Enorme tristeza produce ver las penas que aquejan a la Universidad Nacional Autónoma de México, la universidad de todos los mexicanos. Los que tuvimos el privilegio de estudiar en ella y de vivir momentos terribles como los que llevaron a la expulsión del rector Ignacio Chávez entre insultos y escupitajos, tras un paro conflictivo, sabemos las secuelas que la sinrazón deja a la máxima casa de estudios, lo que es decir a la nación entera, ya que se afecta negativamente a buena parte de una generación, hecho particularmente grave ahora que es tan necesario contar con jóvenes bien preparados, única manera de que el país salga adelante en este mundo feroz e implacablemente globalizado.
Hay que recordar que la UNAM es la heredera directa de la Real y Pontificia Universidad de México, primera en América, que se creó mediante las Reales Cédulas que emitió el rey Felipe II, el año de 1551. Se dice que la sede de esta institución estuvo en la esquina de las calles ahora nombradas Seminario y Moneda.
La construcción del siglo XVI, a raíz de la gran inundación de 1629, fue rehecha en estilo barroco y es la que hoy aún podemos admirar. Esta casona vivió muchas historias cuando dejó de alojar a la Universidad; entre otras, fue sede del afamado Café del Correo, después la alquiló el ilustre jurisconsulto Ignacio Vallarta y a fines del siglo XIX se instaló en el lugar la cantina El Nivel, que aún subsiste.
El nombre se debió, como ya lo hemos comentado en otras ocasiones, a que enfrente se colocó el monumento en honor de Enrico Martínez, alemán nacionalizado mexicano, que en el siglo XVII llevó a cabo importantes y debatidas obras hidráulicas para desaguar la ciudad de México y además marcaba el nivel de la ciudad. En esta centuria la casa fue registrada como propiedad federal y en 1935 fue declarada monumento histórico, por estar ubicada en el solar que ocupó la primera Universidad. Casi 50 años más tarde, el inmueble pasó a formar parte del patrimonio de la UNAM, que a partir de 1995 inició el proyecto de restauración para dedicarlo al uso actual.
La hermosa casona es representativa de las construcciones de clase media del siglo XVII: de dos pisos, con un torreón en la esquina, muros de tezontle, puertas y ventanas enmarcadas de cantera y barandales de hierro forjado. Esta en particular tiene dos encantos especiales: un balcón corrido en la esquina y una bellísima hornacina, que a pesar de estar vacía luce esplendorosamente. Como es de suponerse, en tantos siglos sufrió múltiples modificaciones, particularmente en el interior. Entre las primeras estuvo la consolidación estructural, pues además de los hundimientos severos que ha padecido la zona, esta residencia se encuentra sobre restos de la pirámide de Texcatlipoca.
Ya firme, se procedió a devolverle en lo posible los espacios originales, recuperando un pequeño patio central y reconstruyendo la escalera en su antiguo sitio; se le devolvieron la viguería en los techos y los pisos de madera. El viejo portón gozó de una limpieza a fondo. La sobria herrería fue despojada de múltiples capas de pintura, recuperando su lustre virreinal. La cantera requirió de un cuidadoso trabajo de limpieza y reposición de faltantes, que trabajaron los canteros con la misma maestría que lo hicieron sus tatarabuelos.
Ya restaurada, se instaló en el lugar el Programa Universitario de Estudios Sobre la Ciudad (PUEC), que dirige el talentoso arquitecto Francisco Covarrubias Gaitán, quien --por cierto-- con buen gusto, diseñó algunos de los muebles que con gran sencillez, en un estilo contemporáneo, se encuentran en la hermosa casona, lo que comprueba lo bien que armoniza la decoración actual con la arquitectura virreinal.
Sin duda el PUEC no podía tener casa mejor, ya que su labor de coordinación para vincular a la UNAM con la sociedad se desarrolla auténticamente en el corazón de la ciudad de México. Desde allí ha suscrito múltiples convenios, entre otros con el Gobierno del Distrito Federal y con el gobierno del estado de México, y esté por firmarse uno con el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México. Con ellos se busca la participación, entre otros, de académicos, investigadores y dependencias universitarias en la resolución de problemas específicos de la ciudad, con un enfoque interdisciplinario.
Otro atractivo de la bella casona es su cercanía con buenos restaurantes, como el recién reabierto bar Alfonso, situado en Motolinía y 5 de Mayo, en donde la encantadora Pepita Rodríguez le ofrece abundante comida española, en gratísimo ambiente.