Ugo Pipitone
Un incierto equilibrio

Desde mediados de 1997 el escenario económico mundial se ha ido modificando por una secuencia de crisis financieras que han afectado Asia oriental antes, Rusia después y finalmente, en enero de este año, Brasil. El crecimiento económico mundial que había tocado en 1997 su nivel más elevado de la década, ha descendido de un entero punto en 1998, para ubicarse alrededor de 2 por ciento. Y las predicciones para 1999 están apenas por encima del año pasado. Pocas veces como en la actualidad los signos económicos internacionales ponen en evidencia una fragilidad global cargada de riesgos. Veamos rápidamente los elementos que justifican este punto de vista.

Siguiendo la pauta dominante de esta última década del siglo, la única economía importante que crece a ritmos elevados es la de Estados Unidos. Europa y Asia oriental siguen sin dar señas de una recuperación dinámica. Lo cual no sería muy preocupante si no fuera que estas regiones representan más de la mitad del PIB y del comercio mundiales. Con un incremento previsto del PIB inferior a 2 por ciento para 1999, es evidente que la Unión Europea no termina de convertir el éxito de su integración monetaria en un triunfo económico y, mucho menos, social. Y, por otro lado, los países emergentes de Asia oriental que en las últimas dos décadas fueron el componente más dinámico de la economía mundial, con crecimientos oscilantes entre 8 y 10 por ciento anual, para el año en curso se estima que se mantendrán por debajo de una tasa de 2 por ciento, con posibilidades de contracción absoluta en Malasia, Tailandia e Indonesia.

Así que, con una Europa que jala poco y un Oriente de Asia que no termina de curarse las heridas de un ciclo de endeudamiento excesivo y de sobrecapitalización en varios sectores críticos, la única noticia positiva del presente viene de una economía estadunidense que, contra vientos y mareas, sigue creciendo a tasas elevadas -4 por ciento el primer trimestre del año. Sin embargo, es obvio que la salud económica de Estados Unidos está lejos de ser suficiente a garantizar un cuadro económico global estable. Sobre todo en un contexto en que persisten dos elementos potencialmente explosivos.

El primero es la contracción dinámica del comercio internacional. En 1997 este comercio registró un aumento, medido en volumen, de 10.5 por ciento. En 1998 el incremento se limitó a 3.5 por ciento en volumen y a un retroceso absoluto de 2 por ciento en valor. Un bajo dinamismo del comercio internacional en 1999 afectaría sobre todo Asia oriental y Europa occidental, que de él dependen en forma sustancial, con el riesgo de activar un círculo vicioso de consecuencias potencialmente graves. El segundo problema reside en la excesiva valorización del mercado accionario de Nueva York, que podría activar un desplome de las expectativas con serias consecuencias sobre la única economía dinámica del mundo en la actualidad, la de Estados Unidos. Según Michael Mussa, el economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, Wall Street requeriría una corrección de los cursos bursátiles en el orden del 20 por ciento. Y podemos suponer con cierta dosis de seguridad que esta estimación peca más por defecto que por exceso.

A estas dudas hay que añadir dos certezas. El continuado retroceso económico de Europa del este en 1999, agravado por el nuevo desplome de la economía rusa que, para el año en curso, podría retroceder en 7 por ciento. Y el crecimiento negativo de América Latina que, según el Fondo Monetario Internacional, debería girar alrededor de 0.5 por ciento. Consecuencia inevitable de la brusca contracción de la economía brasileña. Las noticias más positivas vienen de las exportaciones mexicanas que, si bien han perdido dinamismo en 1998 respecto a los dos años anteriores, siguen aprovechándose del largo boom económico estadunidense.

En este escenario global de clara fragilidad, sólo queda esperar que no ocurra una corrección abrupta de los valores accionarios en Estados Unidos y que los bancos asiáticos se recapitalicen rápidamente, evitando nuevas oleadas de pánico. Si algo fallara en cualquiera de estos dos terrenos, nos enfrentaríamos a serios, tal vez, muy serios, dolores de cabeza.