La Jornada lunes 3 de mayo de 1999

COLOMBIA: ENCUENTRO POR LA PAZ

SOL Después de 35 años de guerra, la paz en Colombia parece ser una posibilidad madura.

La sorpresiva reunión efectuada ayer entre el presidente colombiano, Andrés Pastrana, y el líder máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Manuel Marulanda, es una expresión de los avances logrados en el proceso de negociación de paz que se mantiene en San Vicente del Caguán, entre representantes gubernamentales y guerrilleros, desde el inicio del mandato de Pastrana.

Durante el jueves y el viernes de la semana pasada, altos funcionarios gubernamentales, legisladores y destacados integrantes de los partidos políticos mantuvieron intensas negociaciones en ese sitio con la dirigencia insurgente.

En el curso de esos encuentros se avanzó en la elaboración de la agenda para el diálogo y ello, puede inferirse, hizo posible la reunión de ayer. Habría que apuntar que el consenso político y social en torno a la necesidad de superar los enfrentamientos armados es el principal motor del proceso colombiano de pacificación, pero ha de mencionarse, también, la sensibilidad y la agudeza del actual mandatario para percibir ese consenso, asumirlo como convicción propia, fortalecerlo y convertirlo en acciones concretas de gobierno.

Sin desconocer el peso de las obvias consideraciones éticas que aconsejan renunciar a la violencia, la sociedad colombiana en su conjunto parece haber hecho conciencia de la suprema inutilidad del conflicto armado.

Las organizaciones guerrilleras se han rendido a la evidencia de que no pueden derrotar al Estado en el terreno militar.

El poder público, por su parte, ha cobrado conciencia de su incapacidad para erradicarlas por medios bélicos.

Salvo para los grupos paramilitares que han encontrado su modus vivendi en la perpetuación de la violencia, en Colombia ha quedado claro que la guerra no tiene futuro. Por ello, parece no sólo necesario, sino también inevitable, que el Ejército de Liberación Nacional (ELN, la otra organización guerrillera del país) se incorpore al proceso pacificador o establezca un mecanismo propio de diálogo con las autoridades.

Finalmente, debe resaltarse que en la mesa de negociaciones no sólo está en juego el desarme de las guerrillas y la integración de sus combatientes a la vida civil, sino también un conjunto de transformaciones profundas de índole política, económica -específicamente, de política económica- y social, orientadas a establecer una nación más democrática, equitativa y justa. Por ello, el proceso colombiano es ejemplar. Cabe hacer votos por su pronto éxito.