La grandeza del animal racional consiste en que la razón es capaz de explicar acontecimientos naturales y humanos, concepción del Estagirita que se corresponde con lo que como hipótesis científica manejan los investigadores de nuestro tiempo, asunto que resulta ahora de enorme importancia en vista de las crisis abrumantes que en el ocaso de nuestro siglo agobian a México y al mundo, y especialmente luego de que modernos aprendices de brujo sustituyeron en la URSS el socialismo real por el régimen gansteril que hoy explota a los pueblos que Lenin trató de salvar con la célebre Revolución de Octubre.
Nuestro gran teatro corrió los telones del primer acto cuando el viejo y aristocrático capitalismo mercantil, rindió sus armas ante el capitalismo industrial anunciado por la revolución industrial inglesa, capitalismo incompatible con el antiguo régimen, por su intrínseca necesidad de libre circulación de la riqueza en el ámbito de mercados regidos por la ley de oferta y demanda; contra el Estado intervencionista de la monarquía absoluta, la naciente burguesía y sus banderas liberales exigieron la entrega de la economía en manos privadas, de la que seguiría la posesión del poder político. Las monarquías cayeron y las nuevas naciones de democracia empresarial fueron establecidas bajo los signos de una soberanía popular manejada por los señores del dinero. El siglo XIX y buena parte del actual contemplaron la consolidación pluriestatal del mundo que pronto, muy pronto, sería turbada y cambiada con motivo de las guerras mundiales que estallaron en 1914 y 1939, cuyas tragedias exhibieron primero el choque despiadado de las burguesías que pretendían sojuzgarse unas a otras, y segundo, al ya amañado e inevitable capitalismo transnacional negador de los capitalismos nacionales y de los otros capitalismos internacionales. El añoso liberalismo de Adam Smith en su papel de ideología de las burguesías nacionales fue reformado por una nueva ideología, el neoliberalismo, adecuado a las exigencias del creciente capitalismo internacional, maduro ya en 1963, en el que Boris Yeltsin cañoneó la Duma rusa y entregó los restos del socialismo a la voracidad de los mercaderes.
Hoy las cosas son menos oscuras. El capitalismo transnacional que representa Washington busca, no sin dificultades, transformarse en el supremo rector del capitalismo transnacional del mundo, y en esta cúspide, dueño del mayor arsenal tecnológico de destrucción y de una economía de gran peso, se ocupa de domeñar o destruir a los nacionalismos burgueses por la vía de la guerra o descargando su influencia económico-política sobre quienes se resisten, con el fin de remodelarlos y adaptarlos a sus instancias de acumulación global. Con la excepción de Cuba, los gobiernos latinoamericanos marchan al ritmo de la Casa Blanca; Europa acata su gravitación aún en el Consejo de Seguridad de la ONU y en el comando de la OTAN; y en el oriente europeo, Asia y Africa, los rebeldes, identificados son Satanás a través de bien planeadas propagandas, son víctimas inmisericordes de la brutalidad militar y el genocidio que se practica al margen de la ley internacional y de la ética humana.
Comprendámoslo bien. En ese escenario de destrucción de los capitalismos nacionales y de la imposición de un solo capitalismo transnacional sobre el resto del capitalismo internacional, en este teatro bárbaro está el México de nuestros días, lleno de crisis que derivan de las tormentas mundiales y de las propias debilidades. ¿Hay salidas en este laberinto, que sin duda no es de soledad? La única salida, lo hemos repetido muchas veces, es la toma plena de conciencia política de la situación existente y de los caminos esperanzadores que nos ofrece nuestra profunda, ancha e histórica cultura; ¿o hay otro camino?