n En su segunda visita, el grupo francés pidió mucho a sus escuchas
Magnificó Art Zoyd su cálida leyenda
Pablo Espinosa n El retorno del agrupamiento francés Art Zoyd magnificó aún más su cálida leyenda, al mismo tiempo que hizo avanzar las capacidades de percepción de sus fans, tan ocupados en sus afanes de espectacularidad, pero en esta ocasión sometidos a dos horas de intensísima tensión sonora, caracterizada por un aluvión de ideas en estallido de sonidos en proporciones exactísimas de imágenes. Sonidos visuales, imágenes sonoras. Arte en movimiento.
La primera visita de estos maestrísimos ocurrió en enero de 1998 para el júbilo de conocedores y de neófitos, que significaron llenos completos en Bellas Artes en tres sesiones consecutivas con igual número de filmes mudos, tomados como libretos de ópera para hacer estallar sus insólitos sonidos de albas.
En esta nueva visita el reto es superior: Mireille Bauer, Patricia Dallio, Daniel Denis, Emma Stephenson-Poli y Gérard Hourbette (director) ocuparon el proscenio del teatro de Bellas Artes, mientras al fondo cuatro pantallas dispuestas ocuparían una parte del triálogo, completado por la Orquesta Sinfónica Nacional. El estreno de cuatro partituras para ensamble de samplers, percusiones y orquesta fue, la noche del viernes, una sesión musical digna de cualquiera de los mejores festivales de música nueva del orbe, por igual el de Varsovia que el de Darmstadt, Berlín, París. (Hoy, al mediodía, última función).
La altísima calidad artística del programa que trajo ahora a México Art Zoyd pidió, ciertamente, mucho de los escuchas. Quienes atraídos por el mero dejo snob dejaron a medio concierto la sala, los menos. Quienes tenían la esperanza inútil de un concierto prendidísimo, dejaron algunos aplausitos pinchurrientos, pues como que medioentendieron, como que qué onda, si digo que no le entendí me crucifican los "iniciados". Estos eran aún menos. Los más, es decir, los que se dejaron fascinar por las apuestas sinfónico-electroacústico-visuales de Art Zoyd, salieron con la cabeza llena de música que se ve, sonidos que se sienten, se tocan, se les eriza la decibélica espesura de su piel, sus poros, sus mismísimas entrañas.
Dos partituras francesas, una austriaca y una alemana, poblaron la escena durante 120 minutos discurridos entre una mala sonorización (un micrófono ambiental a unos centímetros de un violín no podía dar resultado más fatal que un sonoro violinazo) que hacía perder sentido por momentos la presencia de instrumentos acústicos, pues para eso de las nitideces amplificadas los samplers son idóneos, pero un cúmulo de pensamientos volcados en reflexión, resoluciones de vario linaje al problema que plantea la oposición entre una masa orquestal, acústica y el apabullamiento de los samplers. El resultado fue fascinante: picotazos de colibrí al Séptimo Sentido: la Curiosidad, El-Deseo-de-Conocimiento, la razón de la existencia volcada en sonidos, en imágenes, hermanas pares del silencio. Portadoras todas ellas ųhijas del Olimpoų de un sonoro, deslumbrante encantamiento.
Art Zoyd de vuelta en México. Prodigio.