Luis Hernández Navarro
El heredero del maestro Lombardo

Repites hoy sobre los estudiantes en huelga lo mismo que de ti decían hace treinta años. Según tú, ellos son vándalos, ignorantes, provocadores, grillos, manipulados, ultras, minorías, irracionales, privilegiados, violentos, fósiles. Son cualquier cosa me- nos lo que de sí mismos afirman ser: alumnos en defensa de su universidad.

Olvidaste ya que la A de la UNAM se conquistó gracias a una huelga de casi dos meses que estalló el 6 de mayo de 1929. Y que cuatro años más tarde fue necesario un nuevo paro para ampliar su autonomía. No recuerdas que cuando en 1948 el rector Salvador Zubirán elevó en 10 por ciento el pago de las cuotas, los estudiantes hicieron un paro que forzó su renuncia. Eso sí, no has enterrado aún el recuerdo de un 1968 en el que la movilización universitaria cambió para siempre la imagen del país y del gobierno. Hace apenas unos meses, en las jornadas para conmemorar los treinta años de aquella lucha, reivindicabas tu lugar en esa historia. Y tienes amargamente presente que el rector Jorge Carpizo tuvo que desandar el camino de las reformas aprobadas sin discusión por el Consejo Universitario debido a la huelga estallada por el CEU.

Pero ahora las cosas son distintas al 68. Y los que hoy actúan como tú lo hacías entonces no merecen de ti más que descalificaciones. Te comportas ante los huelguistas como un jubilado que ve en el movimiento una amenaza a su pensión. Donde antes reconocías luces, hoy ves sombras; donde ayer encontrabas dignidad, hoy sólo percibes el asalto a la razón. Estos estudiantes se han convertido en el espejo en que te miras para no reconocerte, en la estampa de lo que deseaste ser y ya no eres, aunque quieras seguir cobrando los intereses de esa otra bolsa de valores.

Piensas que el aumento de las cuotas es una mera cuestión administrativa. Te parece un despropósito que la modificación al reglamento general de pagos y la forma en la que se acordó sean un peldaño más en la escalera que conduce a la reorganización excluyente de la UNAM y la educación superior. Y no comprendes cómo pudo provocar un movimiento de la magnitud del actual si no es por la manipulación de quienes usan a los estudiantes como carne de cañón.

En los usos de tu olvido omites que explicaciones parecidas se dieron sobre los seis puntos del pliego petitorio del movimiento del 68. Eres incapaz de advertir el profundo y genuino descontento que emerge de la huelga de hoy, y que se condensa en la gota que derrama el vaso: el incremento unilateral de las colegiaturas.

Ante el tren de las reformas neoliberales no cabe, según tu criterio, más que postrarse de hinojos o tratar de conseguir un asiento, de preferencia en primera clase. Juzgas inadmisible la resistencia de los jóvenes universitarios a la dictadura del pensamiento único. Ves en ella un regreso al ludismo, un rechazo sin sentido a la modernidad realmente existente. Y, desde tu lugar en el tren, excomulgas a quienes buscan detenerlo, reorientarlo o descarrilarlo.

Tus críticas no son las de quienes están convencidos de que la huelga no es la mejor arma de lucha de los universitarios, y que resulta contraproducente a su causa, o la de quienes sinceramente creen adecuado el ajustar las cuotas a los nuevos niveles de inflación, pero intentan comprender y llaman a dialogar. No. Tu indignación hacia el paro está alimentada por el ánimo de revancha. Quieres cobrar en el 99 la factura que no pudiste hacer buena en el 87, y los huelguistas de hoy te la están echando a perder otra vez.

Un descalabró más en el asunto de las cuotas será una nueva derrota de la razón de Estado que vive dentro de ti. Por eso te opones a que se abran las puertas de la negociación pública. Por allí, adviertes apurado, se colarán todas las otras resistencias.

Cada día te pareces más al maestro Lombardo Toledano. El mismo que en el nombre del socialismo satanizaba cualquier lucha contestaria, y que tildó de reaccionarios y aliados del imperialismo lo mismo a ferrocarrileros que a estudiantes. Donde quiera que el viejo sabio haya ido después de su muerte, sea el paraíso proletario o el infierno burgués o el limbo de los no creyentes, debe estarse regocijando contigo. Nada debe agradarle más que tu insistencia en que la huelga universitaria es un movimiento de pobres en solidaridad con los ricos. El no habría dicho nada mejor, ni nada distinto.

Sí, ya eres el heredero del maestro Lombardo.