubicadas en lugares exóticos y distantes. Después de Rushdie ganaron el premio Ben Okri, originario de Nigeria y no mucho después Kazuo Ishiguro, autor de origen japonés aunque nacido en Inglaterra, cuyas dos primeras novelas ocurren en el Japón.
En octubre de 1997 la novela que se llevó el Booker Prize fue El dios de las pequeñas cosas de la escritora hindú Arundhati Roy. Con ese premio la literatura hindú volvió a la palestra ahora con una obra escrita por una mujer. Tal parece que ese año la decisión final del Booker estuvo muy peleada entre El dios de las pequeñas cosas y Amor perdurable de McEwan. Debo reconocer, sin embargo, que ambas novelas son extraordinarias e igualmente dignas. Y tal vez por ello al año siguiente (1998) los jurados decidieron otorgarle el premio a McEwan aunque Amsterdam no tuviera los tamaños de su novela anterior.
El dios de las pequeñas cosas relata una bella historia que ocurre en la India, en un lugar llamado Ayemenem y trata sobre la vida de dos gemelos, un hombre, Estha y una mujer, Rahel, quienes, al divorciarse sus padres, se ven obligados a separarse pues el hijo se va con el padre y la hija con la madre. Más de veinte años después aquellos dos gemelos, que a pesar de no ser idénticos se identifican uno con el otro como si fueran siameses, se vuelven a encontrar pero ahora con la novedad de que el muchacho es disfuncional y ha dejado de hablar. La novela se basa en una historia de familia y está llena de color local, no exenta de la influencia de la narrativa latinoamericana sin que esto le reste originalidad ni interés. Es una novela escrita con ironía, con gran sentido del humor, con sensualidad y compasión. Por cierto que existe una revista llamada Literary Review, dirigida por el crítico Auberon Waugh, que, desde hace años, se ha dado a la cruzada de combatir las escenas eróticas mal logradas mediante la creación de un premio que se llamó en principio Grand Booby Prize for Bad Sex in Fiction y que terminó llamándose simplemente Bad Sex Prize, cuyo objetivo fundamental no es desalentar la escritura erótica sino aquella torpe o de mal gusto. Según Waugh los escritores eróticos fallidos se dividen en dos: los de enfoque seudorrealista y los de enfoque seudopoético. Y en este último Waugh incluyó, como parte del premio Bad Sex Prize, una de las escenas de la novela de Roy. Pese a ello, El dios de las pequeñas cosas es una obra extraordinaria y ciertamente cargada de erotismo a pesar de sus pequeñas caídas.
Amor perdurable de Ian McEwan es un libro totalmente distinto. Ocurre en el Londres contemporáneo y sus personajes están sujetos al devenir cotidiano. El protagonista es un científico que se dedica a escribir artículos de divulgación de la ciencia. Es casado, sin hijos y lleva una vida aparentemente feliz. Como la mayor parte de las obras de McEwan, la novela se inicia con una escena que atrapa al lector de inmediato: el narrador y su esposa hacen un picnic un domingo en el campo. De súbito oyen un grito. Se vuelven a ver qué ocurre y de repente el narrador se ve corriendo para tratar de ayudar a un grupo de hombres que intenta sujetar un enorme globo que se eleva sin control, al garete y en cuya canastilla peligra un niño. En la azarosa reunión de esos seis personajes, por un mero incidente no buscado y que termina dramáticamente, se finca la acción de la novela que habla sobre el amor, la muerte, la separación de la pareja y sobre una obsesión erótica de la que se convierte en víctima el narrador. Con una prosa exacta, en un tono entre confesional y meditativo, McEwan logra crear un ambiente de thriller en el que el amor, la religión, el erotismo, la perversión y la muerte se mezclan libremente para ofrecernos una historia que resulta fascinante y aterradora a la vez. Existe en McEwan una voluntad que lo lleva a narrar muchas escenas con un ritmo lento y acucioso para de súbito imprimirle otra vez velocidad y suspenso al relato. A la prosa de McEwan no se me ocurre adjudicarle más que un calificativo ya casi en desuso en la crítica narrativa: elegante. La inclinación que ha caracterizado a la obra de McEwan hacia lo grotesco y lo extraño pervive, sólo que en esta obra existe una gran serenidad que hace que el tema contraste con el tono narrativo. Amor perdurable es lo que podríamos llamar una novela bien armada y bien escrita desde cualquier ángulo que se le mire, incluyendo las escenas eróticas que, por cierto, no merecieron la más leve amonestación por parte de Auberon Waugh. El único reparo que yo le pondría a la novela es la inclusión final de la génesis de la novela y la explicación sobre el síndrome de Clérambult.
A partir de estas dos novelas desearía hacer una extrapolación para comentar las principales tendencias que observé en la narrativa inglesa contemporánea. Mucho me llamó la atención cómo la literatura inglesa ha asimilado la influencia de la literatura latinoamericana. No sólo se nota en Rushdie y en Roy, que tanto le deben a autores como Gabriel García Márquez, sino también en escritores como Louis de Berniéres que, con su novela La mandolina del Capitán Corellis, ganó el Premio de los escritores del Commonwealth en 1995 y se ha convertido en uno de los autores más interesantes de su generación. Su novela ocurre en la isla de Cefalonia en Grecia y se ubica en los años de la segunda guerra mundial. El personaje principal es un capitán que está al mando de la isla ocupada y que por añadidura toca la mandolina. Se trata de una novela francamente cómica -como tantas novelas inglesas- pero que en lugar de seguir la línea de Dickens o de Evelyn Waugh acusa influencia de García Márquez en El amor en los tiempos del cólera, de Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor o de las obras de Jorge Amado. Las novelas de Berniéres son divertidas, amenas y por lo general se ubican en lugares pintorescos y exóticos fuera de Inglaterra.
El tema de las guerras ha tenido un repunte en la narrativa inglesa. La novelista Pat Barker publicó toda una tetralogía sobre la primera guerra mundial que ha tenido una espléndida recepción y que también le valió el Booker Prize. En la misma línea está el novelista Sebastian Faulks, cuya novela Birdsong se inicia como una historia de amor en la que un joven inglés, Stephen Wryasford, viaja a Amiens, Francia, para aprender el oficio textil en una fábrica. En el transcurso de su aprendizaje se enamora de la esposa de su jefe y anfitrión -a semejanza de los personajes de Rojo y negro o de Madame Bovary- a la que seduce y finalmente pierde. Pero la historia de amor evoluciona y se transforma en una historia de guerra, pues el joven aquel que se ve obligado a regresar a su país luego de su affair vuelve a Francia, en 1916, para combatir en las trincheras con el grado de teniente. Poco a poco la atmósfera de la novela se va enrareciendo con profusas descripciones sobre la guerra, sobre la técnica de cavar túneles, de modo que el ambiente se va haciendo oscuro y claustrofóbico, pues gran parte de la trama ocurre bajo tierra. La novela se mueve en diferentes tiempos y lugares, retoma personajes que creíamos perdidos y termina en Inglaterra en 1979. Birdsong es un bello ejemplo del manejo de una historia del pasado adecuada a la problemática del presente.
Otro ganador del Booker, muy interesante sobre todo por la influencia que tiene de la narrativa de William Faulkner, es el escritor Graham Swift, cuya novela Last Orders describe el cumplimiento de la última voluntad de Jack Dodds de que sus cenizas sean arrojadas al mar. Para llevar a cabo esta misión cuatro amigos emprenden un viaje que se convierte en un encuentro consigo mismos. La novela recuerda a Mientras agonizo de Faulkner, al igual que El luto humano de José Revueltas.
Las mujeres siempre han desempeñado un papel fundamental dentro de la historia de la literatura inglesa. Esta tradición está hoy más viva que nunca, pues hay infinidad de escritoras de gran valor y reconocimiento, desde las ya consagradas como Muriel Spark, Doris Lessing o Iris Murdoch (recientemente fallecida) hasta las más jóvenes como Arundhati Roy, Rose Tremain, Pat Barker, Hilary Mantel, Marina Warner, Lisa St. Aubin de Teran o Ann Michels. Leí con gran delectación la más reciente novela de Muriel Spark titulada Reality and Dreams, que trata sobre un director que mientras se encuentra filmando una película sufre un accidente que lo deja inmovilizado. Eso propicia que en su mente el cine, los sueños y la novela empiecen a mezclarse de manera un tanto caótica en su ya de por sí complicada vida. La obra resulta una reflexión sobre el arte y las pequeñas contingencias a las que está sujeto el creador mientras intenta cumplir con su misión de artista. Muriel Spark es, sin duda, una de las grandes de la narrativa inglesa contemporánea, que tiene ya en su haber cerca de veinte novelas breves, incisivas y concebidas con tal malicia que el caricaturista Ronald Searle la dibuja como una araña tejiendo su red. En el año de 1979, Penelope Fitzgerald ganó el Booker Prize con su novela Offshore, arrebatándole el premio ni más ni menos que a la excelente novela de V. S. Naipaul A Bend in the River. Ahora Fitzgerald publicó otra gran novela que ha merecido la atención y el reconocimiento unánime de la crítica. El libro se titula La flor azul y es una biografía novelada de Friedrich von Hardenberg, mejor conocido como Novalis.
De entre la nueva generación leí a Hilary Mantel quien, a pesar de su relativa juventud, tiene ya una obra extraordinaria en su haber. Nacida en Inglaterra, ha vivido en Africa y en el medio oriente, y en la actualidad vive en Berkshire. A la fecha su obra más impresionante lleva como título A Place of Greater Safety, una novela de más de setecientas páginas que aborda el ambicioso tema de la Revolución francesa, tomando como personajes principales a Danton, Robespierre y Desmoulins. Se trata de una obra monumental que encuentra su equivalente en nuestro país en la novela Rasero de Francisco Rebolledo.
No quiero dejar de mencionar una novela light pero muy divertida, titulada El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding, cuya estructura básica está construida a partir de los buenos propósitos de la protagonista de disminuir su consumo de alcohol, dejar de fumar y bajar de peso. Cada entrada del diario se inicia con un recuento de cómo aumenta o disminuye su consumo. Por supuesto hay una historia de amor en el centro, pero lo que me resultó más interesante fue la visión de la mujer inglesa ante las nuevas formas de convivencia y su forma de valorar la vida.
La literatura irlandesa es otra de las grandes vetas de la narrativa escrita en inglés. Las dos grandes figuras tutelares de esta narrativa son William Trevor y John McGahern (como Seamus Heany es en la poesía o Brian Friel en el teatro). Ambos son cuentistas y novelistas de gran renombre y reconocimiento. Pero ahora ha surgido una nueva generación que fluctúa entre los cuarenta y los cincuenta años que ha dado ya mucho de que hablar. Entre ellos destaca Roddie Doyle, cuya novela The Woman who walked into Doors muestra un estilo ágil, que recrea el habla coloquial de la gente de Irlanda que se expresa un poco a retazos mediante asociaciones libres y frases inconclusas. La novela trata de una mujer cuyo marido comete un asesinato. A través de un largo monólogo nos enteramos de que, a raíz del arresto de su esposo, ella descubre que no es más que una mujer que se pega con las puertas (su pretexto para justificar las golpizas de que era víctima) y se queda sola, alcohólica, pobre, atrapada en una casa que jamás será suya y sin la menor esperanza para el futuro de sus hijos. Pese al tema, la novela no es en absoluto melodramática. El humor de Doyle y su agudo oído para reproducir los diálogos hacen que lo que narra la protagonista resulte gracioso sin que pierda su sentido trágico.
Las otras novelas irlandesas que llamaron mi atención fueron Grace Notes de Bernard MacLaverty, que también estuvo entre las obras finalistas del Booker en 1997. Catherine McKena, la protagonista, es también una mujer y aunque en este caso se trata una artista, una compositora, más que de un ama de casa como en la novela de Doyle, no por ello deja de encontrarse en una encrucijada cuando muere su padre y los problemas estéticos de la creación se mezclan con sus problemas sentimentales, que involucran a toda su familia.
Pero la obra que más me gustó de la nueva generación de escritores irlandeses lleva como título Reading in the dark (Leer en la oscuridad) del escritor Seamus Deane, que aborda el tema de una familia en Irlanda cerca de la frontera norte, en London Der., durante los años cuarenta y cincuenta. Escrita en un tono sumamente evocativo de la niñez del autor (nacido en 1940), la novela trae a colación los años en los que el personaje empieza a hacer sus primeras lecturas y sus primeros descubrimientos sobre la realidad que le ha tocado vivir. La obra está inscrita dentro de la gran tradición irlandesa, en la que la imaginación y el mito se mezclan libremente. Cada breve fragmento de la novela funciona como un cuento en el que se relata parte de los conflictos políticos de Irlanda vistos desde la mirada de un niño católico, para quien la violencia y la injusticia forman parte natural del devenir cotidiano. Es una novela de sombras y fantasmas, aparecidos y desaparecidos, en donde la frontera entre la verdad y la mentira es prácticamente inexistente.
Pero este breve sumario le hace poca justicia a todo lo que está ocurriendo en términos literarios en Inglaterra, Escocia e Irlanda. Las figuras conocidas como Martin Amis, Julian Barnes, Fay Weldon, Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie, Angela Carter y Bruce Chatwin, son sólo la punta de un gigantesco iceberg. Hay otros autores, como Alain de Botton, John Banville, Dermot Healy, Nail Williams, Tim Parks, Shena MacKay, Jim Crace, William Boyd, Clive Sinclair, Timothy Mo, A.N. Wilson y Antonia Byatt, que también vale la pena leer. Sirva este breve recorrido como una guía para aquellos lectores interesados en la narrativa inglesa de hoy.