Olga Harmony
Palabras

Todavía giran en mi mente algunas reflexiones debidas al encuentro que tuvo lugar en el Foro de Teatro Contemporáneo, revividas de cierta manera por el artículo de Juan Villoro, en La Jornada Semanal, que tituló ``Miedo escénico'' y me retumban las definitivas palabras de Luis de Tavira: ``Si todo es teatro, nada es teatro''. En efecto, los hechos, cualesquiera hechos, para ser hechos dramáticos requieren de una elaboración artística. Por otra parte, muchos términos del arte teatral son utilizados para otros menesteres, no siempre con buena fortuna. Ya casi me resigno a no saltar cuando leo ``entre bambalinas'' por ``entre bastidores'', teniendo en cuenta que las primeras son esas tiras de tela que, en lo alto del escenario, sirven para tapar cuerdas y diablas: arreglar algo ``entre bambalinas'' requiere una gran capacidad de acrobacia. Tampoco me irrito tanto cuando leo que alguien ``hizo mutis'', entendido el término como que enmudeció y no, como es lo propio, que salió de escena. Casi ni me inmuto cuando leo esto de ``varios escenarios económicos'' y ya no pienso en teatritos desvencijados.

No hay que exagerar. Leemos ``escenario de la guerra'' o ``escena del crimen'' o ``protagonista de la historia'' y todos entendemos. Los términos de las diferentes artes, por extensión, sirven para ilustrar de manera muy expresiva lo que se quiere decir. Así, ningún artista plástico protesta ante frases como ``El doloroso cuadro...'' Leo en el periódico del domingo la nota de Arturo Cano que lleva la acertada cabeza -refiriéndose a los desfiles del Día del Trabajo- ``Las `gracias' y la `V', elementos de dos obras en un acto''. Es válido, la analogía está muy bien empleada.

En cambio, me abruma que un columnista político afirme que ``la comedia o la tragicomedia se divide en capítulos''. Me pregunto qué habrá querido decir con eso, a qué nueva poética totalmente desconocida para mí está recurriendo. Puede ser, y es lo más probable, que no tenga la menor idea de lo que son los géneros teatrales y de la estructura dramática. Pero no entiendo que, por mostrar elegancia, se muestre tanta ignorancia y creo, sin mayor intención de dómine, que más vale no utilizar los términos de rubros que desconocemos.

Vuelvo a mi primera idea de la relaboración artística. Aun el teatro más realista debe tamizar los diálogos, así se trate de un oído tan fino como el de Emilio Carballido, por ejemplo, para captar el habla popular. Propongo un juego. Tomo frases escuchadas realmente en situaciones verdaderas y las escribo fuera de contexto. El lector de inmediato imagina una escena, en la que la frase en cuestión configure un parlamento. Luego doy la situación real en que fueron emitidas y estará de acuerdo conmigo en que ningún dramaturgo las podría transcribir tal cual.

-``Ven para acá, m'hijita, que te voy a cortar el pelo''.

La escena imaginada: Una madre cariñosa, arreglando a su pequeña hija para una ocasión especial. La situación real: Una jovencísima enfermera dirigiéndose a una paciente de mayor edad; hasta entonces desconocida para ella. Paternalismo y tuteo son hechos cotidianos en los hospitales públicos y privados, una especie de superioridad virtual sobre el indefenso paciente, pero a ningún dramaturgo en sus cabales se le ocurriría utilizarlos, a menos que su intención fuera de crítica hacia el personaje de la enfermerita.

-``¿Qué le doy, mi reina?''

Cualquiera, por escasa que sea su cultura cinematográfica, imagina a Javier Solís o alguien semejante, tras el mostrador de una carnicería tratando de seducir a una empleada doméstica con todos los atributos de María Victoria. Pero, como todos sabemos por nuestra experiencia, cualquier marchante, hombre o mujer, en tianguis o tienda de autoservicio, se lo espeta a cualquier cliente femenina, de cualquier edad o condición.

Las palabras van perdiendo su sentido, inundado nuestro idioma como está por la mala traducción que se hace de vocablos de otros idiomas (nominar, por ejemplo, ya no es nombrar, sino proponer a alguien para un cargo o premio, por culpa del inglés mal digerido nominante). La literatura, y con ella entiendo la literatura dramática, rescata los términos, así sean mexicanismos empleados en diálogos realistas en apariencia, de los malos usos que el yuppismo imperante les confiere en la calle. ¿Usted cree que un buen escritor diga cosas como contactar, concientizar y toda esa jerga de tecnócrata de fin de milenio? Tampoco, me imagino, usará la terminología teatral de forma inadecuada.