El día 4 de este mes concluyó el periodo transitorio de cinco años de autonomía establecido por los acuerdos firmados en Oslo por Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Yasser Arafat, contrariamente a sus promesas, no pudo proclamar un Estado palestino independiente (y eso provocó fuertes manifestaciones populares contra el gobierno de la Autoridad Palestina que él preside).
En efecto, no sólo continúa la ocupación israelí del suelo palestino sino que, además, Tel Aviv ha extendido la colonización en más de un tercio con judíos del suelo palestino y prosigue sin tregua en sus esfuerzos por transformar demográficamente a Jerusalén (que espera convertir en su capital a pesar de todas las resoluciones adversas de Naciones Unidas). Para colmo, las medidas tomadas por Israel para reemplazar a los palestinos que trabajan o trabajaban en el Estado judío, así como las agresiones económicas contra los que viven bajo la Autoridad Palestina, han agravado la pobreza entre los árabes los cuales, además, ven con inquietud la corrupción de sus gobernantes palestinos y la impotencia política del gobierno de Arafat ante Israel y ante Estados Unidos.
Los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia tapan con su fragor el drama de los palestinos y también el de sus gobernantes nacionalistas que ven la alianza militar entre Turquía (de la OTAN, primera potencia de la región) e Israel contra ellos (y contra Siria). Arafat debe subordinar su política a la política israelí y esperar el resultado de las elecciones en Israel del 17 de mayo (con una segunda vuelta posible el 1o. de junio) para ver con quién deberá negociar el reconocimiento del Estado palestino y el funcionamiento del mismo (o contra quién los desgastados y divididos palestinos deberán recomenzar la lucha, armada o tipo Intifada). Por si fuera poco, Arafat debe preservar constante y gratuitamente, con su policía palestina, la seguridad de los israelíes, que siguen ocupando las mejores tierras e impidiendo la libre circulación de los árabes, y debe mantener la seguridad del Estado de Israel, racista y expansionista. Y, para ello, forma sus cuadros policiales con el asesoramiento de la CIA, que así controla y hasta dicta su política y forma los futuros cuadros del Estado "independiente".
Las únicas armas que poseen los palestinos (su mucho mayor natalidad y la gran superioridad en población de los Estados árabes de la región frente a Israel) pierden su importancia ante la agresividad de la OTAN en toda la zona, la lucha de Washington por imponer su hegemonía y por despedazar a Rusia, la ignorancia de la ONU por parte de Estados Unidos, el creciente papel de Turquía, la carencia de gobiernos árabes progresistas y la división de los propios árabes que son ciudadanos israelíes y algunos de los cuales apoyan a la derecha extrema judía.
El nacionalismo árabe, incluso en Palestina, donde la población pertenece a diversas religiones y culturas, cede el paso, desgraciadamente, a otra forma (reaccionaria) del nacionalismo, como el fundamentalismo religioso islámico, que Israel ha prohijado y fomenta para debilitar a la OLP y a la izquierda laica entre los palestinos. Ese fundamentalismo quita aliados a los palestinos entre los sectores progresistas de las sociedades árabes y de Europa, refuerza al mismo tiempo el temor de los judíos de Israel, sobre el cual se basan tanto la derecha de ese país como el fundamentalismo y racismo judíos y debilita al centro y a la izquierda israelíes, que se oponen a Netanyahu porque saben que, a la larga, incluso Israel será mayoritariamente árabe y no podrá instaurar un régimen de apartheid.
Arafat está hoy en una situación sin precedentes por lo difícil. La única salida sería encabezar una cruzada palestina y árabe contra Washington, contra el imperialismo, el racismo, por la libertad de cultos y las soluciones multiétnicas y multiculturales y la reconstrucción de la economía sobre bases solidarias y comunitarias, abandonando el camino de la construcción de un mini-mini-Estado capitalista como los demás de la zona, y a la sombra de Washington y de Tel Aviv. Eso quizás podría costarles a los palestinos la ocupación total y a él y sus seguidores el mini poder logrado, pero quizás salvaría, además del honor y la dignidad, el futuro de Palestina y de la nación árabe.