La herencia, el último libro de Jorge Castañeda, es principalmente una recopilación de cuatro largas entrevistas con los ex presidentes Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas. El tema central es el misterio de la sucesión presidencial. Cómo y cuándo fueron destapados cada uno de ellos, y cómo y cuándo cada uno, a su vez, destapó al sucesor. Sin embargo, en el ambiente enrarecido de la política nacional (en donde lo blanco es negro y lo negro se pierde con frecuencia en las entrañas del sistema) las respuestas de los ex presidentes son para leerse entre líneas. Por ejemplo, todos afirman que fueron ungidos por el presidente saliente días antes del destape (algo difícil de creer) y que las palabras sacramentales estuvieron desprovistas del boato y formalismo que todos imaginábamos. ``Usted va a ser el candidato del PRI a la presidencia, ¿está listo?'' (le dijo a boca de jarro Gustavo Díaz Ordaz a Luis Echeverría). El ungido, también de pocas palabras, contestó: ``estoy listo'', y ambos se despidieron con sendos y lacónicos ``hasta luegos''. La escena reviste un formalismo propio de la disciplina castrense, aunque también pudiera interpretarse como un acto inevitable entre dos hombres que no se profesan ningún afecto personal y simplemente cumplen en forma acartonada con el rito inexorable de la sucesión presidencial.
En el destape de José López Portillo las palabras presidenciales estuvieron permeadas del lenguaje enigmático que hizo famoso a Luis Echeverría. Durante un acuerdo de rutina, Echeverría invitó ceremoniosamente al ``señor secretario López Portillo'', su amigo entrañable de la infancia, a sentarse en un sillón distinto al acostumbrado ``y señalando con sus manotas la bandera que ahí estaba y algunos otros símbolos de poder'' (la descripción es de José López Portillo), el presidente le preguntó con desparpajo: ``señor licenciado, ¿se interesa usted por esto?'' (¡una manera nada halagüeña de referirse al futuro de los mexicanos!).
López Portillo, el culto maestro de Teoría del Estado, recurrió a los refranes populares: ``oiga Miguel (le dijo al sucesor), en estos asuntos del plato a la boca se cae la sopa (...), sea muy reservado y trate de no exhibirse (...); ni a su esposa se lo comente''. Y De la Madrid, quien desoyendo el consejo presidencial se lo comentó a su familia un día antes (¡vaya, por fin alguien con debilidades humanas!), fue presentado posteriormente ante las ``fuerzas mayoritarias del partido'' para oficializar la decisión. De la Madrid, por su parte, repitió el formato de su propio destape con Carlos Salinas, advirtiéndole que ``tenía muchas posibilidades y que estuviera tranquilo (...), pero que no (le) podía dar ninguna seguridad'' (esta parte del diálogo parece una desangelada entrevista de trabajo, en la que el joven aspirante recibe de su jefe palabras de aliento sobre la promoción solicitada). Las entrevistas confirmaron la existencia de otros hacedores de presidentes: ¿el poder tras el trono?: José Ramón López Portillo en la sucesión de Miguel de la Madrid, Emilio Gamboa en el caso de Salinas, y José Córdoba Montoya en la selección del candidato Ernesto Zedillo.
Aunque el autor convenció a los ex presidentes apelando a su ego (haciéndoles ver la importancia de que escribieran sus memorias o de alguna forma dijeran su verdad), lo cierto es que las historias sobre la sucesión presidencial resultaron más inverosímiles que las fábulas de Esopo. Castañeda, sin embargo, bordando fino, extrajo tras bambalinas una historia decepcionante: el precio que hemos pagado por ``la herencia'' (nuestro mezquino y enfermizo proceso sucesorio). Para él, es claro que Echeverría pudiese haber dejado correr el problema estudiantil del 68 para forzar la mano presidencial, y que Salinas pudiese haber preparado su propia sucesión doce años antes (maquillando las cifras económicas en beneficio de la candidatura de Miguel de la Madrid, y posteriormente en beneficio propio). El libro termina con una ``visión de los vencidos'' (las entrevistas con los perdedores) y un interesante apéndice sobre la elección fraudulenta de 1988. A pesar de las ficciones presidenciales, el gran mérito de la obra es que estos temas se discutan ahora públicamente.