Jaime Bayly, periodista de la televisión peruana, publicó en 1994, a los 29 años, su primera novela, No se lo digas a nadie (editada por Seix Barral), la cual suscitó de inmediato una fuerte polémica en la sociedad limeña por su manera directa de abordar los temas de la homosexualidad y de las drogas, y por su radiografía minuciosa de comportamientos extremos de la burguesía local, que incluyen el machismo, la jactancia clasista, y de manera muy señalada su desprecio por los cholos. La novela de Bayly actualiza temas tratados anteriormente por otros escritores peruanos, como Vargas Llosa en La ciudad y los perros (1963) y Alfredo Bryce Echenique en su notable retrato de una infancia limeña, Un mundo para Julius (1970). Bayly sitúa su novela en los barrios elegantes de Lima, en Miraflores y San Isidro, en un ambiente de "coca, sexo y gente bonita y confundida", con un personaje central, Joaquín, que desde la infancia padece la doble tiranía de un padre obsesionado con la virilidad y de una madre posesiva y mojigata. El asunto central de la novela es el descubrimiento paulatino que hace Joaquín de su orientación homosexual, las dificultades para asumirla plenamente en una sociedad hostil, sus eventuales incursiones en la sexualidad regulada, su adicción a las drogas, y sus fallidas experiencias en la prostitución masculina.
El realizador peruano Francisco Lombardi retoma este material para proponer, en una adaptación a cargo de Giovanna Pollarolo y Enrique Moncloa, un desenlace distinto al de la novela y un tono general que combina la crónica mundana y el melodrama familiar. De Lombardi se conocen en México su adaptación de La ciudad y los perros (1985), Sin compasión (1994), y su cinta más impactante, La boca del lobo (1988), sobre la guerrilla senderista. Este año realiza además otra adaptación de una novela de Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras. La obra de Bayly permite a Lombardi insistir en su crítica a la burguesía peruana, pero esta vez a partir de la experiencia íntima de un joven de 21 años, el cual añade a su propia confusión sexual el desencanto y escepticismo de su generación. La película elabora un esquema narrativo convencional, con personajes muy estereotipados (los padres, al límite de la caricatura) contra los que se destaca la rebeldía del joven. Al tiempo que se muestra la salida del clóset de Joaquín, se aborda melodramáticamente el tema de la brecha generacional, muy en el estilo de la cinta de argentina de Adolfo Aristarain, Martin (Hache), añadiéndose un señalamiento irónico de la hipocresía familiar (guardar las apariencias, imperativo de la armonía social) que a su vez remite a la cinta de Jaime Humberto Hermosillo, Doña Herlinda y su hijo, filmada catorce años antes.
El interés de la cinta no radica entonces ni en la novedad ni en la audacia con la que aborda el tema de la homosexualidad, tampoco en la sugerencia de una supuesta universalidad del comportamiento bisexual, que es aquí sólo elemento pintoresco o resorte humorístico. Su eficacia procede de apuntes muy breves que denuncian el racismo y la homofobia de la burguesía limeña: los jóvenes estudiantes de una universidad católica linchando a un travesti en un parque, la perplejidad de un padre de familia que reflexiona: "Un hijo maricón. Hubiera preferido un mongolito"; la invitación de ese padre a que su hijo contribuya a forjar una nación criolla más grande matando indígenas, o el agravio mayor que, en opinión de un personaje gay, significa ser en Lima "rosquete" (maricón) y también cholo, pues así se contamina el ambiente. O la referencia al sida que transmiten los travestis y del cual un joven de buena familia puede curarse con sólo un "tiro" de cocaína.
Lo mejor de No se lo digas a nadie es ese retrato implacable de la intolerancia social, de la irracionalidad convertida en código de conducta. Su limitación mayor es su apuesta por fórmulas del melodrama que no permiten sutilezas ni ambigüedades en el trazo de los personajes. Al respecto hay ejemplos más convincentes, en todo caso más complejos, del conflicto padre-hijo en la cinta holandesa Carácter, o en la australiana De frente al vacío (Head on), de Ana Kokkinos, de estreno inminente. En esta última, el personaje central, también gay, opone a la moral patriarcal griega un desafío gozoso, y no las mil tribulaciones de la culpa y de la mala conciencia de clase. En No se lo digas a nadie no existe la posibilidad de tal desafío. Los personajes actúan a partir de una situación de privilegio social, y sus infracciones a la moral tradicional son apenas desvíos pasajeros. La asociación drogas, homosexualidad y privilegio de clase reduce la elección sexual de Joaquín a un mero conflicto burgués, sin mayor trascendencia, que permite a la postre acomodos y entendimientos por vía de la simulación social. Este aspecto lo subraya mucho más la película que la propia novela. Lombardi parece sugerir que al nihilismo juvenil le sucede una cruda existencial que finalmente se resolverá en el conformismo.