Como en el resto del mundo, pero de un modo aún más claro, en Israel existen dos derechas. Una es peluda y cavernícola, semifascista o fundamentalista fascista. La otra, la globalizada, es igualmente ultraconservadora, adoradora de la fuerza y menospreciadora de la democracia y de la ética y, además, racista. En las recientes elecciones, esta última, dirigida por Ehud Barak, derrotó a la primera, encabezada por Netanyahu, y así dominará en Tel Aviv la versión israelí (en peor) del neolaborismo de Blair y de su llamada tercera vía (la de las bombas de la OTAN) o de los demócratas clintonianos que regalan 330 mil millones de dólares al Pentágono y una guerra chiquita en los Balcanes para probar las armas nuevas a la espera de otra guerra más grande.
Barak tiene una mayoría que no obtuvo Yitzhak Rabin, su maestro halcón que también se palomeó. La logró gracias a la voluntad de paz de más de la mitad de los votantes, y sobre todo al voto de los árabes israelíes y de los rusos que no viven en Israel para hacer permanentemente la guerra. Pero no la obtuvo gracias a su programa ni a su política que tienen en común con la otra derecha el nacionalismo agresivo, la prepotencia militar, el desprecio por la historia y por la ética, el concepto de pueblo elegido por Dios y, por lo tanto, dispensado de toda regla que no esté fijada por él mismo.
Barak, en efecto, fue jefe de estado mayor y participó en la represión en Cisjordania. Es, además, antes que nada el militar más condecorado de las fuerzas armadas por sus hazañas antiárabes. Sus primeras declaraciones fueron las siguientes: 1) No retirará los colonos que ocupan tierras palestinas a pesar de las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas; 2) No cederá en cuanto a Jerusalén, que sigue considerando capital de Israel, a pesar de las resoluciones de la ONU y de los tratados de Oslo; 3) Retirará a las tropas israelíes de Líbano, parte del cual ocupan y al cual bombardean diariamente.
Esta última declaración, sin duda positiva, obedece a la preocupación militar por llegar a un posible acuerdo con Siria sobre la cuestión del valle libanés de la Bekaa y de las colinas sirias del Golan, bajo ocupación israelí, pero para aislar así a los palestinos y concentrar la presión militar y política sobre los mismos. Barak sigue pues la misma estrategia militar de sus adversarios de la otra derecha, pero lo hace con más inteligencia y con otras medidas tácticas. No ha dicho una palabra sobre el retiro de los territorios palestinos, nada sobre la disminución del robo del agua a los árabes que deja sin este líquido sobre todo a Gaza, nada sobre la coexistencia con un Estado palestino.
Ahora bien, un Estado sin nación se opone hoy a una nación sin Estado. En efecto, no hay detrás de Israel una nación hebrea, porque nada tienen en común (ni lengua, ni cultura, ni costumbres, ni alimentación, ni color de piel, ni historia) los judíos argentinos, los ashkenazes de Europa oriental, los sefardíes de Africa o del Cercano oriente, los falashas de Etiopía. Detrás de ese semiestado que es la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y que podría ahora convertirse en Estado, por el contrario, hay una nación a la que en el último medio siglo se ha obligado a la diáspora (que en el caso judío empezó mucho antes del fin del Templo de Salomón y se debió a razones económicas).
Ahora Israel se encuentra ante el hecho de que los árabes israelíes podrían llegar a ser mayoritarios y, de todos modos, son ya decisivos en lo político, de modo que el carácter religioso y racista del fundamento del Estado deberá cambiar si no se desea una explosión. Y además, se encuentra ya ante la necesidad de asimilar sobre bases laicas a los 700 mil rusos. La ANP, por su parte, se ve obligada a proclamar el Estado palestino. Pero éste sólo podrá funcionar si recibe agua de Israel, si comercia con éste, si tiene paz con Israel, si éste absorbe su mano de obra, si no le roba la parte mejor de su territorio ni lo despedaza con una red de carreteras y de colonias militares, si acata la resolución sobre el carácter internacional de Jerusalén y, sobre todo, si el Mossad y la derecha israe- lí no provocan atentados terroristas seudoárabes para impedir la paz y comprometer al nuevo gobierno.
ƑPodrá Barak, el halcón a última hora palomizado, encarar esas perspectivas? Lo veremos en parte en el próximo episodio de este drama cuando forme su gabinete aliándose o con la otra derecha, o con todos los que se colocan a su izquierda política y social o pertenecen al centro civilizado.