Con público numeroso, expectante y bien dispuesto, el pasado 30 de abril se inauguró la cuarta Bienal que auspicia el Museo de Monterrey, con el apoyo de Bancomer, instancia responsable de financiar los premios de 100 mil pesos para cada categoría: pintura, escultura e instalaciones. Los integrantes del jurado fuimos los curadores internacionales Menene Gras Balaguer, de Barcelona; Ivo Mesquita, de Brasil, críticos de arte al igual que los mexicanos Rita Eder, Xavier Moyssén jr. y quien esto escribe.
Hace más de dos meses las mismas personas realizamos la selección de las obras que corresponden, como suele suceder en este tipo de certámenes, aproximadamente a 9 por ciento de la totalidad del envío, revisado acuciosamente mediante diapositivas, expedientes, descripciones, videos y diagramas (en las instalaciones) durante cuatro días consecutivos.
La premiación propició discusiones de buen nivel que ųaunque tajantesų no llegaron ni a la franca disputa ni a la cancelación propuesta en un inicio por dos de los miembros del jurado para el premio de pintura que se pretendía declarar desierto. Fue ésta la que suscitó intensos debates debido a que se propuso premiar Green Lush Sub Tropicana Jungle mix I, de Melanie Smith, inscrita como instalación, trasladándola a la categoría de pintura porque, se dijo, ''se podía leer como pintura". Si bien es cierto que la obra adosada a un muro está basada en la percepción del color verde, no hay en ella ųa mi juicioų nada que la haga ser pintura. Está realizada sobre hojas de triplay que forman el soporte de la pieza sobre el que se adhirieron plantas de plástico tipo enredaderas, helechos, palmas, etcétera; globos, pelotas, chácharas verdes como ranas y lagartijas, además de bolsitas de mano.
De manera atinada, entre estos elementos hay tubos de luz fluorescente verde. Cierto, es una obra que puede verse como mural volumétrico, pero no es una pintura. No es que yo abogue por la casi ''sacralidad" de este medio tal y como lo hace Vlady, pero una pintura, por más artificio que conlleve (de lo contrario no sería pintura) corresponde a una estética de otra índole. La pintura exige contacto directo: el lápiz, el pincel, la espátula; los pegostes son usados por el pintor de manera que se vuelven prolongaciones de su cuerpo, ''tocan" la tela (o la madera, o lo que sea) imprimiendo gestos que son suyos. La pintura tiene algo de carnalidad y tiene ''piel", no importa cuál sea el partido del o de la autora ni si se vale de fotografías (desde el siglo XVI se utilizó la cámara oscura), si lo que orquesta es la estructura, si hay efecto ''arrebatado", si por el contrario la hechura es puntillosa, si hay imaginería o ausencia de la misma.
El oficio del pintor es artesano. Claro, no sólo así, pero eso está y los pintores suelen tener una relación privilegiada con la pintura. Les gusta verla, palparla, como a Cézanne (ciertamente uno de los dioses) que se pasaba horas en el Louvre viendo cuadros de Poussin. Hacer de la pintura tiene algo específico: los materiales son manipulados, distribuidos de tal modo que funcionan como obstáculo y como posibilidad.
No podría declararse desierta la sección de pintura, porque sí había pinturas. Quedaron cinco finalistas y la discusión sobre cada una de las obras fue exhaustiva. Por mayoría, el premio fue para Trini (Katrien M. Vangheluwe), la siguieron en este orden José Castro Leñero, Manuela Generali, María Vanesa García Lembo (mención) y Víctor Rodríguez con una pintura al acrílico, Don Quijote. Una bella mujer embarazada semicubierta con un blusón rojo lee El Quijote en edición de Porrúa. Esta pieza haría un buen cartel o una atractiva serigrafía, pero no funciona como pintura. Es la congruencia inesperada entre el enunciado y lo representado lo que cuenta.
La sección de escultura esta vez estuvo muy débil y sin problema el consenso se lo llevó Miriam Medrez, con Trayector, en tanto que la instalación premiada, muy afortunada, concreta, sin triques y con concepto correspondió al grupo Semefo, que sin prescindir de sus temas consabidos ahora presentó una instalación que paradójicamente se niega como tal. La obra de Melanie Smith recibió mención honorífica, naturalmente como instalación. Una obra más que atrajo la atención del jurado en este género es de tipo ambientación, No me hallo, de María Elena Cueva, y el título juega muy bien con los objetos y aditamentos que la constituyen.
La ausencia de fotografías (salvo las que acompañan a las instalaciones) y de grabados harían necesario un replanteamiento de las bases que hasta ahora rigen esta Bienal, que desde sus inicios mostró gran poder de convocatoria.