Angeles González Gamio
Renacimiento de antiguo barrio

Desde la época prehispánica México-Tenochtitlan, la magna urbe de los aztecas, estuvo dividida en cuatro grandes barrios: Zoquipan, Atzacoalco, Cuepopan y Moyotla. Estos se conservaron en la nueva traza hispánica que realizó el jumétrico Alonso García Bravo, añadiéndoles el nombre de un santo.

Así nació el barrio de San Juan Moyotla, colindante con el primer parque público de la ciudad: la Alameda Central; el sitio fue creación del virrey Luis de Velazco, quien el 11 de enero de 1592 ordenó "...se hiciera una alameda para que se pusiese en ella una fuente y árboles, que sirviesen de ornato a la ciudad y de recreación a sus vecinos".

Se eligió un sitio a las afueras de la ciudad, hacia el poniente, en donde se consideraba había el mejor clima. La obra la realizó el alarife Cristóbal Caraballo, en una planta originalmente cuadrada. Se llamó alameda porque en un principio sólo se le sembraron álamos.

Colindaba en sus costados oriente y poniente con dos plazuelas: la de Santa Isabel, que tomaba el nombre del convento adjunto, y la de San Diego, junto al "quemadero" de la Santa Inquisición. El lado norte daba a la importante calzada de Tlalpan, acceso a la ciudad desde la época prehispánica. Por allí corría un hermoso acueducto que terminaba en una soberbia fuente conocida como de la Mariscala, por la mansión situada enfrente. A lo largo de esa calzada se hallaba otra plaza primorosa, que aún subsiste, con las iglesias de la Santa Veracruz y de San Juan de Dios, esta última con un hermoso edificio adjunto, que alojaba un hospital.

Del otro lado se edificó el convento de Corpus Christi, para las indias nobles, con su templo anexo, de enorme gracia y que todavía se sostiene --milagrosamente-- entre el caos de edificios semidestruidos que lo rodean. En esa vía, hoy llamada Paseo Juárez, estuvo también el siniestro Tribunal de la Acordada, un imponente edificio del arquitecto Pedro de Arrieta. Esta institución, de triste memoria, surgió por la inseguridad y violencia que padecía la ciudad.

La parte posterior de esta vía constituye el antiguo barrio de San Juan, en donde dentro del abandono y la incuria, permanecen edificaciones de valor y sitios históricos como la Plaza de San Juan, con su enorme iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe del Buen Tono, que construyera a principios de siglo el generoso don Ernesto Pugibet, dueño de la fábrica de cigarros precisamente llamada del Buen Tono. Por cierto, en dos preciosos edificios --recién restaurados-- que hizo el mismo Pugibet a los lados del templo, rentan lindos departamentos, despachos y locales.

En la plaza se encuentra también una basílica, la de San José y Nuestra Señora del Sagrado Corazón; ésta es la segunda en la ciudad después de la venerada Guadalupana. Su rector, el padre Alfredo Ramírez Jasso, la tiene impecable y con gran vida. Ambos templos y la plaza merecen crónica especial.

El rumbo es asimismo la sede del famoso mercado de San Juan, en donde se surten los mejores restaurantes de México y todos aquellos que verdaderamente respetan y disfrutan el buen comer. Los mejores mariscos, pescados, aves, frutas y verduras se encuentran en ese sitio, además de buena latería y quesos de excelencia de todo el mundo.

Las artesanías también tienen su lugar en un amplio mercado que ofrece mercancías de todo el país: textiles, cestería, piel, barro, papel, joyería, cobre, plata, lacas y cuanto se le ocurra, a los mejores precios. A unas cuadras está el mercado de los arreglos florales, que prepara ramos para la novia, la quinceañera, los arreglitos para las mesas, el arreglote para la enamorada y lo que la imaginación le dicte.

Otra de las riquezas de este barrio es el comercio muy especializado: hay calles de iluminación, otras de artículos de baño y cocina, una de bombas, todo lo eléctrico y no falta de licuadoras, planchas, microondas, etcétera, además de que le venden la refacción para lo que sea y también se lo arreglan, aunque sea del tiempo de mamá Carlota.

Otro de sus encantos son los edificios art deco y funcionalistas que, aunque traqueteados, conservan su gracia. Todo ello está esperando que se realice el cacareado Proyecto Alameda que le va devolver la dignidad a este rumbo pleno de tradición, que aún conserva excelentes cantinas y restaurantes como el afamado Salón Victoria, en la esquina de la calle de ese nombre y López, ése sí bien arregladito y con buena comida, en la que sobresale la paella y el cabrito.