La inversión extranjera en la Bolsa Mexicana de Valores ha llegado a más de 50 mil millones de dólares. En lo que va del año, han entrado más de 15 mil millones. A diferencia de la llamada inversión física, que se destina a fábricas, instalaciones, maquinaria y otros bienes de capital que se quedan en México por lo menos por un buen tiempo, la llamada inversión en cartera es muy volátil. Se compran acciones un día y se pueden vender la semana siguiente.
En lo inmediato, este gran flujo de inversión en cartera contribuye a que el dólar, y por lo tanto las importaciones, se abaraten. Esto, a su vez, ayuda a que los precios en su conjunto suban más despacio. Todo ello hace que las tasas de interés estén bajando, a lo cual también contribuye que una parte del financiamiento del país viene, precisamente, del dinero que entra a la Bolsa.
Esto, sin embargo, lleva a que nuestra balanza comercial sea negativa. Motiva que el déficit en este campo sea mayor. Contribuye a que importemos más y exportemos menos, porque el peso en dólares subió de precio, y con ello nuestras exportaciones se encarecieron. En lo inmediato, este mayor déficit comercial se ve más que compensado por el flujo de inversión extranjera a la Bolsa.
Esto representa, al mismo tiempo, un gran riesgo, especialmente a medida que llegamos al fin del sexenio. De ahí que muchas declaraciones de funcionarios del sector financiero estén dedicadas a convencer a los inversionistas del exterior de que esta vez no tendremos el famoso síndrome del fin de sexenio. De que, a diferencia de lo que ha sucedido desde 1976, este último año del sexenio no tendrá devaluación ni otros rasgos de inestabilidad económica.
En 1994, se había logrado que esa misma ilusión tuviera efecto. Ya estábamos en el Primer Mundo. Ya teníamos un nivel de aumento de los precios casi del Primer Mundo, siete por ciento en 1994, y el pronóstico oficial para 1995 era del cuatro por ciento. Pero en diciembre ya no se pudo sostener la ficción y cayeron el peso y las ilusiones. Durante un buen tiempo, los inversionistas del exterior les dejaron de creer a los funcionarios de Hacienda de nuestro país.
Antes de eso y desde 1976, se sostenían las cosas un tiempo, para devaluar hasta después de las elecciones. Lo mismo se hizo en la elección intermedia de 1985. Todo se estaba preparando para lo mismo en 1998, pero el crack de la Bolsa de 1987 echó todo a perder. Las elecciones de 1988 fueron las peores para el partido gobernante.
Hoy tenemos elementos positivos en el corto plazo, y riesgos. Riesgos que pueden convertirse en realidad y que deben ser tomados en cuenta. Cualquiera de los riesgos puede revertir la entrada de divisas a la Bolsa y convertirla en una fuga. Una vez iniciada la fuga, bajará la Bolsa como ahora sube, y la carrera será para ver quién sale primero, porque mientras más tarde venderán más barato. La salida de divisas por la Bolsa se sumará al saldo comercial negativo existente.
Entre estos riesgos tenemos los siguientes: que el ciclo de la Bolsa llegue a su tope y empiece a bajar sostenidamente. Así como subió en lo que va del año de alrededor de 3 mil 500 puntos a más de 6 mil, sin que haya subido así el valor real de las empresas, puede volver a caer; que se presenten durante la sucesión hechos políticos que alarmen a los inversionistas, como sucedió durante 1994. Que aumenten las tasas internacionales de interés y aumente el servicio de la pesada deuda que se ha contraído; que se presenten eventos que no se habían presentado en el pasado y que tengan un efecto similar al de los riesgos antes enumerados.
A favor de que se puedan conjurar esos riesgos pesa el aumento del precio del petróleo, y un posible gran crédito adicional, que posponga los efectos de la excesiva deuda hasta después de las elecciones. Falta, sin embargo, mucho tiempo, esta será una transición muy larga, y eso eleva los niveles de riesgo en general.