Carlos Bonfil
Crimen verdadero

Steve Everett (Clint Eastwood), reportero del Oakland Tribune, medianamente alcohólico, afanosamente mujeriego a sus casi setenta años, especializado en hacer de causas perdidas asuntos de interés nacional, se decide a probar que un hombre negro sentenciado a muerte por inyección letal es totalmente inocente del crimen "en primer grado y con circunstancias especiales" que se le imputa. Luego de un proceso de seis años, de confrontaciones entre los dos únicos testigos y el inculpado, y una premura oficial con tintes racistas por dar por concluido el asunto (la víctima fue una joven blanca embarazada), Everett obedece a la "corazonada" que le señala turbiedades en el asunto y añade a su labor de periodista el celo de un investigador policiaco.

Crimen verdadero (True crime), la realización más reciente de Clint Eastwood, bien podría parecer el thriller rutinario que sin sorpresas relata el rescate justiciero de un hombre acusado injustamente. ƑCuántas otras cintas hollywoodenses no recurren a fórmulas parecidas ųcarrera contra el tiempo que pone de relieve la astucia e intrepidez del héroe, cacerías automovilísticas, dramatización en el montaje paralelo que muestra los preparativos de la ejecución y los esfuerzos para evitarla, ominosas manecillas de reloj que señalan el plazo inexorable y el obstáculo de cualquier modo superable. Sorprende del realizador de Un mundo perfecto y Medianoche en el jardín del bien y del mal, el recurso a los clichés del género, lo previsible de la trama. Y sin embargo, la riqueza de Crimen verdadero está en otra parte. Como en casi todas las cintas recientes de Eastwood, lo notable es la complejidad de los personajes, los planteamientos morales, el manejo de la comedia en registros a menudo muy sutiles, y el eco de momentos memorables del film noir clásico, como el caso de las corazonadas de Everett, que recuerdan aquellas intuiciones del inspector Hank Quinlan (Orson Welles) en Sombras del mal (Touch of evil).

Eastwood interpreta el personaje central con una destreza singular, alternando el cinismo de un detective privado ųal estilo de Sam Spadeų, la vulnerabilidad de una mariposa de bar (barfly) ventilando sus frustraciones frente a un cantinero hastiado, y el culto maniático a la verdad. Everett acumula virtudes un tanto inverosímiles (como su éxito con jovencitas, o con la esposa de su jefe inmediato, o con cualquier chica que alimente su autoestima sexual), e incontables tropiezos conyugales ųpadre descuidado, adúltero empedernido, demagogo sentimental o profesional del fracaso anunciado.

En Crimen verdadero hay escenas muy eficaces, como el diálogo cómico entre Everett y su editor en jefe, Alan Mann (James Woods), a propósito del adulterio, de inmediato trivializado, sin asomo de regaño moral, como si se tratara de una vieja noticia sin interés alguno, excepto tal vez el de la tardía exploración de sus detalles salaces. La cinta de Eastwood opone continuamente dos núcleos familiares, que son dos estilos de vida; por un lado, el de Frank Beachum, el condenado a muerte, el ex delincuente en vías de regeneración, que manifiesta por su esposa e hija una devoción extrema, a la par de una confianza en los consuelos de la vida ultraterrenal; y por el otro, el de el propio Everett, sexagenario fatigado, con un desapego evidente hacia su familia, y un cinismo y un carácter que la esposa describe elocuentemente: "Tus corazonadas son una mierda, pasas de una a otra como de una mujer a otra, o de una bebida a otra". De alguna manera, su afán por restablecer la justicia en el caso de Frank Beachum es un intento por lograr una reconciliación moral consigo mismo y con quienes lo rodean.

En su vigésimo primer largometraje como director, Eastwood se toma libertades sorprendentes. Renuncia, por ejemplo, al tipo de ritmo que los años noventa imponen a muchas películas de acción, con la estética videoclip de los tecno-thrillers, por ejemplo. En lugar de ello, se demora en detalles en apariencia insignificantes de la vida familiar a punto de ser destruida por una condena injusta. En el terreno de la emoción, Eastwood ha alcanzado, sin embargo, niveles muy superiores de intensidad lírica, en Los imperdonables o en Un mundo perfecto. En virtud de esa sobriedad característica, se antoja innecesario aquí el recurso final a procedimientos de suspenso y dramatización efectista, que remiten a una película de tema parecido, Pena de muerte (Dead man walking), de Tim Robbins, mucho más eficaz en sus propósitos de denuncia. Aún así, Crimen verdadero es una cinta vigorosa, con un mecanismo de acción inteligentemente orquestado, actuaciones de primer orden, y la destreza suficiente para mantener vivo el interés del público mientras los policías buscan metódicamente el crayón de colores de una niña.