La Jornada Semanal, 2 de mayo de 1999
Ian
McEwan,
Amsterdam,
Random House,
Londres,
1998.
Dos viejos amigos se encuentran en el funeral de una antigua amante mutua, Molly Lane, víctima de una enfermedad devastadora: Vernon Halliday, el reconocido editor del periódico The Judge (El juez), y Clive Lindley, el compositor de música moderna más famoso del Reino Unido. Temerosos de sufrir el mismo destino que Molly, Vernon y Clive harán un pacto: en caso de encontrarse discapacitados o en fase terminal, aquel cuyas facultades aún no se hayan deteriorado se encargará de ordenar la eutanasia del otro.
Las consecuencias de tal acuerdo rebasarán sus voluntades y, enfrentados a decisiones morales de peso, los amigos se transformarán en los más educados enemigos, fieles a sus principios, luego de que sus carreras se derrumban en un guiño. El eje de su desencuentro será Julian Garmony, Ministro del Exterior, expuesto por Vernon en la primera plana de The Judge como un hombre pervertido, gracias a unas fotografías tomadas por Molly en las que el funcionario, otro amante de la muerta, aparece vestido de mujer. Según Clive, se trata de un atentado en contra de la memoria de su amiga común, una invasión póstuma a su vida privada. De acuerdo con Vernon, tal acto implica un favor a la nación, ya que Garmony tiene posibilidades de ser Primer Ministro y su tendencia política de ultraderecha no sería lo mejor para el Reino Unido. El esposo de la difunta, George, tendrá el gusto de soltar la última carcajada, luego de vender las fotografías a Vernon: Garmony es exonerado.
En suma, Amsterdam es la historia de un duelo posmoderno: Vernon y Clive se encuentran armados apenas con sus convicciones y -el final es previsible desde los primeros capítulos, prefabricado en exceso- se encargarán de llevar a cabo el pacto acordado luego del funeral de Molly.
Ian McEwan ha sido considerado por la crítica inglesa y estadunidense como la promesa de su generación: una voz influyente, un mago del miedo, entre otras tantas declaraciones tomadas de las portadas y las solapas de sus libros. Se trata de un narrador cuya opera prima, un conjunto de relatos llamado First Love, Last Rites (Primer amor, últimos ritos,1975), obtuvo el Premio Somerset Maugham; sin ir más lejos, el cuento que da título al libro es un portento. Entre sus obras más destacadas se encuentran las novelas El jardín de cemento, un lúcido homenaje suburbano a El señor de las moscas de Golding: Black Dogs, nominada para el Premio Booker en 1992; El inocente y The Comfort of Strangers, nominada para el Premio Booker en 1981, una novela que conjuga las virtudes, los temas y el estilo de McEwan, una obra emblemática. En 1997 publicó Amor perdurable, novela que apuntaba hacia una necesaria transición: a pesar de contener un primer capítulo que sobrepasa las expectativas del libro -nunca es superado- y un par de escenas notables, nos encontramos ante una obra defectuosa en conjunto. El próximo intento llegó demasiado pronto, un año después. Amsterdam, escueta fábula urbana, es uno de esos libros que se leen en dos viajes a bordo del Metro, de ida y de regreso; tal vez se deba a la prisa con que fue escrita. No me atrevería a llamarla una novela, si acaso una novella, un relato largo, en fin, una historia que no requiere de mucho tiempo para ser digerida y, en este caso, desechada. Lo más curioso es que, además de ser alabada por la crítica, le valió al fin el Premio Booker, el más importante en el mundo literario del Reino Unido.
McEwan comparte los escaparates de las librerías inglesas con un puñado de autores que ya son reconocidos de este lado del Atlántico: Julian Barnes, Martin Amis y Kazuo Ishiguro. Mientras Barnes se ha convertido en una especie de escritor para y de escritores -Flaubert's Parrot y A History of the World in 10 1/2 Chapters son los mejores ejemplos-, Martin Amis se ha dedicado a demostrar que vive en Londres, es decir, que es el eficiente portavoz de una sociedad en decadencia, un retratista magistral de clases y (sub)culturas; su novela más reciente, Night Train, es un divertimento bien logrado, una especie de tratado cósmico sobre el suicidio, narrado por una policía de Los Angeles. De todos ellos, Ishiguro es el más notable: basta asomarse a The Remains of the day, que ganara el Premio Booker en 1989, un libro virtuoso que significó una ruptura evidente en la obra del autor de origen japonés, quien se dedicó a exorcizar a sus fantasmas en dos obras anteriores para luego escribir una obra maestra sobre el honor y los modales británicos, personificados por un mayordomo. Su obra más reciente, The Unconsoled, es una novela de largo aliento que sucede en un limbo desconcertante, disfrazado de país centroeuropeo en el que todos sus habitantes podrían llamarse K: Ishiguro parece reinventarse con cada novela.
Otras voces llaman la atención en este panorama. Jeanette Winterson es una especialista en lo que llamaría novela ``unisex'': en Written on the Body, su libro más reconocido, recurre a un narrador de sexualidad ambigua, gracias a la ubicuidad del inglés en términos de género; en Art & Lies, quizás su mejor novela, juega con tres personajes clásicos transportados al presente y arma un relato polifónico sin precedentes, cuyo bagaje cultural es asombroso. A.S. Byatt, por su parte, es una devota de la era victoriana y así lo demuestra en Possession, novela de largo aliento en la que sus protagonistas son dos poetas inventados -un hombre y una mujer, temas de estudio de dos académicos, otro hombre y otra mujer: se trata de un romance de investigación, tal cual, poemas incluidos y respetando los designios de la época en cuestión-, que le valiera el Premio Booker en 1990. Como autores menores en términos editoriales, aunque no por ello menos virtuosos, encontramos al inglés de origen paquistaní Hanif Kureishi (The Buddha of Suburbia) y al irlandés John Banville (The Book of Evidence, nominado para el Booker en 1989).
El Premio Booker fue creado en 1969 y, desde entonces, se otorga cada año a una primera edición publicada en el Reino Unido, tomando en cuenta una lista de nominados elaborada por los libreros británicos. Comparado con otros ganadores de la última década, Amsterdam es un libro bastante menor. Por mencionar algunos, además de los ya referidos: Oscar and Lucinda (1988), del australiano Peter Carey, una novela decimonónica de largo aliento sobre el azar, el amor y las convicciones religiosas, agraciada por un estilo inventivo y un yugo histórico singular; The English Patient (1992), del canadiense Michael Ondaatje, cuya prosa poética es quizás la más depurada de la literatura anglófona reciente, aunada a una estructura impecable y una historia altamente original; Paddy Clarke Ha Ha Ha (1993), del irlandés Roddy Doyle, obra que se suma a un conjunto de novelas que retratan las vicisitudes de la cultura y la clase obrera irlandesa, mediante un lenguaje que logra trascender lo local y se inserta en el terreno de lo universal.
Finalmente, El dios de las pequeñas cosas (1997), de la india Arundhati Roy, es un caso interesante: se trata de una primera novela, escrita a lo largo de cinco años, en un país en el que el número de habitantes que hablan inglés es mayor que el del Reino Unido. Es un libro que trasciende lo exótico -ha sido torpemente comparada con Cien años de soledad de García Márquez, como si todo aquello que se escapa de lo occidental fuera realismo mágico-, y sus virtudes son muchas, entre ellas el descubrimiento de un tono y la consecuencia con el mismo, aderezada con un juego lingüístico que logra sortear lo experimental y se transforma en un estilo acabado y convincente; por si fuera poco, su estructura espiral es un descubrimiento: la totalidad de la novela se encuentra esbozada en el primer capítulo, del que se desprenden las historias en un vaivén cuya lógica interna es el fruto de una intuición prodigiosa, el enfrentamiento con una escritora nata. Obtuvo el Booker a pesar de la polémica y las críticas férreas, menospreciada de entrada: algunos decían que Salman Rushdie ya había escrito la India -done India, es la expresión adecuada-, como si un solo indio fuese suficiente para representar a la antigua colonia, una actitud típicamente inglesa (cabe anotar que Rushdie obtuvo el Booker en 1981 con Hijos de la medianoche, novela que no ha logrado superar).
Dentro de este contexto resulta muy dudoso que el Premio Booker se le haya otorgado a Amsterdam por su calidad literaria: es apenas un divertimento moralista, predecible y soso, a pesar de estar escrito en un inglés correcto y gozar de un estilo reconocido y reconocible, aunque esto no subsana su pobreza de recursos. Quizá se trate de un Booker de consolación. O tal vez el premio haya reducido sus exigencias, dependientes en última instancia de los lectores del Reino Unido. Claudicar es humano.
Beatriz Novaro,
Desde una banca del
parque,
Colección Práctica Mortal,
Conaculta,
México,
1998.
Este es un libro hecho por el tiempo. Su autora no ha urgido a la poesía para obligarla a que se le entregue; por el contrario, ha dejado, de perfil, de espaldas y de frente, incluso olvidándose a veces de ella, que ésta se le acerque, que penetre naturalmente en su ser y que adopte la forma, exacta pero holgada, que conviene a su temperamento. Gracias a esto tenemos un puñado de poemas que no se pueden confundir con los de otros. Pese a que su forma bordeé, se meta, se confunda, se deje llevar a veces por otros géneros, nos encontramos siempre y de manera indudable con el poema. Lejos del usual quiero y no puedo que caracteriza a gran parte de la búsqueda de formas tradicionales en la poesía reciente, Beatriz Novaro ha encontrado, honesta y sabiamente, las suyas.
Beatriz Novaro prefiere los afectos y el dolor, la caducidad y el desmoronamiento; lo precario, lo ligeramente ridículo, lo querible, lo próximo, a los prestigios de lo majestuoso o de lo perfecto. Sus personajes, como los de Gombrowicz, son, tomando prestada una expresión de Julio Torri, malos actores de sus emociones; son inmaduros, a medio cocer, portadores de un jardín de niños al mismo tiempo que de un asilo de ancianos. Para Beatriz Novaro la vida está en lo incierto, en lo por hacer, en lo equivocado; lo vivo está, para ella, siempre lejos del mármol y del éxito. Los personajes de este libro intentan completarse con gestos, ensayan tapar pausas y huecos, fragilidades y carencias, ignorantes de que todo esto es lo que los hace más queribles y entrañables. Actúan porque no saben, para saberse, se disfrazan para salir de sí, para alcanzar al otro al que tampoco logran ver acabado. Esto crea, muy a menudo, malos entendidos: si logran hacerse amar es justamente por el fracaso de su actuación, que los revela frágiles y amables:
El miraba los pies de ella, pequeños y gordos. Ridículos. Por eso los amó tanto. Prendidos a la arena blanca mientras el mar los cubre de espuma hasta que lentamente vuelven a ser ellos mismos. ``No me estás oyendo'', dijo ella indignada. ``Perdóname, hoy amo más a tus pies que a tus palabras. Hoy son tus pies. No puedo amarte completa cada día.''
Ella mira sus pies y se avergüenza. Intenta hundirlos en la arena pero el dedo gordo, terco, permanece de fuera.
Los personajes de este poema -una atenta a cada ola, capaz de individualizarla, casi de bautizarla cariñosamente, como si se tratara de una amiga o de una niña, capaz de sentir la fragilidad del mar en el hueco de su mano; el otro atento al dedo gordo de ella asomándose entre la arena y la espuma- son arquetípicos de una mirada pendiente de los matices más sutiles; de los que se esfuman montes y océanos, plantas y animales: lo grandioso.
Otro de los textos que prefiero en este libro, que está situado tan adentro de lo humano que apenas se necesita salir a sus orillas es el que a continuación se transcribe, que también transcurre en una playa. En él, un ciego descubre el mar y otra vez, como en el poema anterior, el mar se hace pequeño y humano, hasta tal punto que para hablar de su borde se dice la orilla de la playa y no la orilla del mar:
Hay en este libro poco aire, poco paisaje, poco vacío; pocos espacios no habitados por el hombre. Aquí todo siente, se duele y se conduele; los poemas se comunican entre sí, sus personajes se extienden hasta tocarse unos con otros; habitan escenarios tan vivos como ellos; sus auras, sin oros y esplendores, sus auras piadosas y vulgares, grises y sensibles, con una sensibilidad erizada y pendiente, en carne viva, se confunden como en aquellos dibujos infantiles iluminados, en donde los contornos se perdían inundando el cielo de carne y la carne de verde.
Estos diástoles y sístoles llevan a los poemas del verso a la prosa y de la prosa al verso, solitarios y poblados, a un mismo tiempo, tan solitarios y poblados como sus personajes; tímidos, llenos de voces y fantasmas.
En la primera parte del libro abundan textos a modo de pequeñas obras teatrales, en donde los diálogos o monólogos subrayan las diferencias de alma y de psicología entre hombres y mujeres, la imposibilidad de entendimiento y el surgimiento del malentendido y el error del que, con frecuencia, brota el amor como un misterio.
Ser dos o tres, ser muchos y no saber quién se es, preguntárselo y debatirlo con los otros que hay dentro de uno; dejarse la barba y quitársela; escribir cuento, teatro, poesía; no escribir; no saber dónde se está; pintarse los labios de rojo, hacer gestos, ademanes: hacer que las muecas nos pierdan incontrolablemente entre la multitud que aflora a la cara; ser la imitadora, la gorda, el flaco, el ciego, los ciegos, la que en un semáforo decide abandonar sus gestos por obsoletos y hacerse otros, o ser a quien un mimo desnudó como a un niño dejándolo sin ademanes, sin arrugas, sin sombra, libre como un gato; ser la mujer que deja los zapatos al borde de una chimenea y se va para siempre, son, entre otras, algunas de las formas de ser Beatriz Novaro, quien sabe mirar a fondo las caras de los otros y olvidarse de sí, hasta ver el mundo desde adentro de unos ojos ajenos, tanto como verse a sí misma.
Si gran parte de este libro está lleno de personajes que bordean la ficción, en la última parte hay fantasmas más autobiográficos. Los poemas dedicados al padre y a la madre, a la infancia perdida, el paso desolador del tiempo son, no obstante el encanto de los poemas ya reseñados, los que calan más hondo.
Entre ellos hay uno: ``La casa vacía'', que es, con Chimalistac, un gran poema. En él se llega a lo extremo del espíritu del libro: se confunden, hasta hacerse indistinguibles, el mundo de afuera con el de adentro, los otros con el uno; se mezclan el pasado y el presente, los muertos y los vivos, para crear un espacio en un tiempo; de donde entramos y salimos, y salimos y entramos, con los ojos abiertos y con los ojos cerrados, a vivir con los muertos y a estar por ello más vivos, sin dejar de ser los de siempre. Este es el tiempo de la poesía donde logra meternos Beatriz Novaro de manera maestra con este poema. Me resisto a glosarlo: quisiera que lo leyeran, junto a los otros poemas, en su casa y a solas.
Miguel de la Madrid,
El ejercicio de
las facultades
presidenciales,
Editorial Porrúa y
UJ-UNAM
México, 1998
Sergio Mota,
México. Estabilización y
cambio
estructural,1982-1988,
Ediciones Castillo,
S. A. de C.V.
México, 1998.
El 22 de agosto de 1982, un télex enviado a unos mil bancos internacionales por las autoridades de la Secretaría de Hacienda explicaba que, frente a la ``aguda'' escasez de fondos, México solicitaba una moratoria de 90 días en el pago del servicio de la deuda. El gobierno se había quedado sin recursos. Se detonó así la crisis de la deuda exterior, cuyas consecuencias durante los siguientes años se extenderían al ámbito político y social del país. Este hecho por sí solo marcaría, irremediablemente, el desarrollo del sexenio presidencial de Miguel de la Madrid.
Los principales esfuerzos de política económica desde 1982 giraron en torno al cumplimiento del pago de la deuda, para lo cual se llevaron a cabo negociaciones constantes en las capitales financieras del mundo -si bien con muy poco éxito. Además, una serie de eventos de carácter económico agravó la situación del país durante todo el sexenio. El precio del petróleo cayó de más de treinta y tres dólares el barril en 1982, a cinco dólares en 1986, afectando el rubro más importante (37 por ciento) de ingresos públicos. Las altas tasas internacionales provocaron una enorme transferencia de recursos financieros al exterior; en 1985 un terremoto de gran magnitud destruyó una parte de la Ciudad de México, y en 1987 la Bolsa Mexicana de Valores sufrió un ``crack'', sin precedentes históricos. En consecuencia, las condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos sufrieron en la medida en que la economía se estancó y la inflación se disparó. De hecho, el gobierno enfrentó las condiciones más adversas desde la Gran Depresión (1929-1932).
El sexenio que inicia en 1982 representa un corte crítico en el proceso más largo de cambio en el país. Se trata de un periodo en que las crisis (y las respuestas de política que, en forma exitosa o no, el gobierno intentó poner en práctica) colocaron a la economía en el centro de la historia; marcaron el inicio de la transición en todos los órdenes de la vida nacional. Se trata de un sexenio excepcional, y sus problemas y lecciones determinan desde entonces la reestructuración -económica, política, social- de fines del siglo. En otras palabras, el presente de México comienza en 1982.
Es muy importante, por ello, que recientemente haya surgido un interés creciente por parte de varios de los participantes directos de estos años, y de analistas y académicos en diversas disciplinas en el estudio del sexenio de 1982-1988. En este contexto, resulta muy afortunado que hayan aparecido, casi de manera simultánea, el libro de Miguel de la Madrid, El ejercicio de las facultades presidenciales, y el de Sergio Mota, México. Estabilización y cambio estructural ,1982-1988, pues se complementan entre sí. Otros libros que han venido a enriquecer el conocimiento del periodo son la obra de Enrique Cárdenas, La Política Económica, 1950-1994 (FCE-El Colegio de México, 1996), y La nueva relación entre el legislativo y el ejecutivo: la política económica, 1982-1997 de Alicia Hernández Chávez (FCE-El Colegio de México-Instituto de Investigaciones Legislativas-IPN, 1998).
El libro de Sergio Mota, México. Estabilización y cambio estructural, 1982-1988, analiza los factores externos que provocaron la crisis inicial del sexenio; hace un balance de resultados económicos a principios y finales del periodo; describe el diagnóstico internacional sobre la situación de México durante 1982-1988, y concluye con una serie de recomendaciones y líneas de acción.
El libro de Miguel de la Madrid, El ejercicio de las facultades presidenciales, revisa los principales ámbitos de acción del Ejecutivo: su participación en la creación de leyes; su capacidad de nombramientos; la responsabilidad presidencial; sus tareas como jefe de la administración pública y de las fuerzas armadas, la conducción de las relaciones exteriores; la responsabilidad electoral; sus responsabilidades en materia social y en la política económica. Pero el principal interés de Miguel de la Madrid parece ser -como lo ha sido durante mucho tiempo en su trabajo intelectual- conocer el alcance de la norma jurídica como instrumento de ``planeación''. El papel del Estado en la economía se encuentra, de hecho, en el centro de sus preocupaciones como estadista y estudioso del derecho y la economía.
El libro de Mota analiza la política económica del sexenio 1982-1988, mientras que el libro de De la Madrid describe cómo ejerció, en su carácter de presidente de la República, los poderes que la Constitución le otorga (o le otorgó a partir de una serie de reformas legales) en la conducción de la política de gobierno. En donde la complementariedad de ambos trabajos es más clara es, por supuesto, en los capítulos de este último libro que se refieren al ejercicio de las facultades presidenciales en materia económica.
Los libros de Miguel de la Madrid y Sergio Mota pueden (y deben, creo yo) leerse juntos. De este modo se entiende mejor el entramado político, económico y jurídico de 1982-1988. A pesar de esto resultan, sin embargo, insuficientes para entender la compleja historia de este sexenio, quizás uno de los periodos de la historia económica y política más complejos de la etapa moderna del país. Se antoja lograr entender mejor la estrecha interrelación que existió entre los acontecimientos económicos que marcaron al periodo 1982-1988 y las respuestas de política que dio el gobierno de Miguel de la Madrid en el marco jurídico vigente durante esos años. ¿Cuál fue la relación específica entre los problemas económicos, las medidas tomadas y las leyes que permitían (o no) responder de la manera en que el gobierno y los principales actores políticos y económicos deseaban hacerlo?
De los dos libros se desprende en conjunto la conclusión lógica de que, en efecto, el tema económico determinó decisiones fundamentales que incidieron en el diseño del Estado, sus políticas y las normas que las rigen. Pero que, además, las crisis y las respuestas a ellas durante 1982-1988 contribuyeron a sentar las bases estructurales de la transición que -en la economía, la sociedad y la política- ha seguido desde entonces diferentes ritmos y tiempos y, en algunos campos, no ha concluido todavía. La historia del presente no ha llegado a su fin, pero nunca la entenderemos del todo si no continuamos estudiando con objetividad el periodo que comienza en 1982.