Herencia, horizonte y hastío comienzan con hache de huelga. De ellas se alimenta el conflicto en la UNAM; desde ellas es posible asomarse a sus raíces y sus razones.
Muchos de los estudiantes que hoy participan en la huelga universitaria son hijos de familias que vivieron directamente el movimiento del 68. Su herencia política y sentimental, su calendario cívico, están marcados por esa fecha.
Quienes hoy tienen 23 años y están por terminar sus estudios de licenciatura nacieron en 1976, fecha de la primera gran devaluación del peso después de años de estabilidad cambiaria. Los que han cumplido 17 y están por entrar a cursar una carrera llegaron al mundo en 1982, año en el que a pesar de la promesa presidencial de defender "el peso como un perro", la moneda se hundió. Los huelguistas pertenecen a una generación que ha tenido como horizonte de vida la crisis recurrente en la economía, los efectos de las políticas de ajuste y estabilización y las "salvaciones" del FMI y el Banco Mundial, acompañadas con llamados al sacrificio de hoy a cambio del bienestar para un mañana que nunca llega.
Durante los últimos meses han visto cómo se erigió ese monumento a la impunidad conocido como Fobaproa. Han sabido del fracaso de las privatizaciones y de los grandes negocios realizados bajo la máscara de la modernidad. Se han indignado ante el espectáculo de un sistema judicial que emite salvoconductos para todo aquel que tenga recursos suficientes para comprar la justicia. Y han podido observar cómo se deteriora la imagen de la calidad de la educación pública superior, al tiempo que ganan prestigio las universidades privadas.
Hay un nexo evidente entre estos hechos y la reforma que hoy promueven las autoridades universitarias. Los huelguistas perciben esta asociación afectiva o racionalmente. Pueden teorizarla o simplemente indignarse. Su movimiento expresa el rechazo a aceptarla como inevitable.
La lucha estudiantil expresa también el hastío hacia una cierta forma de hacer política. Por principio de cuentas, hacia la que regula el gobierno de la UNAM. Pero también, hacia la que organiza la cadena mando-obediencia en el conjunto de la sociedad. Lejos de ser una "anormalidad", su comportamiento político condensa tendencias vivas en el conjunto de las luchas populares emergentes.
Al interior de muchos movimientos sociales existe una tradición antipartidista y una desconfianza en la política institucional. En su funcionamiento interno han establecido mecanismos de coordinación relativamente descentralizados y formado liderazgos colectivos. A mediados de los ochenta, y después, de manera acelerada, con el surgimiento del cardenismo, estas tendencias comenzaron a desvanecerse.
Sin embargo, ha vuelto a brotar la suspicacia hacia la participación de los partidos políticos al interior de los movimientos y el temor a ser utilizados por las dirigencias. Ello es resultado, en parte, de que la incorporación de representantes de organizaciones sociales a la política parlamentaria o a gobiernos locales ha arrojado pocos resultados.
Una "ruta" similar se ha seguido con la formulación de las demandas. Las organizaciones que buscaron pasar de la "protesta a la propuesta" en sus reivindicaciones han visto cómo surgen, de entre sus mismas bases, nuevos agrupamientos que reivindican nuevamente la protesta, y que levantan peticiones muy elementales, usualmente asociadas con la sobrevivencia inmediata (como bultos de fertilizante o láminas, en el caso de las organizaciones campesinas). Y que, con frecuencia, acompañan sus exigencias con acciones radicales, en las que la dignidad tiene una gran importancia.
Durante años, dotados de autoridad moral, un conjunto de personalidades del mundo intelectual o de la política desempeñaron en situaciones de excepción una influencia relevante en momentos clave de la vida nacional, básicamente como mediadores. Pero hoy la mayoría de esos personajes se ha incorporado a partidos políticos o a la administración pública. El papel de "amortiguador" social que desempeñaban se ha diluido y su capacidad de convocatoria y mediación se ha desvanecido.
El fracaso del congreso universitario organizado a raíz de la huelga de 1987 y los diálogos de San Andrés entre el gobierno y el EZLN influyen en la dinámica del paro. Ambos son la evidencia de que si todo conflicto necesariamente culmina con una negociación, no cualquier negociación puede terminar con el conflicto. Un mal arreglo conduce inevitablemente a un nuevo pleito. Son emblemas de los trucos del poder para incumplir lo pactado.
Herencia, horizonte y hastío alimentan la protesta universitaria. La lucha estudiantil muestra hoy muchas de las características que los movimientos sociales tendrán en el futuro inmediato.