La Jornada Semanal, 9 de mayo de 1999
Desde la publicación de Dama de Porto Pym hasta la reciente de La gastritis de Platón, reflexión esta última sobre el derecho (y el deber) del escritor para indagar con su escritura situaciones que los bienpensantes prefieren ``no conocer'', la presencia de Antonio Tabucchi ha crecido vertiginosamente entre nosotros.
La irresistible ascensión de este italiano impar se ha logrado de modo nada convencional. No hay en su obra nada que aliente la facilonería, ni concesiones al comercio ni a la moda. Todo lo contrario, Tabucchi ha ganado su prestigio sometiendo a los lectores a pruebas y retos que nada tienen en común con las concesiones, introduciéndolos en mares esquivos e inciertos sin la seguridad absoluta de llegar a puerto. En su novela Réquiem, un posible Fernando Pessoa le ruega al narrador: ``no me deje usted solo entre personas llenas de certezas. Esa gente me parece terrible''. Y en un ensayo ha expresado: ``un escritor que ya lo sabe todo, que lo conoce todo no debería publicar ningún libro. La única certeza que poseo es la de que todo es relativo, que las cosas tienen revés. Es sobre todo en esa zona donde me gusta indagar, donde nada es visible, ni seguro, ni inmediato''.
Así pues, los malentendidos, las líneas de sombra, las comedias de equivocaciones, los sueños evocadores de situaciones intolerables, la búsqueda de lo que de antemano se da ya por perdido, los juegos del revés, las voces y las imágenes provenientes de oscuros antros infernales son elementos privilegiados en el mundo narrativo de Tabucchi, o por lo menos, se sitúan y mueven en aquel universo como si gozaran de todos los derechos.
Tabucchi crea una tensión de sello exclusivamente personal gracias a un procedimiento en extremo arriesgado: realiza con sabiduría perfecta un matrimonio entre la vaguedad del sueño y la claridad meridiana de su escritura. Su lenguaje no conoce dudas ni se complace en zozobras, por el contrario, se comporta con tranquila seguridad, transparencia y rigor; emite sin titubeos frases, párrafos, páginas sin fisuras en el afán de describir lo que parecía imposible: aquel sueño perturbador y su neblina y sus espacios imprecisos, los murmullos de algo que apenas está por nacer. Entonces, el milagro se produce: lo irreal se transforma en real, y lo falsamente real se despoja del peso impuesto por usos y costumbres caducos para acercarse a una realidad verdadera, virgen, henchida de misterio, tan cerca del instinto como de las convenciones culturales. José Cardoso Pires, el notable narrador portugués, su amigo, habla de ``la fascinación sin par por este escritor, lo que le otorga una voz distinta es la mágica serenidad de su escritura... Se nos ha hecho inconfundible, la seguimos, y sin tardanza nos llevará hasta el punto extremo de la incomunicabilidad, a través de un cuento admirable...''
En los cuentos y novelas de Antonio Tabucchi todo parece proceder como en un oxímoron continuo: lo onírico y lo exacto, por ejemplo. Y una elegancia perfecta, en tanto que no se ostenta ni descubre sus costuras, nos conduce, como hilo de Ariadna, a la fuente misma del instinto. La elegancia en Tabucchi, debo precisar, suele ser melancólica y estar en las sombras del relato, en sus pliegues, en el subsuelo del lenguaje.
La zona de penumbra en los relatos del escritor italiano puede también ocultar misterios horribles, experiencias que intuimos monstruosas ocurridas en un pasado no muy remoto. Relatos como ``Voces traídas por algo, imposible decir qué'', o ``Las tardes del sábado'', u otro mucho más cruento: ``Noche vieja'', son atroces historias de familia ancladas en los años más violentos del periodo fascista.
La última escala de esta obra la marca un título notable: Sostiene Pereira, la crónica de ciertos acontecimientos ocurridos en la Lisboa de 1938, precisamente del 28 de julio a los últimos días de agosto de ese año, cuando el régimen de Salazar decidió reforzar el carácter totalitario de su gobierno y enclaustrar a Portugal en una dictadura sin fisuras que duraría todavía treinta y cinco años más. Tabucchi asume riesgos que pocos estarían dispuestos a correr. Se trata de una novela política, aunque sin el lastre ideológico del realismo socialista. Relata la metamorfosis de Pereira, el protagonista que salta de un limbo tanático a otra instancia para él imprevisible, marcada por un intenso conocimiento del dolor, donde él se convierte en un ser actuante, querible como muy pocos de los que pueblan la novela contemporánea. El héroe goza del doble privilegio de poseer una individualidad propia y al mismo tiempo ser un personaje paradigmático, como el Quijote, como Mirshkin, el príncipe idiota.
La intensa aceptación con que gran parte del mundo recibió la transformación de Pereira, fue una de las primeras evidencias de que la historia seguía funcionando como era debido; significaba arrojar al bote de basura aquella tesis de pensamiento mágico, que ahora nos resulta cómica pero que hace algunos años fue expresada con pompa y circunstancias sacramentales, que afirmaba, nada menos, la desaparición de la historia, a consecuencia del colapso socialista. ¡El fin de la historia, qué locura! El buen Pereira, ese gordo magnífico, uno de aquellos benditos de Dios que los poderosos tienden siempre a desdeñar, cuando no a ignorar, realiza en la novela un acto heroico, una hazaña que muy poco antes él hubiera calificado como sobrehumana: nos hace patente de pronto que mientras la humanidad exista y piense y sea consciente de sí misma, de sus aspiraciones y deseos, existirá la Historia.
Porque allí donde esté la historia se encontrará también a la más luminosa de sus criaturas. Allí está: tolerante pero insumisa, humilde pero apasionada, frágil y también temeraria, indispensable en todos los tiempos y regiones. ¿La había ya identificado? Sí, precisamente es ella: Utopía.
De las muchas felicidades que me ha dado Italia, una ha sido la lectura de los libros de Antonio Tabucchi. Nacido en 1943, en Vecchiano, en la región toscana, este imaginativo hombre, de corazón y sensibilidad meridionales, ha creado un mundo único que creíamos reservado a los sueños y, en uno de sus fondos, a las especulaciones freudianas. Como al hombre ilustrado de Ray Bradbury, parecen desprendérsele del cuerpo las imágenes para crear historias. Pese a una obra dilatada, Tabucchi nunca se repite: cada libro nuevo se niega a parecerse al precedente. Sus libros, aun sus cinco novelas, tienden a la brevedad maravillosa. Ninguno nos ha encantado, con un encanto triste y hondo, como Sostiene Pereira, una novela de la lealtad y del valor civil, henchida de melodía y de variaciones musicales. En ésta, como en otros libros, Portugal es fondo y escenario, un país que ahora vemos, gracias a su obra, como reinventado por él. No menos inolvidables son Dama de Porto Pym, relatos sacados de aquí y allá durante un viaje por las Azores; la pieza en un acto Al señor Pirandello lo llaman por teléfono; Réquiem, un recorrido por una Lisboa donde el autor o el yo narrativo van a la busca de su personaje probablemente real llamado Fernando Pessoa, y Sueño de sueños, donde crea literariamente unas vidas en los sueños tomando como base las vidas imaginarias de Marcel Schwob.
Otros libros de él: Piazza d'Italia, La pequeña flota, El juego del revés, Nocturno hindú, Los volátiles del Beato Angélico, La línea del horizonte, El ángel negro, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro.
Esta entrevista hubiera sido imposible sin la buena voluntad de Roberto Vázquez, director del Festival del Centro Histórico.
En sus libros, regularmente vida y literatura, o más, vida y cultura, suelen aliarse íntimamente. Da la impresión de que a usted le ha gustado hacer el viaje por la tierra y el viaje por los libros.
-No era fácil para un joven escribir en Italia en los años sesenta. Era necesario superar un espinoso dilema: o escribir o vivir. La vida como literatura o la literatura como vida. Desde luego era un dilema intimidatorio y suscitaba angustias en un joven espíritu como el mío, porque me creaba sentimientos de culpa. Muy tarde, cuando empecé a escribir, me di cuenta de que era un falso dilema. Era una suerte de trampa que se había creado, porque no existe un hiato entre vida y literatura. Una y otra se integran con naturalidad. Era -uno de esos falsos dilemas que suele crear la cultura occidental y que utiliza como una máquina inútil y vacía. Como el dilema, también falso, de forma y contenido. En el liceo donde yo estudiaba, el benedettocrocianismo imperaba y el clásico dilema era una suerte de crucero y diferenciación: la forma y el contenido. Quizá por esto, como reacción, y por la manera como he afrontado mi vida y mi escritura, el dilema se borró como la niebla se borra con el sol.
-No en todas partes y no siempre es tan drástica la diferenciación.
-Cierto. Le cuento una anécdota sobre el tema que pone en ridículo ciertos cánones que en nuestros países nos inculcan o quisieran inculcarnos. Es otra visión del mundo, otra manera de enfrentar la vida, el arte, la cultura, las cosas.
En un viaje que hice a Japón con mi esposa María-José, invitado por la Japan Foundation, pusieron en Tokio a nuestra disposición a una muchacha gentilísima que nos servía de traductora. Al término de nuestra estancia, mi mujer quiso darle un regalo pero no sabía qué darle ni cómo hacerlo. Le recomendé que la llevara a una tienda y ella misma escogiese el regalo. La muchacha la llevó a un negocio donde vendían papel finísimo, papel que los japoneses trabajan prodigiosamente. La muchacha habló con una empleada, la cual, según supo después mi esposa, había estudiado un curso especial en Kioto para aprender a confeccionar el papel y a hacer los nudos. La empleada tomó una caja de cartón, con la forma de la de los zapatos, y comenzó a envolverla con papel de arroz pintado, plena de maravillosos detalles. La muchacha hizo luego con delicadeza el nudo. Finalmente se lo dio a la muchacha traductora, quien le dijo que mi esposa pagaría. Cuando salieron, María-José, con nuestro criterio occidental, le preguntó: ``Quería regalarte algo y dentro de la caja no hay nada. ¿Cuál es el regalo?'' La muchacha repuso: ``La misma caja.'' Forma y contenido eran lo mismo.
-¿Dónde se siente mejor? ¿En las ciudades de la historia o en las ciudades de la imaginación?
-La literatura ha producido numerosas ciudades reales. Leí hace poco un estudio, que tuvo algún éxito en Italia, hecho por un crítico italiano que me parece vive en Inglaterra. El bendettocroceaba con exactitud las geografías de las ciudades de la literatura. Hacía mapas de la Praga de Kafka o del Dublín de Joyce. Encontré el estudio extraordinariamente aburrido: una suerte de atlas geográfico con cientos de mapas del genio militar. Sin embargo, cuando empezó a explorar las ciudades imaginarias (la Atlántida de Platón, la Ciudad del Sol de Campanella, la ciudad de la Utopía de Moro, la Babilonia de la lotería borgeana, las ciudades geométricas de Calvino) se volvió mucho más interesante. A estas dos suertes de ciudades añadiría una tercera: las ciudades del deseo. Son fantásticas, como las ciudades de Calvino, pero existen realmente, sólo que no vivimos en ellas. En caso de que llegáramos a vivir en alguna, abandonaría de inmediato su estatuto de ciudad del deseo. Por tanto, se necesita ser cauto para no habitarlas y cultivar de lejos las ilusiones, como a una mujer a la que nunca hemos declarado nuestro amor pero con quien imaginamos que la vida al lado de ella hubiera sido de dicha continua.
-Las ciudades del deseo quieren vivir en su obra.
-Creo que sí. Me parece que en estas ciudades el espacio literario se siente bien, porque al mismo tiempo son ciudades que pertenecen a la utopía que diseña nuestra alma y tienen su existencia real. Y esto nos crea una doble ilusión para crearnos el doble engaño.
-Cuando empieza a redactar un texto, ¿sabe que va a ser una novela, un cuento, un relato, una fábula, una estampa, una ficción brevísima?
-Algunas veces sí. Siento que hay historias que necesitan una dimensión de cuento o de novela. Pero no es una norma, porque hay ocasiones en que la criatura literaria asume una autonomía muy fuerte y comienza a crecer y a desarrollarse según su inercia. Es como cuando uno arroja una semilla de una planta desconocida en un huerto y no sabe si crecerá una plantita o un árbol gigantesco o nada.
-¿Sabía usted, por ejemplo, que Piazza d'Italia, Nocturno hindú y Sostiene Pereira serían novelas?
-Piazza d'Italia señaló mi camino en las letras. Antes había escrito pequeños textos que eran más bien divertimentos. Empecé de hecho a escribir tarde, porque me había dedicado a hacer cosas más importantes, como, por ejemplo, dos hijos. Cuando escribí esta novela la hice desarrollándola de un modo diegético -como dicen los ficcionólogos- muy tradicional. Luego la aumenté, corté partes e hice una suerte de montaje cinematográfico. Y salió así. Pero puedo decirle que no tenía idea de que terminaría como una novela.
En cuanto a Nocturno hindú quería simplemente contar una pequeña historia que no sabía ni siquiera en qué iba a convertirse. En cambio, con Sostiene Pereira tenía la seguridad previa de que iba a ser una novela, porque es una historia que creció, que la dejé crecer mucho dentro de mí, que la cultivé largo tiempo en secreto, es decir, desde antes fue adquiriendo la dimensión que llegó a tener.
-¿Por qué se siente cerca de autores que en vida aspiraron a ser nadie o varios o que se han sentido más sus personajes que ellos mismos, como Pessoa o Pirandello?
-Considero que la vida que vivimos no es importante; que es importante cómo la elaboramos, o sea, cómo la vivimos internamente. Esto no presupone grandes gestos ni vidas extraordinarias. Aun me parece que las vidas muy evidentes de los artistas y escritores, es algo que pertenece más al siglo XIX. En el siglo XX hay más un anhelo de entrar en la propia página, de permanecer aparte, de estar entre bastidores. Usted nombró a Pirandello y a Pessoa pero podrían añadirse Svevo, Joyce, Kafka. Hoy sabemos qué vida hicieron y no hay nada éclatant. Sabemos que Joyce fue profesor de italiano en una escuela triestina, que pasó años difíciles en Zurich, que peregrinó por otras geografías, pero su vida no puede compararse ante la imagen que nos dan las de Shelley, Byron y D'Annunzio.
-Sus personajes viven -utilizo una definición de uno de sus cuentos- vidas grises y escuálidas, y, por otro lado, usted crea también vidas históricas y legendarias de marginales notables. Creo que son las principales vertientes.
-Sin que eso quiera decir que la elección es muy consciente, mi simpatía natural tiende hacia este tipo de personajes. Por lo demás, los personajes que son centrales, que no son marginales, ya están impuestos por cuenta suya, la historia los ha acogido, son una masa gigantesca. Sin embargo yo he tratado de hospedar a los pobres diablos pero también a Angiolieri, a Villon, a Campana.
-No sé si Al señor Pirandello lo llaman por teléfono sea una pieza ideal para una puesta en escena, si es muy teatral, pero como texto literario tiene gran encanto. Está lleno de simpatía y ternura. Todo parte de aquel encuentro, que no se dio, en 1931, entre Pirandello y Pessoa. En su pieza parece que Pirandello, que convocaba a sus futuros personajes los domingos de nueve de la mañana a una de la tarde, había ido a Lisboa para convocarlo a él. O al menos queremos, en una vía, leerlo así.
-Pessoa es como un personaje de Pirandello. Mi pieza nació de una especie de rendición de justicia, de justicia poética, contra la historia. A veces la historia literaria es injusta. Yo consideraba, considero una grandísima lástima que estas dos personas, teniendo todas las posibilidades de encontrarse, aun geográfica y físicamente, cuando Pirandello eligió Lisboa para el estreno de Sueño, pero quizá no, no hayan podido hacerlo, porque Pessoa estaba allí, o circulaba cerca, o se hallaba sentado en el café, o quizá aun en una butaca del mismo Teatro Nacional. ¿Cómo es posible que el destino no haya permitido que dos personas así se conozcan? ¿Cómo entender esto? Entonces busqué hacer que la literatura ocupara el lugar de la realidad.
-Usted dice que en sus textos hay ``el virus del inconsciente''.
-He leído mucho psicoanálisis, sobre todo en lo que se refiere a la creatividad, al orbe literario, a la lingüística. Escribí esa definición con una dosis de ironía. Era una manera de delimitar el terreno y amablemente decir: ``Escuchen, conténtense con el producto.''
-¿Cuánto compromiso humano hay detrás de los fuegos de artificio culturales y literarios que deslumbran en su obra?
-La cultura acompaña a los hombres. Es evidente que en este tipo de entretejimientos, o si quiere, de dialéctica, se halla el afán lúdico, el juego múltiple, aunque sea un juego serio, un juego en serio. El hombre cultural hace brotar la actividad policreadora. Esto lo dicen antropólogos o grandes historiadores como Huizinga. Como dice el proverbio italiano: ``Es un poco por juego y un poco por no morir.''
-¿Qué relación hay entre usted y sus personajes? ¿Fría, cálida, cercana, distante? ¿Los convoca como Pirandello para conversar y discutir?
-Me llegan a menudo con una voz, eso que los psiquiatras llaman ferozmente la alucinación sonora. En efecto, hay una pequeña voz que comienza a decir una palabra pequeña, pequeña, que luego empieza a crecer y con ella el personaje empieza a crecer. Voces de muertos que, como en un famoso poema, nos hablan en el sueño o vibran en el pecho.
-En sus novelas sobre todo, con la excepción de Sostiene Pereira, no hay una secuencia lógica, queda al final algo trunco, incomprensible, vacío.
-Mis novelas están llenas de hoyos pero la vida también lo está. Hay tantas zonas oscuras que no entendemos... Me parecería de una insoportable arrogancia comprender todo, aun la vida de un personaje. Se busca unir los pedazos, pues tengo la convicción de que sólo existen fragmentos y no una totalidad.
-En sus ficciones las mujeres, o el amor de una mujer, crean contrapesos o contrafuertes a las incertidumbres y angustias de los personajes masculinos.
-Pero también sufren mucho y a veces más que los personajes masculinos. Se parecen a los pararrayos que a veces concentran en sí la furia de la tempestad. Son seres sacrificados. Pienso en Asmara de Piazza d'Italia, en la ausente Isabel de Réquiem, en Dolores Ibarruri. La mujer en mis libros, si hay una analogía literaria, quizá sea como el personaje femenino en la obra de Eugenio Montale. Lleva consigo pequeños amuletos, es una criatura auroral que atraviesa el espacio masculino y muchas veces concentra destino y sufrimiento.
-Es rarísimo que un escritor italiano se haya ocupado de tal modo en Portugal. Los italianos vuelven la vista mucho más hacia Francia, Alemania, Inglaterra, aun la Europa central.
-A mí me atrae mucho Portugal porque es un país con mitos fundadores poderosos. Le pongo dos ejemplos: el mito saudadore y el mito del sebastianismo. Este último es la historia del rey niño, que organiza una cruzada contra los moros de Marruecos. Se destruye el ejército (y con él la élite portuguesa), el rey niño desaparece, pero -dice la leyenda- volverá algún día a Portugal y le devolverá sus glorias. Estos mitos son como invitaciones para proyectar o hacer hipótesis de nuevas creaciones culturales.