n Dolor de su padre, el autor de Los años con Laura Díaz, en Buenos Aires
Murió Carlos Fuentes Lemus, en Puerto Vallarta
Stella Calloni, corresponsal, Buenos Aires, 5 de mayo n Con la voz quebrada, el escritor Carlos Fuentes se preparaba esta noche para partir hacia México, después de enterarse de la inesperada muerte de su hijo Carlos Fuentes Lemus (26 años), acaecida este miércoles en Puerto Vallarta, como consecuencia de un infarto pulmonar.
"Es imposible expresar nada ante esta circunstancia", dijo a La Jornada, momentos antes de partir hacia el aeropuerto bonaerense.
De esta manera trágica culminó su estadía en Buenos Aires, donde cientos de argentinos lo escucharon con devoción durante la presentación de su más reciente libro, Los años con Laura Díaz, entusiasmo que fue compartido por sus lectores en Uruguay.
Al conocer la noticia, muchos de sus amigos más cercanos intentaron compartir un momento con este hombre desolado, que había dejado atrás al escritor. Era imposible ante la dimensión del dolor que lo abatió.
El año anterior Fuentes llegó a Buenos Aires con su hijo, que compartió con él su paso por la Feria del Libro.
Carlos Fuentes Lemus nació en París, Francia, en 1973, y a la edad de 5 años ganó el Premio Shankar Internacional de dibujo infantil en Nueva Delhi (India), según se asienta en el libro Retratos en el tiempo (Alfaguara), integrado por textos de Carlos Fuentes y fotografías de su hijo.
Su interés por la fotografía se inició a los 12 años, cuando asistía a una escuela de Normandía (Francia), y su padre le regaló una cámara Leica. En 1987, según el referido libro, se inscribió en The Perse School for Boys de Cambrigde (Inglaterra), donde comenzó a escribir poesía y a pintar seriamente.
En el prólogo de Retratos del tiempo, el escritor argentino Tomás Eloy Martínez dice acerca de esa obra: "He aquí el viaje íntimo de dos seres humanos que se llaman igual pero que no podrían -sin embargo- ser más distintos. El padre tiene la ventaja de haber vivido la historia antes de que el hijo pudiera conocerla; pero es el hijo quien fija esa historia, quien la detiene, quien establece la imagen a través de la cual será recordada. Lo que hace el padre es -luego de contar su parte- tratar de entender las intenciones del fotógrafo, leer las respiraciones de la mitología personal del hijo para poder entonces, con palabras, explicarla. Es el eterno duelo entre los hechos y su representación, entre el lenguaje y la imagen. Sin embargo, ese combate es en este libro no enfrentamiento sino armonía: una especie de pacto entre lo contingente (la imagen) y lo permanente (el texto)".