Hace diez años, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) auspiciaron la elaboración de un informe, ``Nuestra propia agenda'', que ofrecía un diagnóstico de lo ocurrido en el medio ambiente y el desarrollo de América Latina, y a la vez sugería cómo abordar el futuro.
En esa tarea participaron tres ex presidentes del área, distinguidas personalidades de la vida pública y varios especialistas en el tema. Tres años más tarde entregaron su informe lleno de consideraciones políticas y técnicas encaminadas a enfrentar la crisis económica que entonces se vivía y a reducir el abismo entre la opulencia y el despilfarro de algunas sociedades y países, y la miseria y la desigualdad que marcan a la mayoría del mundo.
El documento precisa cómo la pobreza es causa y efecto del deterioro ambiental en la región, obligada por una elevada y creciente deuda externa a transferir enormes capitales hacia los grandes centros de poder. Ello lleva a explotar irracionalmente los recursos naturales que, en otras circunstancias, debían utilizarse con sensatez.
De esa manera se afecta un incalculable patrimonio de América Latina. Baste citar que entre los doce países más ricos del planeta en especies vegetales y animales figuran Brasil, Colombia, México, Perú y Ecuador. Agréguese la sobreexplotación local de especies, la contaminación petrolera, la degradación y destrucción de los recursos costeros, así como de los manglares.
Por su parte, la industria y los asentamientos humanos han propiciado la contaminación de ríos y lagunas, de las costas y los mares, afectando salud y calidad de vida de la población.
No menos grave es la contaminación en las ciudades, que crecen a altas tasas debido a la migración proveniente de un sector rural que no brinda trabajo ni recursos suficientes para una vida digna. Y no porque se carezca de tierras de buena calidad, agua y otros insumos necesarios para las labores agropecuarias. Sencillamente se concentran en pocas manos, o están ociosos, mientras millones carecen de una parcela para sobrevivir.
En las ciudades, millones crean los cinturones de miseria y se dedican a las tareas más diversas con tal de obtener lo indispensable. Los desafíos para brindarles los servicios básicos y garantizar su salud, crecen en la misma medida que la crisis, la falta de empleo, la inseguridad y la violencia.
Quienes elaboraron ``Nuestra propia agenda'' remataron su diagnóstico con propuestas claras sobre la forma de salir del atraso, tarea en la cual tanto los países ricos como los pobres se hallan atados ``por un destino irremediablemente común''. Hoy más que antes, la interdependencia condiciona la vida de los pueblos y se hace presente en el ambiente y el desarrollo.
Por eso la urgencia de caminar juntos hacia un ``nuevo pacto internacional para el desarrollo sustentable''. Ello significaría establecer nuevos términos en la relación económica entre el mundo industrializado y el pobre o en vías de desarrollo, y formas regionales que ataquen de raíz la pobreza y la injusta distribución del ingreso y la riqueza. Pero también, y como fruto de la nueva estrategia, que lleven a la utilización racional para el largo plazo, y en beneficio de la población, del enorme patrimonio natural que se ha salvado de la destrucción.
Mas como revelan todos los indicadores sociales y económicos, ``Nuestra propia agenda'' no ha tenido eco en los grandes centros de poder, ni tampoco en los grupos gobernantes de la región. A una década de su planteamiento, sigue la destrucción de flora y fauna, no cesa la contaminación del agua y de los mares, y el agro y las ciudades han visto agudizados sus problemas. La concentración del ingreso y la riqueza es mayor que nunca y, según datos recientes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el número de pobres en la región supera los 200 millones de personas, de los cuales 90 millones son indigentes. La agenda para el verdadero cambio sigue entonces pendiente.