Luis Hernández Navarro
Pablo Salazar

Alguna maldición pesa sobre el PRI en Chiapas. Muchos de los hombres que han destacado como negociadores en el conflicto chiapaneco han pasado a engrosar las filas de la oposición. Primero fue Manuel Camacho, le siguió Dante Delgado y ahora tocó el turno a Pablo Salazar Mendiguchía.

La lista es, empero, mucho mayor si consideramos la incorporación al PRD de una parte de los amigos del efímero gobernador Eduardo Robledo Rincón, o la abierta ruptura con el sistema de un destacado grupo de especialistas en cuestiones indígenas, que participaron en la negociación de los acuerdos de San Andrés. La lista está en camino de ampliarse.

Por más que quiera ser menospreciada por la directiva del PRI, la salida del senador Salazar de sus filas es un duro golpe a ese partido. No sólo porque se trata de la más grave ruptura que el tricolor ha sufrido en ese estado, sino porque con ello pierde puentes y mediaciones con actores políticos y sociales claves en la entidad. Hace unos días Adrián Thorpe, emabajador del Reino Unido en México, señaló sobre Chiapas: "Las autoridades mexicanas no siempre son exitosas en explicar qué están haciendo y por qué?" ƑCómo le harán ahora para explicar a la comunidad internacional este nuevo descalabro de su política?

La renuncia de Pablo Salazar al tricolor fue precipitada porque el gobernador interino del interino, Roberto Albores, destapó a Francisco Labastida como aspirante a la candidatura del PRI a la Presidencia de la República. Según el hoy senador independiente, "si (Albores) está dispuesto, al precio que sea, a imponer su candidato presidencial a los chiapanecos, con más razón buscará a toda costa imponer a su sucesor en el gobierno de la entidad".

Sin embargo, su salida de ese partido era inevitable desde diciembre de 1996, cuando el presidente Zedillo rechazó la propuesta de reformas constitucionales sobre derechos y cultura indígenas elaborada por la Cocopa. En ese momento, el senador Salazar enfrentó la disyuntiva de respetar la palabra que había empeñado en el proceso de paz o seguir la línea trazada desde Los Pinos y Bucareli, que exigía desconocer lo acordado con el EZLN. Apostó por ser congruente con la verdad y consigo mismo. Irremediablemente se convirtió en rival de un poder que no admite que se le diga que no, y menos que lo haga alguien que proviene de sus propias filas. Sólo la decisión del chiapaneco de no escalar el conflicto, el resquebrajamiento del PRI, y el temor gubernamental ante el escándalo internacional, mitigaron el pleito.

Con una militancia de 26 años, Pablo Salazar ascendió en el escalafón del partido oficial a raíz de la insurrección zapatista. Secretario de Gobierno durante la administración de López Moreno, enfrentó uno de los periodos más conflictivos en la historia de Chiapas haciendo uso de sus habilidades negociadoras. Su gran ascendencia moral en la comunidad evangélica del estado motivó que distintas fuerzas políticas vieran en él un contrapeso a la influencia del obispo Samuel Ruiz. Salazar Mendiguchía se negó a desempeñar ese papel. Y, sin renunciar a impulsar su propio proyecto, se opuso a la intención de presentar el conflicto chiapaneco como un problema entre religiones.

Electo senador por Chiapas en 1994, participó tanto en la primera como en la segunda Cocopa. Su protagonismo fue clave en el impulso de la vía paralela de negociación entre el EZLN y el gobierno federal durante el segundo semestre de 1996. Gracias a ella, la firma de la paz estuvo más cerca que nunca. Su independencia de criterio y sus opiniones críticas provocaron en más de una ocasión el malestar de la delegación gubernamental en las pláticas de San Andrés. Su participación en el grupo Galileo fue clave para congelar la iniciativa de ley indígena elaborada por el Ejecutivo federal.

A la designación de Albores Guillén como gobernador interino le siguió una escalada en contra del senador rebelde. El PRI estatal pretendió expulsarlo de sus filas. Emilio Rabasa señaló, sin pruebas, que cuando era responsable de la Secretaría de Gobierno había apoyado al zapatismo. Las campañas en la prensa local en su contra se convirtieron en asunto de todos los días. En esas circunstancias su permanencia, primero en la Cocopa y luego en el tricolor, resultaba imposible.

Pablo Salazar ha decidido seguir la senda que otros antiguos priístas recorrieron con éxito en Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur. Pero en Chiapas hay una guerra, y el camino electoral está sumamente desgastado. El gobierno no quiere la paz, y él se ha convertido en una molesta evidencia de ello. Su integridad política es uno de sus principales puntos a favor, pero no un cheque en blanco. Se ha quitado ya el ancla del PRI. Su vida política recién comienza.