La Jornada Semanal, 16 de mayo de 1999
Quisiera aprovechar el ámbito de esta columna de reflexión sobre distintos problemas de la poesía actual para comentar una nota publicada por mi compañero de trabajo en estas páginas, el escritor Víctor Manuel Mendiola. A raíz de la aparición en México de un libro firmado por Ernesto Lumbreras y por mí, Prístina y última piedra. Antología de poesía hispanoamericana presente (México, editorial Aldus, 1999), Mendiola, en su trabajo de crítico literario, se ocupa generosamente de nuestro libro, no sin caer, claro está, en una serie de imprecisiones que pueden confundir al lector que no conozca el material del que trata su crítica.
Del no advertir la advertencia
Nuestro libro cuenta, por orden de aparición, con un prólogo firmado por mí, ``Visión de la poesía latinoamericana actual''; con un añadido a ese prólogo que lleva por nombre ``Sobre esta edición''; con un cuerpo de siete poetas, nombrado ``Vestíbulo gradual''; con la primera parte de la antología propiamente dicha, ``Prístina piedra''; con la segunda parte de la antología, ``òltima piedra'' y con un epílogo firmado por Ernesto Lumbreras, ``Oráculo y tensión. Lectura de la poesía latinoamericana presente''. Pero antes del desencadenamiento de todos los textos mencionados, el libro cuenta con una advertencia que dice (página IX): ``Este libro se asume como una antología. Cronológicamente inicia con José Kozer (La Habana, 1940) y termina con Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965).'' En su nota ``Poesía hispanoamericana (II)'', inscrita en su columna De la poesía (La Jornada Semanal, suplemento cultural No. 218, 9 de mayo de 1999), Mendiola, por no haber leído una advertencia clave para este libro, deduce una serie de errores de nuestro trabajo que lo llevan a postularse como una suerte de defensor de ausencias, como un abanderado de lo que falta, cuando, en rigor -esto es: según el plan y el desarrollo del libro- no hay tales ausencias ni tal falta. Lo que sí hay es una omisión de lectura por parte de nuestro crítico. Mendiola dice: ``En lo que toca al primer capítulo de la selección, `Vestíbulo gradual', el índice de los poetas `viejos' incluidos (Carlos Martínez Rivas, Juan Gelman, Rafael Cadenas, Héctor Viel Temperley, Hugo Gola, Gerardo Deniz y José Carlos Becerra) es incomprensible. No hay manera de entender por qué están ellos y faltan Blanca Varela, Jaime Sabines, Ernesto Cardenal, Enrique Lihn, Roberto Juarroz, Alvaro Mutis, Eduardo Lizalde, Heberto Padilla, Oscar Hahn, Gabriel Zaid, Alejandra Pizarnik, Ulalume González de León, Severo Sarduy, Eugenio Montejo, Hugo Gutiérrez Vega, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis.''
Lamentablemente para nuestro crítico, sí hay una manera de entender por qué no están incluidos estos poetas. La manera es la siguiente y muy simple: esos poetas no están incluidos porque la nuestra no es una antología poética que cubra ese periodo anterior de la poesía latinoamericana sino que comienza en 1940. Mendiola demanda de nuestro trabajo claridad reflexiva y claridad lingüística. Yo le demando fidelidad a la letra, sobre todo porque su trabajo como crítico se ocupa, fundamentalmente, de textos. La fidelidad a la letra sería, en su caso, una responsabilidad con poetas y con lectores. En la misma ``Advertencia'', que nuestro crítico no tomó en cuenta, se puede leer, poco antes que dicha ``advertencia'' termine (una advertencia, por cierto, muy breve y muy fácil de comprender): ``Por otra parte, la muestra de siete autores que precede al cuerpo del libro es una presencia críticamente afectiva para los antologadores.'' Por si la ubicación cronológica de la antología (1940-1965) no fuera suficiente para despejar la incógnita sobre las innumerables ``ausencias'' convocadas por Mendiola, me parece que este fragmento que acabo de citar terminará con la confusión de nuestro crítico (al menos sobre buena parte de nuestro libro).
Otro de los puntos neurálgicos de nuestro trabajo (neurálgicos para Mendiola) es la división de poetas antologados en los dos cuerpos de la selección, ``Prístina piedra'' y ``òltima piedra''. Mendiola no puede entender por qué están presentes en un mismo cuerpo, por ejemplo, Néstor Perlongher y Francisco Hernández o, en otro careo que propone Mendiola, José Luis Rivas y Eduardo Espina. En la misma ``Advertencia'' que nuestro informado crítico no leyó, se dice: ``El esquema de exposición propone una lectura en dos tiempos. Dos bloques de autores que interaccionan como el movimiento de un acordeón, como el encuentro de dos mazos de naipes.'' Si Mendiola hubiera leído la ``Advertencia'' (una advertencia, a estas alturas, ya enigmática y recurrente, una -en su lectura- verdadera advertencia ausente) podría haberse ahorrado la formulación de una contradicción que no existe. Pero -y esto sí que me preocupa- ¿habría comprendido cabalmente las expresiones ``como el movimiento de un acordeón'' y ``como el encuentro de dos mazos de naipes''?
En los últimos párrafos de su nota crítica, Víctor Manuel Mendiola hace referencias precisas sobre mi trabajo crítico. Dice el crítico de mi crítica: ``Hace varios años Eduardo Milán despertó una expectativa: la posibilidad de escuchar una voz distinta con la fuerza para desarrollar un discurso crítico radical y, al mismo tiempo, omnicomprensivo. Milán no ha cumplido con esta esperanza.'' Y agrega: ``las intuiciones crípticas, pero prometedoras de sus primeros textos, han sido sustituidas por una seudofilosofía literaria, una cháchara `teórica' obsesionada con repetirnos hasta la exasperación que los hermanos Campos y Décio Pignatari han realizado una gran aportación y que de ninguna manera podemos olvidar el acontecimiento representado por la vanguardia''.
Sobre lo primero me gustaría contestar que es un consuelo haber fracasado en la generación de una expectativa -ahora me entero- tan descomunal. La coexistencia entre lo radical y lo omnicomprensivo es, sencillamente, imposible.
En cuanto al papel desarrollado por Augusto y Haroldo de Campos y Décio Pignatari, tengo poco que agregar a lo dicho. El proyecto de lectura, creación, crítica, traducción y situación de la poesía occidental -y también parte de la oriental- formulado por los poetas brasileños a partir de un reconocimiento del área poética latinoamericana constituye, en este siglo y a mi modo de ver, un ejemplo de seriedad insólito. En cuanto a la recurrencia al ejemplo de las vanguardias como referente inevitable de la poesía y del arte de nuestro siglo se trata, fundamentalmente, de un acto de memoria en un tiempo que insiste en perderla. Se trata de una memoria efectiva y realmente existente. Las vanguardias constituyen un hecho, no una serie de especulaciones.