En las entrevistas que el rector Francisco Barnés ha tenido con distintos medios impresos y electrónicos aparece una constante: su sorpresa por las reacciones estudiantiles que desembocaron en la huelga de la UNAM. No quiso, o no pudo, aceptar las recomendaciones de variados personajes con largas trayectorias de vinculación a la universidad, que le advirtieron acerca de los posibles rechazos de los unamitas al plan de nuevas cuotas económicas.
En la línea interpretativa del doctor Barnés, el conflicto en la Universidad Nacional se reduce a ``un grupito de estudiantes'' inconformes y recalcitrantes que se oponen al nuevo Reglamento General de Pagos (RGP). Por ello, para él es difícil entender la extensión alcanzada por el movimiento huelguístico, y lo seguirá siendo en la medida que siga obstinado en negarse a ver el fondo de los motivos por los que sus opositores cerraron las instalaciones universitarias. Entresaco unas líneas de la entrevista del rector con el semanario antes citado, en ellas el funcionario revela falta de conocimiento de la comunidad que preside: ``Nunca pensamos que fuera a surgir un movimiento que defendiera a los estudiantes que sí pueden -y sí quieren- contribuir a mejorar los servicios en la Universidad. No entiendo, la verdad no entiendo. Sigo sin entender que haya alguien que, a cambio de una modesta cuota, se oponga a que se mejoren los servicios educativos en la Universidad''.
Mientras desde la rectoría el asunto se quiera continuar reduciendo a un problema de estudiantes que sí quieren mejorar a la UNAM (vía el pago de cuotas), y otros que se rehúsan a cooperar con su universidad (y por ello son antisolidarios con la institución), es prácticamente imposible la existencia de condiciones para reconocer como interlocutores a los estudiantes inconformes. Culpabilizar de que la UNAM difícilmente va a mejorar los servicios educativos si los huelguistas logran su objetivo de echar para atrás el nuevo RGP, es una mistificación y reducción de un tópico mayor. Hasta ahora el rector Barnés no le ha dicho a la opinión pública, a la comunidad universitaria en primer lugar, cómo se va a resolver el problema de los bajísimos sueldos que perciben los profesores e investigadores unameños. Porque si, como él mismo afirmó, la cantidad recaudada por las hipotéticas nuevas colegiaturas se aplicará a mejorar las condiciones de estudio de los matriculados en la universidad, entonces qué medidas tiene en mente para elevar sustancialmente los ingresos del empobrecido cuerpo docente que heroicamente sigue impartiendo cursos en la UNAM. ¿De dónde saldrán los recursos? ¿Acaso del cada vez menor presupuesto que el gobierno otorga a la institución? ¿Si ese presupuesto es insuficiente, por qué Barnés no declara antisolidarias con la educación universitaria a las autoridades federales? Es más fácil aventarle la culpa a una turba de activistas intransigentes y dejar intacta la estructura político-financiera que ha complotado contra una mayor y mejor escolaridad en las escuelas públicas.
El debate de más provecho para la sociedad mexicana en su conjunto que se está dando a raíz de la huelga en la UNAM, no en forma amplia y generalizada como debiera ser, es el de qué filosofía pedagógica debe orientar el proceso de enseñanza-aprendizaje en las instituciones de educación superior. En esto hay más que dos posturas, existe una riqueza propositiva que rebasa con mucho los posicionamientos de los huelguistas y los de la rectoría. Por ejemplo, se puede estar de acuerdo con la defensa de la gratuidad de la educación que hacen los huelguistas, pero no en la inclusión de puntos en su pliego petitorio como el que se refiere a la permanencia irrestricta de los estudiantes en bachillerato, licenciatura o posgrado. También es un error pugnar por que la universidad restablezca nexos académicos y administrativos con las preparatorias populares. Por su parte, el doctor Barnés podría dejar de ver la cuestión como un conflicto creado por quienes se oponen sistemáticamente a las propuestas de las autoridades, para en su lugar vislumbrar que las circunstancias ponen de nueva cuenta la posibilidad de dialogar intensamente sobre qué universidad consolidar y sobre qué bases fundamentarla. Por otro lado, hay todo un campo para reformas escolares (sin aumentos de cuotas de por medio) que de hacerlas mejoraría de manera muy importante el aprovechamiento de los alumno(a)s.
Francisco Barnés se obstina en hacer una ecuación matemática de un problema que es más bien de cosmovisiones acerca del papel que le toca desempeñar a la universidad en el seno de una sociedad profundamente desigual, como la mexicana.
No debe ser una casa de beneficencia, pero tampoco nicho potenciador del libremercadismo que adora al becerro de oro.