No crean, lectores, que el título de mi texto de hoy se refiere al legendario duende que, en los comics de Superman, ocasionaba desapariciones súbitas con la pronunciación invertida de su nombre. Se trata de un intento seudominimalista de sintetizar la reciente actuación conjunta, en Bellas Artes, de nuestra Orquesta Sinfónica Nacional y el grupo francés Art Zoyd. Como referencia general, me atrevo a decir que con esta propuesta, la OSN parece estar de nuevo encaminada al ámbito de las buenas ideas.
Hace unos años, en medio de un estancado pantano orquestal que parecía afectar las neuronas y las corcheas de cuanto conjunto sinfónico hacía sonar sus instrumentos en este país, la OSN tuvo una de esas buenas ideas: se fue al cine y, a la vez que elevó un poco el nivel de intercambio musical con sus fans, ofreció algunos conciertos divertidos y, no menos importante, se agenció públicos numerosos semana tras semana. Sin embargo, a esa buena idea siguieron las mala ideas: la Sinfónica volvió al cine, se quedó en el cine, se petrificó y se fosilizó en el cine, y entre las muchas consecuencias de ello vino una época de vacas flacas, tan flacas que hace unas semanas Bellas Artes abrió sus puertas para recibir a 70 espectadores con boleto pagado para uno de los conciertos de la OSN.
Los altibajos subsecuentes tuvieron, finalmente, un punto climático en las sesiones compartidas con Art Zoyd. Aquí, a diferencia de lo que ocurrió con el cine y la música, la OSN supo dosificar la repetición de una buena idea, y esta segunda presentación de los zoyds con la orquesta resultó una experiencia sonora harto estimulante y, más importante aún, fue la enésima constatación de que una sinfónica es un instrumento con el que se pueden hacer muchas cosas interesantes, más allá de repetir los mismos repertorios para halago de la platea conservadora y de festejar tibiamente toda clase de efemérides sonoras, reales, figuradas o empujadas con calzador a falta de programaciones innovadoras.
¿Qué fue, precisamente, la combinación osnartzoyd? La mitad orquestal de la ecuación no requiere mayor explicación. En cuanto a Art Zoyd, me encantaría hacer aquí un erudito guiño y lanzarme con unas cuantas etiquetas genéricas; sin embargo, lo peculiar de la música del ensamble francés me impide hacerlo; mucho mejor resultaría encomendarme a la auténtica erudición de los señores Sarquiz, Návar, García Tsao y otros que mucho saben de estos asuntos. En su ausencia, retomo un par de conceptos redactados por Arturo Saucedo en la nota de programa: Art Zoyd hace, entre otras cosas, free jazz y música experimental electrónica. Yo añadiría que, ya con una orquesta sinfónica detrás, lo que hace Art Zoyd es más amplio, variado y complejo, y ahí estuvo precisamente el atractivo de su reciente paso por las duelas de Bellas Artes.
No hay espacio suficiente para describir en detalle las cuatro obras presentadas en conjunto por Art Zoyd y la OSN, ni para explorar los posibles significados de las visiones peligrosas y la síntesis granular. Baste decir que la oferta musical fue interesante y variada (mucho más que las imágenes que la acompañaron) y que de la combinación de orquesta y conjunto electroacústico surgió un programa sorprendente, que requirió de la atención individida de los asistentes. Me explico. Este fue un caso típico en el que la suma es mayor que el valor de sus partes, en el entendido de que los procesos de modificación cibernética y electrónica a los que fueron sometidos tanto los sonidos orquestales como los producidos por Art Zoyd dieron como resultado ámbitos acústicos de gran complejidad y diversidad. De un cuarteto de piezas altamente individualizadas, rescato sobre todo la tercera del programa (Sinken, de Hentschlger y Langheinrich) basada en un continuum sonoro, a la vez sutil e intenso, sometido a mecanismos y procesos de variación muy enrarecidos en los que la frontera entre igualdad y diversidad, entre inmovilidad y movimiento, fue prácticamente borrada.
Varias buenas noticias, pues: Bellas Artes abierto sin falsos pudores a manifestaciones heterodoxas y verdaderamente actuales, un público inesperadamente numeroso e interesado en el asunto, la Orquesta Sinfónica Nacional abordando el proyecto con enjundia y concentración, el joven y creciente director Juan Carlos Lomónaco transitando con aplomo y precisión por partituras que hubieron de ser manejadas e interpretadas a base de cronómetro, señales visuales, audífonos y retroalimentación electroacústica. En fin, que a diferencia de lo que opinaron los 20 o 30 puritanos que abandonaron indignados el sacro recinto, creo que los muros de Bellas Artes se vigorizan y se renuevan con aventuras sonoras como ésta. Que se repita... con moderación.