n En 9 años en el poder, los indígenas gobernaron para las comunidades


Huehuetla, entre su raigambre totonaca y la modernización mestiza

n El nuevo alcalde se dice dispuesto a recuperar el municipio de la ruina en que lo dejó la OIT

Blanche Petrich, enviada/I, Huehuetla, Sierra Norte de Puebla n Cuando la Organización Independiente Totonaca (OIT) era gobierno en este municipio -nueve años duró- el ayuntamiento era un hormiguero. Bajo sus portales había bancas y ahí tomaban el fresco los que caminaban desde lejos a tratar sus asuntos. En la oficina del presi, rodeado de sus síndicos, regidores y asesores, sesionaban las audiencias públicas y entraba quien quisiera. En el salón de cabildos funcionaba la asamblea permanente.

Hombres de makiauac (calzón de manta) y sombrero, mujeres de blanco con kexkemil de encajes, se congregaban, entraban y salían, pedían y gestionaban. Después de un día intenso de audiencias, el piso quedaba cubierto de escupitajos, de cáscaras de mango y plátano pisoteadas. Los topiles sólo cerraban las puertas del palacio municipal durante la noche.

Eso era antes. Ahora la entrada del inmueble es custodiada por policías y no pasa nadie que no tenga un asunto pendiente con la nueva autoridad. El edificio está recién pintado, barrido y limpio. El nuevo presidente municipal, Víctor Manuel Rojas Solano, quien ha olvidado cambiar la foto de Manuel Bartlett por la de Melquiades Morales, es un maestro mestizo del centro y está dispuesto a recuperar el municipio "de la ruina" en la que lo dejó la OIT.

Durante la administración totonaca, las despensas del DIF dejaron de ser entregadas a los comerciantes locales para que las vendieran a precios discrecionales. Se entregaban directamente y gratis. En las once comunidades del municipio, ciento por ciento indígenas y monolingües, se instaló luz y teléfono. En todas se abrieron casas de salud y escuelas, y se construyeron bodegas para que los campesinos pudieran negociar mejores precios para sus cosechas de café y pimienta.

Se fundó y consolidó el Centro de Estudios Superiores Totonaco Kgoyom y el consejo de ancianos funcionó por prime ra vez como autoridad reconocida. Entre los pendientes quedaron los 13 kilómetros de camino que faltan para unir a Huehuetla con el sistema de carreteras estatal, 13 eternos kilómetros que trepan como camino de cabras la vertiente poblana hasta lo más alto de la sierra totonaca. Y los caminos vecinales que algún día podrían unir a la cabecera con sus pueblos circundantes.

"Compraron radio... y cambiaron"

Lo de la introducción de la electricidad, comenta uno de los ex presidentes de la OIT, Bonifacio Gaona, "parece nada, pero cambió mucho a nuestra gente. Compraron radio, escucharon cosas, mandaron a los hijos a estudiar, se enteraron y se informaron. Cambiaron su forma de pensar".

Fueron años en los que se gobernó más de cara a las comunidades y menos para la cabecera municipal, donde se concentra diez por ciento de la población, los mestizos. Los pueblos tributarios de los alrededores pudieron reconocer "el centro" como un espacio propio, no sólo como casa de los patrones. Pero quizá la obra más importante de la administración indígena tuvo que ver con lo que describe don Polo, uno de los transportistas de la región. "Ora sí se acabaron los tiempos de Porfirio Díaz. Y si el PRI va a querer volver a lo de antes, pues no va a poder, porque aquí los totonacos ya abrieron los ojos".

En los comicios de noviembre, el PRI recobró el poder en el municipio con una ventaja de 400 votos sobre la alianza OIT-PRD, con métodos conocidos: compra de votos, importación de votantes de los municipios vecinos, alteración del padrón. Junto con el poder, los mestizos del centro recobraron el mango de la sartén que habían perdido.

ƑDónde quedó la vara?

Al momento de entregar el bastón de mando -el lixtokgni-, el último presidente municipal totonaca fue convocado por los mayores, los natlatni. Ellos consideraron que las varas que representan la autoridad india no podían ser entregadas al ayuntamiento entrante, que por ser mestizo no las valoraría. Entonces, Pedro Rodríguez, sus regidores y síndicos entregaron sus varas, decorada cada una según el cargo, a los ancianos. Y éstos, a su vez, se las entregaron al santo patrón del pueblo, San Salvador. Ahí están en el altar de la iglesia, en el nicho del santo principal, colocado en lo más alto de la réplica de la pirámide de Tajín. La zona arqueológica veracruzana queda apenas tras lomita, rumbo a Papantla.

Pero Pedro García Pérez, secretario general de la OIT, asegura que, a pesar de haber perdido el poder, los totonacas "no estamos afligidos". Los dirigentes son autocríticos. Reconocen que el ex presidente empezó a portarse como mestizo, como lewan, déspota y arbitrario. Y admiten también que para las elecciones en las que iban por su tercer trienio, con el maestro bilingüe Juan García Ciprián como candidato, se confiaron. "Ya no trabajamos más porque pensábamos que la gente estaba con nosotros. O que sólo por ser de la OIT iba a volver a votar por nosotros". Y para colmo, el PRD, que desde hace nueve años cobija la participación electoral de la OIT con sus siglas, no defendió las denuncias de irregularidades de los totonacas en el Consejo Estatal Electoral de Puebla.

"Por eso ya no somos alianza con ellos, estamos solos como OIT. Y estamos en campaña para recuperar la confianza de nuestra gente", asegura el líder.

Racismo sin maquillaje

No es sutil el racismo aquí, aunque los huehuetlecos mestizos sean pobres y morenos. El domingo por la noche, en la farmacia donde atiende el médico del centro, llega un hombre mayor, indio él, ensangrentado. Aún sonríe apenado por causar molestias. El médico apenas levanta la vista mientras le indica al paciente que pase. "Así son éstos -comenta con la clientela-, se la pasan pegándose".

En otra casa, una mujer prepara comidas para servir. Es humilde, descalza y afable. Pero si a su puerta asoman los indios vendiendo su cuartito de café, su puño de ajonjolí o chile, la mujer cambia, tuerce el gesto, y en totonaco regatea a precios de humillación. Los indios no pasan su umbral.

Del monte salen las recuas cargadas de costales de mamey. Es temporada y la cosecha es abundante. Los intermediarios sólo tienen que recorrer la terracería y regatear en el camino. De 90 pesos el costal que piden los campesinos, ofrecen, si acaso, 50 pesos. Y si no, "pues ai te quedaste, compadre", y se alejan echando una nubecilla de diesel quemado.

Los últimos tres párrocos de Huehuetla no han sido del agrado de los habitantes del centro. Las fricciones son tantas que los domingos, muchos de los mestizos ya ni siquiera se acercan a la iglesia, demasiado llena de indios para su gusto.

"No es de su agrado que aquí hablemos de valores y derechos indios. Aquí reconocemos sus luchas por ser gobernados por ellos mismos. Como teología india que somos, no nos vemos solamente como administradores de sacramentos. Eso no le gusta a la gente del centro. Para ellos el ayer era mejor".

En la plaza central, las fiestas del Día del Niño están en su esplendor. Las niñas visten como la Tatiana, y a los niños se les impone el estilo de Luis Miguel, o los payasitos occidentales. La cultura local, rica en danzas diversas y dotada de excelsos huapangos, está fuera de los programas escolares oficiales. El nuevo plan de actividades del DIF cambió las sesiones de tejido de fajas y bordado de blusas por cursos de cultura de belleza, macramé, cestería y flores de plástico.