Al cumplir diez años de fundado, el Partido de la Revolución Democrática tiene que hacer un balance, pero una cruel paradoja le dificulta esta tarea indispensable para cualquier partido moderno.
Por un lado, el PRD no puede hacer un mínimo alto en el camino de la disputa presidencial del año entrante, ni dejar a un lado las responsabilidades inmediatas de gobierno que ha adquirido en la ciudad de México, Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur. Pero por otro lado, es claro que sin una reflexión de fondo sobre lo que es y ha sido, así como sobre algunas cuestiones conceptuales decisivas, el partido de Cárdenas no será lo que quiere ser: un partido de gobierno con capacidad hegemónica nacional.
Sin duda, un buen gobierno en las entidades mencionadas le dará al PRD votos y simpatías no sólo en ellas sino en todo el país, a través de una eficaz política de medios que ya no le es ajena. Es probable, a la vez, que una política y una retórica de confrontación, le siga dando frutos y votos, aunque la magnitud de estos esté todavía por dilucidarse, debido a los cambios enormes que la geografía política nacional ha sufrido en estos años, y que el propio PRD ha contribuido a producir.
Sin embargo, el año entrante se necesitará algo más que gracia opositora y el PRD tendrá que descubrir que el electorado reclama perfiles y expresiones políticos de corte más complejo, que sólo pueden provenir de las estructuras y tejidos internos de un partido en toda forma, lo que el PRD no ha logrado volverse en estos años.
Los descalabros a que lo llevaron sus elecciones internas, hablan de una inmadurez orgánica y de un descuido mayúsculos de sus dirigentes, que no supieron encauzar la pluralidad que caracteriza al partido ni atendieron con el detalle que se requería una operación electoral marcada por una disputa interna polarizada en extremo y sobrexpuesta al exterior por un pueril manejo de medios desde el interior del partido. El resultado ha sido decepción y desconfianza del electorado, respecto de la capacidad del partido no sólo para gobernar sino para gobernarse.
Los despropósitos de sus diputados a la Asamblea Legislativa no han hecho sino aumentar esta decepción y esta desconfianza, que pueden extenderse y pronto al propio gobierno del ingeniero Cárdenas.
El PRD tiene que ofrecer al país no sólo la imagen de un partido de gobierno y gobernable, sino también la de una formación estable y menos errática de lo que ha sido en el pasado. Y esto es muy difícil de lograr en las actuales circunstancias, debido a que su cohesión interna y buena parte de su atractivo externo, dependen en gran medida no de su programa o su implantación en el territorio o la vida social, sino de su líder y fundador principal e indudable candidato presidencial para el año próximo, el ingeniero Cárdenas.
Confrontar o cuestionar la candidatura de Cárdenas, atenta contra la solidez actual del partido, pero ello lo hace verse, a la vez, como una formación en extremo dependiente de un partido capaz de asegurarle a la gente estabilidad y orden, aparte de cambios promisorios.
Por último, pero no al último. El PRD se presenta ante la sociedad como un partido de izquierda, pero no al último. El PRD se presenta ante la sociedad como un partido de izquierda, pero como lo ha planteado Adolfo Sánchez Rebolledo en estas páginas, lo que eso significa hoy y mañana, en México y en el mundo, es algo que por lo visto, leído y oído, el PRD ha preferido dejar para después. Su definición de izquierda, entonces, queda a disposición de sus opositores y críticos, así como de los humores de los medios, sin que el partido pueda replicar con seguridad a lo que de él digan sus malquerientes.
El PRD, en este terreno, es un partido "para todos los gustos" y, sobre todo, a la orden de cualquier disgusto.
Lo anterior lo confirma la ausencia de un discurso sobre lo social, que le permita al PRD elaborar críticas y propuestas atractivas y creíbles, por consistentes y realistas. Sin ello, la plataforma perredista y la propia candidatura presidencial quedarán a expensas de los abusos retóricos y de hecho de sus propios miembros, como los que han protagonizado algunos de sus personeros más destacados en el actual conflicto de la UNAM, o como los que con toda impunidad y descaro, realizaron algunos de sus legisladores capitalinos.
Para lo que viene, ni los excesos de la eterna juventud que han acompañado al verbo perredista universitario, ni las trácalas de la leche Betty, podrán ponerse bajo la alfombra. En la política no se puede cerrar por balance, pero nadie puede renunciar a hacerlo. Se puede perder no sólo la elección, sino la forma y, lo que es peor, la memoria.