Con el nombre comprometido que se anota arriba (y que a mí me parece absurdo porque un milenio son muchos añitos como para anticipar lo que pueda pasar) y convocados por Rafael Alburquerque, secretario de Estado de Trabajo de la República Dominicana, nos reunimos en Santo Domingo en esta semana los integrantes del Grupo de los Nueve (antes, por mejor nombre, Patota) con el agregado de Arturo Bronstein, una enciclopedia jurídica de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), encargado de Centroamérica, el Caribe y México, con sede en San José de Costa Rica.
No faltó nadie: Plá, Morgado, Pasco, Giglio, Montoya Melgar, Murgas, Ackerman, Alburquerque y, como dijo aquél, el suscrito que habla. El ambiente, de lujo: más de 400 asistentes, todos abogados en ejercicio o jueces a los que se dio licencia por la Suprema Corte para dejar por tres días su chamba.
Los temas fueron los lógicos de estos tiempos difíciles: Perspectivas del Derecho del Trabajo; El Sindicalismo ante la Globalización; La Subcontratación Laboral y Los Principios del Derecho Procesal del Trabajo.
Me tocó el tema del sindicalismo, que desarrollamos Alburquerque, Murgas y yo, y en mi caso con claras referencias a las posibilidades de crecimiento internacional de la solidaridad sindical que, por cierto, ya se está manifestando al menos entre Estados Unidos y nosotros, con una alianza interesante de la American Federation of Labor, Congress of Industrial Organizations que empieza a olvidar sus viejas relaciones con los corporativos y busca, con mejor criterio, a los independientes. A lo mejor se repite el viejo lema marxista: ``Proletarios de todos los países: ¡Uníos!''.
Un tema fundamental que abordaron Montoya y Bronstein, con dos profesores dominicanos, fue el de la subcontratación. Hoy en día se ha puesto de moda, como un mecanismo de defensa empresarial, el no tener trabajadores o tener los menos posibles. Se han inventado las empresas de mano de obra; los grupos de empresas en los que la dueña de las acciones del grupo no tiene trabajadores; las empresas de trabajo temporal y, por supuesto, la multitud de contratos individuales que pretenden convertir en relaciones civiles o mercantiles las que son, en rigor, laborales.
El tema bordea situaciones de fraude porque se funda en la intensa intervención de intermediarios de tal manera que el empresario principal ordena y manda pero el patrón aparente lo es la empresa de servicio.
En el mundo internacional el nombre tiene connotaciones especiales: out sourcing, que igual podría significar la presencia de un proveedor, en sí mismo empresa constituida con medios propios suficientes para atender sus responsabilidades laborales, los famosos subcontratistas de la construcción por poner un ejemplo, o bien uno de esos instrumentos de intermediación que andan en el campo nebuloso de la irresponsabilidad laboral del principal con la insolvencia más o menos evidente del servidor y prestanombre.
Es cierto --y lo narra Roberto B. Reich, antiguo ministro de Trabajo de Clinton en un libro excelente-- que ha pasado el tiempo de las empresas monumentales, particularmente en la industria automovilística y que hoy en el producto participan empresas regadas por todo el mundo, autónomas, que en sí mismas constituyen una red, de tal manera que el de la marca simplemente arma el automóvil y lo pone a disposición de la comercializadora.
Eso es normal y nada criticable. En todo caso el empleo que se pierde en la antigua empresa monstruosa, hoy se reparte en todo el mundo, probablemente con la búsqueda de mano de obra más barata o de tecnologías de punta, que las dos cosas cuentan.
Lo cierto es que el tema de la subcontratación parece de moda. Entre nosotros, la previsión de Mario de la Cueva al preparar la Ley Federal del Trabajo de 1970 nos hace contar con reglas de juego suficientes, los artículos 12 al 16, inclusive. Pero la lucha que ya está también presente apenas empieza.
Alfredo Montoya hizo, además, una conferencia especial en la Universidad Henríquez Ureña y trató de los contratos temporales, hoy en crisis en España. No es extraño. Con ellos abundan los accidentes de trabajo, la impreparación, la falta de productividad y otros fantasmas que han obligado a España a revisar las reglas de juego. Y a nosotros, a tomar nota.
Y fue nota importante la amable invitación a una cena que nos ofreció el presidente Leonel Fernández. Me causó una excelente impresión.