A18 meses de finalizar el actual periodo de gobierno, las metas económicas de la administración se redujeron a un objetivo único: evitar otra crisis sexenal. Frente a esto, los grandes propósitos de desarrollo, bienestar y cambio estructural e institucional pasaron a un plano secundario. A fin de asegurar que se cumpla tal consigna, las políticas públicas están orientadas a moderar e incluso contener el crecimiento económico. La magnitud de la moderación o contención del crecimiento es determinada por el grado de deterioro actual y potencial del sector externo, y en primer lugar del saldo comercial de la balanza de pagos. En la búsqueda de un "equilibrio de final de sexenio" en las cuentas con el exterior, el producto y el empleo son irremediablemente las variables de ajuste.
En parte obligada por la volatilidad de los mercados internacionales, y en parte debido a los imperativos nacidos de la consigna de un cierre de sexenio sin crisis, la economía sufrió una significativa desaceleración entre el último trimestre de 1998 y el primero de 1999. Información preliminar y estimaciones de los diversos servicios de prospección del sector privado indican que de enero a marzo del presente año el PIB observó un crecimiento máximo de 2.2 por ciento. Esta tasa es inferior a la del último trimestre de 1998 (2.6 por ciento), que ya fue baja. Otros indicadores coyunturales confirman la pérdida de impulso de la actividad económica durante el primer trimestre. Las ventas de los grandes establecimientos comerciales de bienes de consumo perecedero y semidurable tuvieron un crecimiento real equivalente a la mitad del registrado un año atrás. El índice de volumen de la producción industrial también evolucionó muy lentamente. La inversión fija tuvo uno de sus crecimientos trimestrales más bajos desde que se inició la recuperación económica (se estima un crecimiento máximo de 1.2 por ciento en términos reales). Un dato significativo es el estancamiento de la producción de vehículos automotores con respecto al primer trimestre de 1998. Además, y de acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz, la producción destinada al mercado nacional cayó cerca de 25 por ciento.
Con todo, el panorama económico se ha ido haciendo más holgado en el transcurso del segundo trimestre. Un entorno internacional muy diferente al previsto a finales de 1998 y al inicio del presente año explica esta mejoría relativa. Tres son los factores que hay que consignar en este rubro: la continuación del extraordinario dinamismo económico de Estados Unidos, el impacto más bien menor de los problemas cambiarios y financieros de Brasil y, desde luego, el repunte de las cotizaciones internacionales del petróleo. En este contexto, el ingreso de capitales ha jugado un papel de primera importancia en la configuración de un encadenamiento coyuntural muy positivo en el terreno financiero y monetario. El influjo de capital produjo una significativa apreciación nominal del peso, lo que --junto con la postura restrictiva de la política fiscal y monetaria-- ayudó a reducir las presiones inflacionarias que en enero y febrero tendieron peligrosamente a incrementarse más de lo esperado. Paralelamente, las tasas de interés se redujeron, regresando a niveles muy cercanos a los del verano pasado.
Todo indica que los límites del descenso de las tasas de interés y de la apreciación del peso ya fueron alcanzados. Dado el nivel de la inflación interna, no es razonable esperar que el precio del dinero y la tasa de cambio profundicen las tendencias de las últimas cinco o seis semanas. Nuevas disminuciones sustanciales de las tasas de interés las acercarían peligrosamente al umbral de rentabilidad y "premio al riesgo" después del cual los inversionistas foráneos ya no estarían dispuestos a mantenerse en el mercado mexicano. Una mayor apreciación del peso atentaría fuertemente contra la competitividad del sector exportador. Una y otra cosa matarían a la gallina de los huevos de oro del sexenio: provocarían la caída del ingreso de capitales y de la captación de divisas.
Sería absurdo considerar que la relativa mejoría del escenario económico y financiero es algo más que un acontecimiento coyuntural. La volatilidad de los mercados internacionales no desapareció; sólo dio un vuelco favorable y, aunque siempre es mejor tener buena que mala suerte, nadie sabe cuánto durará. La fragilidad externa, financiera y fiscal de la economía sigue presente. Las autoridades lo saben y por ello mantienen con firmeza la consigna de "un fin de sexenio sin crisis". Queda esperar que al menos esta meta económica sí se alcance. Aunque el precio sea prolongar el estado anémico de la economía y seguir postergando para un futuro indefinido el inicio de una nueva ola de progreso y crecimiento.