La Jornada Semanal, 9 de mayo de 1999



Mempo Giardinelli

La guerra ``humanitaria''

John Brown ve el espectáculo de la guerra en Yugoslavia en uno de los ochenta canales que le proporciona su servicio de cable, mientras bebe cerveza y piensa en el inminente juego de beisbol. Mempo Giardinelli habla con él y logra que algunos de sus estereotipos entren en crisis. El texto de Giardinelli se une, por uno de esos misteriosos lazos de la historia, al prodigioso reportaje de John Reed, escrito en el Belgrado masacrado por los cañones austriacos en 1915. El atroz racismo de Milosevic y la frialdad bombardera de Clinton, Blair y los Javier Solana's boys han agregado otro siniestro capítulo al destino trágico de los serbios.

En el centenario de Ernest Hemingway -que desde luego en Estados Unidos se recuerda más que el de Borges y no sólo por nacionalismo sino porque el local ganó el Premio Nobel- este país va nuevamente a la guerra y mi vecino John Brown la mira por televisión, cerveza en mano y haciendo zapping para no perderse el juego de beisbol.

Los Estados Unidos van a otra guerra, una más (habría que contarlas, pero creo que no han estado una sola década del último siglo y medio sin tomar parte en alguna), y van, digo, con la alegría de un pueblo satisfecho que ha convertido al trabajo en una de sus religiones; que da más importancia a la Religión que a la Ley; que ha levantado una sólida barrera moral contra el sexo en casi todas sus manifestaciones, y que de tan satisfecho, asexuado y bendecido se toma todo deportivamente. Una nación en muchos otros sentidos admirable, pero cuyos John Brown van a la guerra sin saber lo que hacen. Y por supuesto sin advertir el indecente sinsentido que se les propone: ``una guerra humanitaria''. Oxímoron atroz, si los hay.

La guerra sólo se ve en cuatro o cinco canales, de los ochenta que todo John Brown tiene en casa. Porque nada, ni la más feroz matazón, conmueve a los televidentes. Pletóricos de básquet, beisbol, concursos de estupideces, programas musicales para negros y -por separado, claro- para blancos, todos los canales continúan atrapando a los imperturbables y cada vez más obesos habitantes de este país increíble. Por más que uno busca, aquí casi no se dice que los ataques de la OTAN contra Yugoslavia no van a resolver el conflicto de Kosovo. Que la falta de legitimidad internacional de estos ataques no resolverá ni la cuestión étnico-religiosa de los kosovares, ni la cuestión nacional yugoslava, ni el aspecto humanitario que tanto se cacarea. Ni que los bombardeos y la posible invasión paulatina a Yugoslavia implican el peligro de que el conflicto degenere en un nuevo Vietnam, como han dicho algunas pocas voces autorizadas.

Porque es claro que hay excepciones: pacifistas sinceros, intelectuales, científicos, investigadores, almas nobles y talentosos de todos los orígenes, es decir, las mejores conciencias de este país, sí se dan cuenta y están espantados. Pero casi no tienen voz. Porque la voz es la del amo y señor de los Estados Unidos: la televisión, cuyos libretos escriben los más inhumanos intereses del planeta.

Se ven las imágenes de Belgrado en llamas, de algún campo de refugiados kosovares hambrientos, de los temibles F-117 despegando como murciélagos letales y, de vez en cuando, al presidente Clinton insistiendo, con cara grave, con que ``fueron forzados'' a emprender esta ``guerra por razones humanitarias''. Se simplifica todo culpando al nuevo Hitler que ahora es Milosevic (de quien no se dice que hasta ayer nomás fue un aliado al que ellos mismos protegieron y engordaron) y se destaca una de las consecuencias de esta guerra para los norteamericanos: el aumento de la gasolina, que la semana pasada costaba unos 30 centavos de dólar el litro y ahora cuesta 40.

-Can-iu-biliv-it? -me pregunta John Brown cuando salgo a buscar el correo. Y hace un comentario sobre los cerezos que empiezan a florecer en la ardiente primavera sureña. Yo le devuelvo el saludo entre casual y provocador:

-Qué barbaridad lo de Yugoslavia. ¿No le parece que es una guerra de intereses bastardos?

-Oh, sí -responde velozmente John Brown, acomodando la alfombra de goma de su porche, en la que se lee la palabra Welcome-. Ese serbio bastardo no resistirá mucho tiempo.

Y antes de entrar se toca la visera de su gorrita.

Comprendo enseguida que la vida feliz está en otra parte, pero a mí me asaltan los interrogantes: ¿A quién beneficia realmente esta guerra? ¿Quiénes son los únicos que ganan con esta tragedia? Respuesta: la fabulosa industria bélica norteamericana y de sus aliados de la OTAN. Lo hacen defecando sobre todo el Derecho Internacional, anulando a las Naciones Unidas y (lo más cínico pero no lo peor) engañando a sus propios pueblos diciéndoles que se trata de una ``guerra humanitaria''.

Los argentinos ya tuvimos la experiencia de las Malvinas, cuando, más allá de la incapacidad militar de la dictadura, sufrimos la prepotencia de los ``Aliados''. Ahora, cuando este conflicto sólo reaviva la carrera armamentista; cuando las armas nucleares vuelven a ser la única garantía para que un país no sea atacado impunemente y cuando un país como la Argentina ha sido desmantelado industrialmente luego de perder una guerra contra la misma OTAN (porque en esencia es la misma de 1982, a no engañarse), los ciudadanos deberíamos esperar que nuestro gobierno se plantara con una posición rotunda al respecto: decirle NO a esta guerra hipócrita que asesina víctimas inocentes, que puede destruir un país y una cultura, y que atropella al Derecho Internacional. Decirle NO a una guerra cínica que augura para el mundo un milenio muy sombrío, en el que los asuntos internos de cualquier Estado quedarán abiertos a la acción militar de los más poderosos. Cualquier país o alianza bélica podrá sentirse autorizada a hacer justicia (mejor dicho, la justicia de sus intereses) por mano propia.

Me pregunto, entonces: ¿América Latina no va a decir nada al respecto, aquí y ahora?

Del otro lado de la pared me responde el televisor de John Brown: aquí han ganado los Patriots.

Vuelvo a cruzarme con John Brown. Está arreglando el jardín y espanta a su perrito, que no deja de escarbar.

-Oiga, estuve pensando -me detiene y me pongo en guardia-. Quizá tenga razón y nosotros no estemos haciendo las cosas del todo bien, pero dígame: ante un genocidio, ¿debe o no debe hacerse lugar a una intervención internacional?

-Caray, John... -me lo pienso un rato, para ganar tiempo-. Sí, ante un genocidio sin duda sería legítimo intervenir. Porque es justo no permanecer imperturbable ante la matanza de semejantes.

-Ah, entonces empezamos a estar de acuerdo.

-No se apure. Porque enseguida hay que decir que aquí y ahora, en el mundo actual y en el conflicto de los Balcanes, nadie, pero nadie, es decir ninguna nación ni fuerza internacional, ni poder globalizado o globalizador, tiene derecho a hacerlo. Y no lo tiene porque nadie, pero nadie, tiene autoridad moral. Y menos esta fuerza brutal que ahora está en Yugoslavia para ``defender'' kosovares pero que en los últimos diez años, por ejemplo, dejó que se asesinara a tres millones de personas en çfrica.

-Pero ese nadie tan rotundo significa una negación: es como afirmar que un asesino no debe salvar la vida de nadie porque antes ha matado, lo cual es absurdo. Con su lógica, Stalin no tenía autoridad moral para juzgar a los alemanes en razón de su pactoÊprevio con Hitler, ni Inglaterra y Francia tenían autoridad moral para luchar contra Hitler porque previamente habían entregado Checoslovaquia. Y si quiere algo más cercano: el juez Garzón no tiene autoridad moral para juzgar a Pinochet porque en España no se juzgó a los criminales franquistas. Ninguna nación está exenta de culpa, y en la historia de la civilización abundan los genocidios.

Me rasqué la cabeza diciéndome que John Brown estaba socrático esta mañana. El me miraba como diciéndome: ``Chúpese ésa'', e insistió, implacable:

-Con su argumento caemos en manos del relativismo: si nadie tiene autoridad moral, luego nadie debe intervenir para que el genocidio no se consume y entonces el genocidio se consuma. O en manos del nihilismo: no hay salida porque nadie tiene autoridad moral sobre la Tierra.

Y sonrió, desafiante, mientras pateaba al perrito.

-Vea, John -le dije, cauto-, sin ánimo de ofender le diré lo siguiente: aquí el problema concreto es la autoridad moral para esta guerra. La Casa Blanca y la OTAN se arrogan dicha autoridad mintiendo informáticamente, atropellando el Derecho Internacional y olvidando que ellos mismos se encargaron de pisotear el poder de policía de la ONU. De modo que el suyo también puede ser un impecable razonamiento teórico, pero en el caso concreto de los Balcanes hay nombres y apellidos, hay historias recientes y hay responsabilidades específicas que no se pueden dejar de lado. Millones de serbios y kosovares, seres humanos concretos, están siendo diezmados en este mismo momento por la voracidad, la irresponsabilidad, la arrogancia o la incompetencia (y quizá un poco de todo) de lo que se llama capitalismo salvaje, neoliberalismo, globalización, alianza táctica, G8 o como quiera llamarle, y cuya cabeza visible está en el centro imperial de esta época: la Casa Blanca. Que es, dicho sea con todo respeto y afecto hacia el pueblo norteamericano, donde radica la más grande carencia de autoridad moral de nuestro tiempo y de esta guerra.

-Otra vez el típico argumento izquierdista.

-Para nada: es una cuestión teórica y a la vez práctica. Estamos ante lo que en Etica se llamarían ``encrucijadas trágicas'' o ``decisiones trágicas'': aquellas en las cuales ninguna resolución de todas las posibles va a garantizar o restaurar la eticidad en una emergencia. Y si en este caso concreto también es verdad que ninguna nación está exenta de culpa, tan verdad como eso es que estas naciones que ahora dicen bombardear para defender a los kosovares tienen demasiada culpa reciente y evidente, y no sólo carecen de autoridad moral sinoÊque resulta incluso obsceno e irritante que cacareen ``razones humanitarias''.

-¿Y entonces dejamos que triunfe Milosevic?

-Milosevic no puede triunfar: también es un criminal y como tal será juzgado. Va a terminar como Galtieri: escupido por la Historia. Pero si ahora parece fortalecido es por una razón muy sencilla: ninguna nación admite ser invadida y toda nación se amalgama contra el invasor. Y ustedes mismos lo están ayudando.

-¿Ve que es un nihilista? No da salida.

-Lo que digo es que hay que volver a la comunidad internacional, rehacer un acuerdo mundial básico construido sobre eticidad antes que propaganda, sobre humanismo antes que intereses económicos. Sólo esa comunidad internacional, respetable y respetada, podrá tener autoridad moral para intervenir en casos de genocidio.

-Eso es ideal: pura discusión para intelectuales.

-No me parece mal. De hecho esta guerra ha provocado interesantísimas polémicas entre intelectuales en España, Francia, Alemania, incluso aquí en Estados Unidos.

-¿Y en su país?

-No, John, en la Argentina se lee lo que se discute en Francia.

-Pero si está de acuerdo en que en un caso extremo sería admisible una intervención internacional, ¿cuál debería ser la forma?

-Un organismo internacional serio, fuerte, no sometido a presiones sectoriales tan desparejas, y sobre todo capaz de controlar tanto a los genocidas como a los pretendidos justicieros y sus prepotentes líderes. Y para eso no hay otra vía que el Derecho Internacional: un parlamento mundial democrático sería el único con poder de policía para estas situaciones.

-Pero entonces aquí y ahora no hay salida.

-En teoría ésa es la encrucijada trágica. Pero sí hay una salida práctica, inmediata.

-Cuál -me ladró, a coro con su perrito, harto ya de enterrar huesos bajo tierra.

-Paren la guerra. Eso.