Los diez primeros días de mayo son pródigos en ''puentes" y festividades. El 5, aniversario de la batalla de Puebla, ganada por Ignacio Zaragoza, quien murió de tifoidea meses después, en 1862, a los 33 años. Los museos del INBA permanecieron abiertos, buen momento para desplazarse por la ciudad, sin mucho tráfico y sin el hoy no circula. Por tal motivo elegí ese día para visitar la exposición Cartier en el Palacio de Bellas Artes. Los equipos de seguridad y monitores funcionaban estrictamente, mejor aún que como sucedió hace más de cinco lustros cuando se exhibieron los dibujos de Leonardo da Vinci de la colección de Windsor Castle. En esa ocasión el ambiente se tensaba de emoción, ahora había curiosidad y asombro.
Debo decir que ųcon la buena museografíaų me preguntaba si no hubiera sido igual mostrar réplicas de utilería en vez de las diademas, pectorales, collares en forma de escudo, brazaletes, etcétera. Casi me parecía estar en el teatro. Eso pensaba mientras me acercaba a mirar una diadema articulada en platino y diamante que debe costar una fortuna, realizada en 1923. No obstante, cuando vi un brazalete de correa, discreto, trabajado en Nueva York con zafiros, me entraron grandes deseos de posesión que decidí retirarme rápidamente a la salida, mirando de paso unos collares en forma de cocodrilo que no entendí, Ƒcómo es que se sostienen en el cuello?, Ƒquién soportó alguna vez el peso de la serpiente casi tan gruesa como una boa, de reflejos iridiscentes que ciegan?
Había mucho público contemplando las joyas. A dos damas que me reconocieron les sugerí visitar la exposición de Manuel González Serrano (1917-1960) dispuesta en las salas anexas a los murales. Yo así lo hice. Pero en cierta medida tuve una decepción, algo digno de analizarse psicoanalíticamente; ese pintor, de quien estaba prendada desde que vi una exposición suya en la Galería El Delfín en los años setenta, ya no me gustó tanto, me pareció excesivamente amanerado y por momentos hasta cursi, sobre todo en los trabajos sobre papel. Si no llegó a caérseme fue debido a los autorretratos y a pocas obras más. Días atrás, escuchando a María Teresa Orvañanos, había entrado en serias reflexiones sobre la posibilidad o la imposibilidad del autorretrato. ''Es un arte imposible, porque se pinta en ausencia", decía ella.
El pintor o la pintora que se autorretrata piensan: ''El otro me verá como me imagino que quiere verme", entonces el autorretrato es una ficción, hay efectivamente una ausencia, la persona mira el espejo (si es que se trata de autorretratos especulares, como éstos) y lo que ve es su reflejo ''virtual", invertido, luego ve el soporte en el que pinta y así se la pasa, alternando su mirada. Mientras la mano pinta, el ojo no ve. Y es cierto, pero también es una ficción el retrato y todos los demás temas pictóricos: quieren seducir, sin ese propósito Ƒqué ocurriría? Sucederían cosas distintas, que me propongo comentar acerca de la colección Jumex, exhibida en el Museo Carrillo Gil.
Más que hechicero y con todo y su locura, González Serrano me parece un seductor y la seducción alcanza a las naturalezas muertas, algunas con finas alusiones sexuales y en paisajes, como el que se observa en el cuadro de los toreritos, uno de los mejores del conjunto, realizado en 1948 y vinculado a otra pintura, La ventana. Aunque el paisaje que aquí se vislumbra no es ''verista", es decir, es imaginado, resulta similar en tónica al de los toreros. Puede pensarse que ambos acarrean reminiscencias de Lagos de Moreno, Jalisco, donde transcurrió la infancia del pintor, probablemente hasta los 10 años de edad, siempre acompañado de su nana Atanasia Herrera, a quien retrató (con buen logro) aproximadamente en 1948. Ese cuadro está adecuadamente colocado junto a uno de sus autorretratos, fechado quizá al tanteo en 1953. Sólo la pupila derecha de la faz que él pintó hace contacto de ojo con nosotros que la vemos y ese proceder suyo, de acentuar su propia asimetría, es perceptible incluso en su más famosa pintura, el celebrado Hechicero que da título a la exhibición y que posiblemente es su obra maestra.
El pintor sólo excepcionalmente fechaba sus obras, pero aquí queda explícito que su autorretrato, ensayando muy bien ante el espejo la expresión que quiso dar a su rostro, entre el 27 y el 30 de septiembre de 1947. Cuatro años antes, en el mismo mes, se autorretrató entre el día 3 y el 4, dejando igualmente la leyenda inscrita. Una araña parece brotarle del pecho, la factura es más burda, también hay ''aura" y la efigie es ''seductora", no así cuando se autorretrata de frente, sin leyenda de por medio, ca. de 1954, según se anotó en la cédula. Sin duda se muestra aquí más analítico, el seductor ha desaparecido. Se supone que para entonces ya había pintado el retrato del Dr. Alfonso Millán (1906-1975) a quien yo conocí muy de cerca, quizá valiéndose de una fotografía (había varias en la Clínica Floresta). Nada que ver este retrato con su modelo, pese a la simbología. Millán no era delicado, sino muy fuerte, como un zorro plateado.