Jordi Soler
Ideas para ir al bar

Pocas sensaciones tan medicinales para la autoestima como esa que se dispara cuando se llega a un bar, se accede a la barra y antes de que otra cosa suceda, o se interponga, el barman pregunta: ¿Lo de siempre, señor? La sensación es tan medicinal que siempre se responde que sí, aun cuando no se esté sentando uno en la barra con la idea de beber lo de siempre. Porque para empezar, en los bares hay que sentarse siempre en la barra. Por desgracia la ciudad de México no se distingue ni por sus bares ni por sus barras, pero algo hay. Algún especialista saltará después de la línea anterior casi gritando que qué pasó con nuestras cantinas.

Las cantinas son, para bien o para mal, otra cosa. Cuando el barman pregunta al cliente habitual ¿lo de siempre?, quiere decir que este cliente ya ha tenido oportunidad de relacionarse en ocasiones anteriores con los demás asistentes de esa barra, que son, con frecuencia, los mismos.

Nada más íntimo que estar bebiendo codo con codo con un fulano, ni tan poco íntimo, porque uno y otro beben en silencio, con la mirada clavada en la repisa de las botellas, o en la caja registradora o, dependiendo del grado de inspiración que se haya alcanzado, en la textura de la madera de la barra o, ¿por que no?, en la de las propias manos. En este inciso el barman requiere de sensibilidad y de capacidad de dribling, de otra forma se cruza continuamente entre los ojos del que bebe y las botellas o la caja que está mirando fijamente.

Tendría que hacerse un estudio, del género del raspado o del frotis, de la superficie de esas botellas o de esa caja registradora; en esas superficies deben estar adheridos los pensamientos de decenas de bebedores, cosa nada desdeñable si pensamos en las ideas geniales, cuando menos para el que bebe, que suelen agolparse en la cabeza después de dos ginebras.

A la barra hay que ir solo, pues estar volteando para conversar en esos banquitos minúsculos es incómodo; si se habla tiene que ser con brevedad y mirando siempre al frente, procurando proyectar la voz para embarrar las botellas y la caja registradora con esas ideas que se están diciendo.

El escritor Hemingway se acomodaba frente a un banco en el extremo izquierdo de la barra de El Floridita, en La Habana. Bebía un daiquiri de nombre Papa's Special que traía más ron que ninguno. Bebía de pie, ese era su truco para beber mucho. Al tercer Papa's Special comenzaba a proyectar sus ideas contra las botellas y contra la caja registradora, por cierto antigua y muy bella. Siendo justos, es necesario hacer aquí un paréntesis para escribir que El Floridita, en las horas de poco flujo turístico, es uno de los bares más hermosos del mundo. Como nadie ha inventado todavía la manera de hacerle raspados o frotis a estos objetos, no podemos enterarnos, por esa vía, de las ideas que se amontonaban en la cabeza de Hemingway a la altura del tercer Papa's Special.

Por fortuna el barman de aquella época sabía, porque era un especialista en el asunto, de estas ideas que no se pierden pero que tampoco pueden rescatarse. Con gran inteligencia decidió ponerse, cada vez que se podía, entre la voz de Hemingway y las botellas, o la caja registradora, según el caso. Este barman sigue hasta la fecha atendiendo a los clientes de El Floridita, no es nada raro oírlo de repente decir, en voz muy baja, línea por línea, alguna página de El viejo y el mar.

El escritor Scott Fitzgerald se emborrachaba con dos tragos, es uno de los peores bebedores que recuerda el mundo; tenía una alergia al alcohol que lo sacaba rápidamente de combate y del bar perfectamente desmayado. No obstante esto, durante su época en París, se iba de copas con Hemingway, que ya desde entonces era premio Nobel de beber a tope.

Fitzgerald era un fanático de esa medicina para la autoestima con la que comenzamos estas líneas: llegaba al bar y era capaz de beber dos copas y desmayarse a cambio de que el barman, nada más de verlo entrar, le preguntara : ¿lo de siempre, señor?

Dicen que Scott dejó de escribir y se derrumbó el día en que entró al bar del hotel Ritz, en París, y el barman tuvo el mal tino de preguntarle: ¿qué desea tomar el señor?

[email protected]