Adolfo Sánchez Rebolledo
Preguntas al PRD

Hace una década se fundaba el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La historia ha caminado velozmente en estos años, mucho más que nuestra capacidad de reflexionar y asimilar críticamente qué es lo que ha ocurrido, no obstante la obra inacabable de los politólogos y oráculos de la transición. Algunas cosas son hoy sencillas obviedades: México dejó de ser la ``excepción'', esa rara especie, única en el jardín político latinoamericano, y se incorporó en cuerpo y alma a la corriente democrática universal.

El fin del sistema de partido mayoritario dominante, eufemismo empleado para nombrar al régimen monocolor surgido de la consolidación de la Revolución Mexicana, nos puso ante la tesitura de saber cómo avanzar hacia la democracia sin propiciar una regresión violenta de incalculables consecuencias. Sin embargo, para seguir en el campo de las peculiaridades, no se dio en México un acuerdo estratégico con vistas a darle un cauce claro a la transición política ni, tampoco, se crearon los consensos que la reforma económica hacía imprescindibles. Todo lo contrario, el país avanzó entre contradicciones gigantescas a partir de situaciones de hecho e inmerso en un terrible combate por el poder. El trance ha sido largo, muy doloroso en ocasiones, pero no se dio la ruptura que algunos augures anunciaban. A regañadientes, las fuerzas políticas se tuvieron que adaptar a un escenario novedoso, totalmente imprevisto.

Aprender a convivir bajo nuevas reglas, aceptar que la realidad ha cambiado y no volverán los viejos tiempos, no ha sido tarea sencilla para nadie, entre otras cosas porque la transición no ha terminado, aunque hoy las cosas sean muy diferentes. Ahora vivimos un pluralismo real que se expresa en el juego de partidos; gozamos de libertades públicas impensables unos cuantos años atrás; la libertad de expresión es total; hay alternancia real del poder y la oposición gobierna numerosos estados y municipios: el viejo sistema político está en quiebra, como lo comprueban todos los días los escarceos preelectorales del priísmo. Y, al mismo tiempo, la modernización se impuso sin resistencias sustanciales, capaces de ofrecer verdaderas alternativas a las que el grupo gobernante decidió conforme a su visión y sus intereses. No hay opción de los partidos a las políticas sociales, tan preocupados como están por obtener el voto urbano y la aquiescencia de los grupos medios, cuando no la aprobación de la élite. ¿Qué nuevo régimen político habrá de construirse sobre la ruinas del viejo presidencialismo? ¿Qué economía podemos edificar en el mundo globalizado sin someter al país a una cancelación total de su soberanía? ¿Qué garantías legales, institucionales y morales hemos de darle a esa gran diversidad que es patrimonio y ventaja nacional? ¿Cómo seguir siendo mexicanos en un mundo que aplasta identidades y diferencias? Y, sobre todo, ¿cómo abordar el desafío inacabable que representa para el futuro de los mexicanos la vergonzosa sobrevivencia de millones y millones de pobres sin esperanza?

A diez años de la fundación del PRD, me hubiera gustado saber qué piensan sobre estos asuntos los líderes del partido que ``nació el 6 de julio''.