¿Y
si yo no fuera más que el sueño final de una célula
perdida, esa tierna y buena niña reventada por una jauría
de chacales virus? ¿Y si todo empezó en aquella plancha donde
ganó el bacilo que danzaba en mis pulmones? Qué tal si ahora
que me recargo en esta mecedora a pleno fogonazo de 40 grados no soy más
que la alucinación del pájaro urraco. O el espejismo del
motor yonqueado. O las visiones santas de la doctora que ya ni me cobra.
Algo es seguro: no paso de ser una moruza en la caja de cornflakes
que es la querencia de mi vieja. O quizá un suspiro de hartazgo
entre los episodios eternos en la tele de mi carnalito.
Un eco, quizás el ciego balazo en las esquinas de mis sienes, eso también podría yo ser. O la reina de las moscas que se extienden por la afilada cordillera de mi garganta. Porque agua fresca no, esa no soy. Ni arroyo seco siquiera. Ni canto de ballena ni eslabón en el rosario de mi abuela. Soy puro odio cuando mi madre me reclama a las auras que me confunden en su avidez de carroña. Mis cuencas son los depósitos ilegales de basura tóxica. Mi saliva es pura mierda decantada. Toso y cuando voy en la cuarta fase del descenso al infierno compruebo que la metamorfosis me deshilacha en viento puro y seco. Y luego, vuelvo a ser la aguja de hielo que se clava en lo resbaladizo de mis desiertas autopistas. ¿Soy sólo la cadena molecular que me anestesia y acaba por convertirme en algo menos que esta jeringa lamida por el Diablo?
Soy el orgullo al cien porque el sol me tritura y sigo aquí, al amparo de la pared sagrada de los graffitis y los meados. Ni modo, hermano, soy la ciudad aunque mis semáforos estén fundidos. Y se darán color que también soy la banda toda que me rodea con caguamas y mariguana. Soy la bola sin rostro que suele anunciarse con picahielos y tatuajes. Soy el palomón de pólvora que le reventó al "Carotas" en el Penal del Topo. Soy la madre de todas las traiciones. Pero también todo el perdón.
Soy el "Cumbias" que me dice que parezco cristo de cera. Puto, pienso que imagino contestarle, pero sólo alcanzo a balbucear presten mota, no sean ojéis conmigo. Y así, rodeado de mis gandallas, soy, a mi pesar, el chingadazo divino que les da la pauta para entonar el inacabable himno a la nada.