La Jornada Semanal, 16 de mayo de 1999
En tu novela Y retiemble en sus centros la tierra, parece haber un paralelismo entre la decadencia del centro de la Ciudad de México y la historia personal de Juan Manuel.
-Un texto que subyace en la construcción de la novela es el texto evangélico, en el sentido de que se trata, de alguna forma, de un Vía Crucis. El personaje va de lugar en lugar, y cada sitio representa una estación del Vía Crucis popular. Ese Vía Crucis no está consignado en ninguno de los cuatro evangelistas, más que en algunos puntos culminantes. Pero ninguno de ellos habla de la primera caída, de la segunda, del encuentro con la madre o con las piadosas mujeres de Jerusalén. Esto es más bien una elaboración de carácter popular que tiene una representación iconográfica muy conocida, y que me sirvió a mí como hilo conductor. No se trata, evidentemente, de un libro de carácter religioso ni se pretende que el personaje sea una encarnación moderna de Jesús. Pero lo que es cierto es que en los textos evangélicos hay siempre una referencia a la infancia de Jesús, y en cambio hay una omisión de su etapa adulta hasta que se dedica a la vida pública. Tomando en cuenta esto, me pareció conveniente hacer reminiscencias que tienen que ver fundamentalmente con la infancia del personaje. Estas evocaciones son deliberadamente parcializadas, porque son producidas por la ensoñación, por el recuerdo espontáneo, por el alcohol.
-El centro histórico que recorre el protagonista es bastante ruinoso. Algunos edificios ya no existen, otros se hallan en decadencia como el mismo Juan Manuel, que perdió a Alejandra y está por jubilarse.
-Hay una especie de mímesis entre el paisaje moral y el mítico, que fue un paisaje glorioso, magnificente, tanto del personaje como de la ciudad donde se lleva cabo este itinerario, y que se presenta en la novela en condiciones tan ruinosas como a las que ha llegado el propio personaje en su proceso de decrepitud, de degradación.
-En cierto momento, Juan Manuel se pregunta por qué se utiliza el plural en ese verso del himno nacional que da título a la novela, Y retiemble en sus centros la tierra, como si el país no tuviese un solo centro sino varios.
-El título tiene también varias connotaciones. En primer lugar, le da un sentido local a la novela. Por otra parte, se trata de un viaje al centro de la ciudad, al corazón del país. Ciertamente en el himno se dice ``centros''. Hay una actitud retórica que a veces pluraliza algunas palabras verdaderamente singulares con una intención mágica, como cuando se habla de los destinos de la patria o de las esencias de la nación. Sin embargo, hay quienes opinan que se trata de una errata, que González Bocanegra no escribió ``centros'' sino ``antros'': y retiemble en sus antros la tierra. En el siglo pasado la palabra ``antro'' no tenía la connotación de ``tugurio'' que tiene ahora, sino que se refería a la caverna, a la entrada. Y, por otra parte, se trata de una especie de gran temblor, porque hay un verdadero sacudimiento en la novela. Se trata de un estremecimiento profundo en la vida del personaje, que a lo mejor podría tener que ver simbólicamente con un gran estremecimiento en la propia vida de nuestro país.
-Dos episodios ocurren solamente en la imaginación de Juan Manuel: el cadáver en el clóset y lo que sucede con la catedral.
-El cadáver está presentado desde un principio en términos no realistas. En el primer capítulo, el personaje se pregunta: ``¿Qué harías si te encontraras con un cadáver en el clóset?'' Y después esta imagen se recupera en el capítulo quinto, que corresponde a la estación en donde un voluntario le ayuda al Nazareno a cargar la cruz. Aquí la palabra ``cruz'' también tiene el significado de ``cruda''. Finalmente es la cura de una cruda, y en México muchas veces he oído decir que cuando alguien está crudo está cargando su cruz. Es como una expiación. Hay, entonces, un amigo que le ayuda a cargar la cruz a Juan Manuel, que es aquel desconocido con el que se encuentra en una cantina. Una vez alguien me dijo que un verdadero amigo es aquel al que uno le puede hablar cuando se encuentra con un cadáver en el clóset.
-La novela está escrita alternativamente en segunda y en tercera personas. A veces en tiempo pasado, a veces en tiempo presente.
-Originalmente la iba a escribir de una manera más convencional, en tercera persona y en tiempo pretérito. Pero me pareció que iba a ser muy difícil adentrarme en la intimidad del personaje, que se va embriagando paulatinamente, y pensé entonces que sería conveniente escribirla en segunda persona, como si ésta pudiera ser una especie de alter ego, una suerte de conciencia sobria. Pero mantener una novela completa en segunda persona es una tarea muy ardua, y seguramente no la agradecería el lector. Después de mucho experimentar, di con la posibilidad de narrarla de manera combinada, y quedé satisfecho con este procedimiento narrativo, porque las descripciones más objetivas, más distintas, más circunstanciales, están escritas en tercera persona. Puedo tener esa distancia saludable respecto al personaje. La segunda persona me sirve para tener esa intimidad, como si fuera el propio personaje el que se hablara a sí mismo. Además, es una persona narrativa que me sirvió mucho para la evocación, para el recuerdo y para mantener esta especie de lucidez que se tiene en medio de la embriaguez.
-Son casi monólogos interiores, como si Juan Manuel hablara consigo mismo frente a un espejo.
-Es la voz sobria de su conciencia, que le dice: ya no sigas, mejor regrésate a casa, por qué te aventuras por esta calle, corres muchos peligros. Sin embargo, el personaje evidentemente está predeterminado por un destino del que no puede escapar, aunque en cada uno de los capítulos tiene la posibilidad de regresar a su casa. Es un viaje al infierno.
-Juan Manuel es una persona solemne, académica, guarda ciertos rituales pero, por otra parte, le gustan las mujeres jóvenes: Jimena y esa Lolita del cabaret.
-Es el síndrome de Nabokov... Sí, creo que es interesante que el personaje tenga toda esa finura, esa elegancia, ese gusto hedonista por los placeres de la mesa y del amor, porque su degradación, por contraste, se vuelve mucho más violenta. El personaje llega a un desenlace trágico, pero en el último capítulo se abre la posibilidad de una lectura distinta, equivalente a la Resurrección del Vía Crucis. Hay un momento en que su conciencia le dice: ``Ya vete: mañana será otro día'', y él responde con una frase de Unamuno: ``Mañana será el mismo día.''
-Juan Manuel se identifica con López Velarde. A la muchacha del cabaret la llama Fuensanta.
-Ese capítulo corresponde al encuentro con las piadosas mujeres de Jerusalén, que aquí se da en un ambiente sórdido, un table dance del centro: es el único lugar inventado de la novela, todos los demás existen. Tiene ese capítulo una reminiscencia muy fuerte, muy extensa relativa a su primera experiencia erótica. Esa experiencia la tiene cuando, siendo muy joven, era un devoto lector de López Velarde. Hay aquí una intertextualidad, porque no nada más se cita a López Velarde sino que muchos de los adjetivos, de las imágenes proceden de su poesía. Es un homenaje implícito a López Velarde, quien en buena medida es el autor de la educación sentimental de Juan Manuel.