Para atender eficientemente las necesidades de electricidad, el Sistema Eléctrico Nacional debe funcionar como un delicado y fino reloj, pues la electricidad requerida por la población varía cada instante y, también cada instante, somete a prueba a plantas generadoras, líneas de transmisión, subestaciones de transformación, líneas de distribución e instrumentos de medición y control, que siempre deben estar ahí y operar con eficiencia y calidad para atender los requerimientos continuamente instantáneos de electricidad: más bajos en las madrugadas y en las mañanas; más altos en la tardes; máximos entre las ocho y las diez de la noche, sobre todo los días hábiles; calurosos o fríos, en que simultáneamente funcionan industrias, comercios, alumbrado público, bombeo de aguas potables, aguas negras y, a veces, aguas para riego, con aires acondicionados o con calefacciones eléctricas. Normalmente, en mayo, junio o diciembre, el Sistema Eléctrico registra esos instantes de consumo máximo. Debe, por tanto, estar preparado desde antes para elevaciones abruptas, incluso violentas, del consumo. Plantas y combustibles, por un lado, líneas, subestaciones e instrumentos de medición y control por el otro, deben estar listos no sólo para atender los requerimientos considerando mantenimientos o previendo fallas, sino para llevar la estricta medición y el control de ellos, en virtud de que la posibilidad de lograr la satisfacción de la demanda con confiabilidad y calidad y, en consecuencia, evitando las fallas y sus costos, se fundamenta en observaciones, decisiones y programas de expansión y de inversiones, definidos diez años antes, revisados actualmente. En 1988, con 180 mil millones de kilovatios-hora (kWh) (180 mil Teravatios-hora TWh) se atendió la necesidad de un consumo final de 147 TWh, 9 TWh de empresas que autoprodujeron o cogeneraron su electricidad y 137 TWh de servicio público (81 por ciento la CFE y 19 por ciento Luz y Fuerza del Centro) a las dos zonas aisladas de Baja California; a la débilmente conectada noroeste, que agrupa a los estados de Sonora y Sinaloa; a la prácticamente autosuficiente peninsular (respaldada con conexiones desde el Grijalva); y finalmente a la parte medular del denominado Sistema Interconectado Nacional, que agrupa a seis áreas de control de nuestra industria eléctrica: Norte, Noreste, Occidente, Central, y Oriente y Sur, en las que se encuentran los 25 estados de la República que consumen 85 por ciento de la electricidad nacional.
Cuando se habla de que en el año 2002 o en el 2003 podría haber problemas para atender esos momentos de máxima demanda, en realidad debería hablarse de problemas originados entre 1992 y 1994, y agudizados entre 1995 y 1997. Y debería aclararse, en todo caso, de qué tipo de problemas se trata: Ƒfallas de planeación? Ƒfallas de programación de inversiones? Ƒsuspensión o retraso de inversión? Ƒintencionales? Ƒsorpresivas? Y una vez señalado esto, diagnosticar su causa.
Pero además, al hablar hoy de problemas que sobrevendrán en dos o tres años, lo hacen con al menos dos años de retraso. Y en el terreno de la expansión eléctrica son muchos. No se vale asustar a la sociedad con urgencias decretadas de un día para otro, ni de un año a otro; es falso que, sorpresivamente, las variaciones de la demanda obliguen a cambios drásticos de las ideas y los planes sobre la expansión del sistema eléctrico y los requerimientos financieros.
La fortaleza social para enfrentar críticamente los pronósticos catastróficos o, en su caso, exageradamente optimistas de la industria eléctrica, exige una sociedad y unos consumidores con creciente capacidad para comprender la operación de esta noble industria y para asumir sus problemas y retos técnicos y financieros.
Esa capacidad permitirá tener una sociedad que, día a día, logrará construir las formas y mecanismos de regulación y evaluación de la operación de esta industria, y diseñar sus instrumentos para perfeccionar sus procesos de planeación y programación, de cara a un futuro en el que, efectivamente, no sólo puede haber desabasto, sino falta de calidad y de confiabilidad, y fallas técnicas y financieras.
Mal se entiende la responsabilidad gubernamental si se identifica con la necesidad de hacer anuncios catastrofistas o advertencias temerosas o amenazantes. Está, más bien, en respaldar e impulsar la capacidad de la sociedad para responsabilizarse de su propio desarrollo energético y lograr que, dentro de lo razonable, jamás haya necesidad de hablar de catástrofes eléctricas.