Hace tres años los realizadores Larry y Andy Wachowski ofrecieron en su primer largometraje, Cómplices (Bound), un estupenda variante de film noir en la que dos heroínas lesbianas (Jennifer Tilly y Gina Gershon) conseguían burlar a la mafia, y de paso ridiculizar la prepotencia de un pequeño Cesar grotesco (Joe Pantoliano). En aquel entonces era evidente la intención lúdica de los cineastas: subvertir los estereotipos del género, remplazando al héroe habitual, digamos, al Charley Varrick (Walter Matthaw) de El hombre que burló a la mafia (Don Siegel, 1973), por una sensual pareja femenina, y multiplicar las referencias a otras cintas de suspenso. La cinta tuvo en México poca distribución, pero a nivel mundial el reconocimiento de la solvencia artística de los hermanos cineastas fue suficiente para que dos años después la Warner Brothers les confiara la superproducción Matrix (The matrix), una ciberfantasía futurista.
Esta vez los directores elaboraron un verdadero almanaque de referencias, citas y envíos a los productos más destacados del cine fantástico y de ciencia ficción de los noventa, desde Alien y Terminator hasta Días extraños y Ciudad en tinieblas, al grado de que después de dos horas y cuarto de ver reciclados temas y pastiches visuales de otras cintas, la sensación es haber asistido al resumen de una retrospectiva del género.
En Matrix, Thomas Anderson (Keanu Reeves), escritor de programas para una compañía de software y cibernauta temerario (seudónimo: Neo), descubre no sólo que el mundo que habita es una construcción cibernética, una simulación interactiva, sino que él es el Mesías, el Elegido, que deberá liberar al género humano de su sumisión inconsciente a la voluntad de los "Agentes" despóticos que conocen y controlan la producción, el "cultivo", de nuevos seres humanos en el interior de capullos. La acción transcurre paralelamente en la época actual y en el año de 2199, en un continuo desdoblamiento de acciones (persecuciones, combates) que los protagonistas llevan a cabo en un territorio de realidad virtual. Un grupo de rebeldes, deseosos de recuperar el planeta de esta conspiración cibernética, guía a Neo por la nueva geografía simulada, esperando que en efecto sea él el Elegido y pueda vencer a los Agentes. El líder de este grupo, Morfeo (Laurence Fishburne), le resume la situación: "Hasta ahora has vivido en un sueño. Bienvenido al desierto de lo real". Y lo real es la decrepitud de las ciudades en vísperas del siglo veintidós, y el sueño la ilusión de vivir en la prosperidad y en la tranquilidad de las rutinas cotidianas. Visión retrospectiva del futuro, visita guiada a un Apocalipsis situado a dos siglos de distancia, con un mensaje ramplón que la película de Luc Besson, El quinto elemento, no desgastó lo suficiente: el amor liberará al mundo.
Matrix sugiere, insinúa, promete desarrollos narrativos inquietantes, pero jamás los cumple. Su propósito de arranque y de llegada es sólo la simulación iconográfica, el artificio de imágenes grandilocuentes y efectos especiales que compendian, en un ingenioso ejercicio de estilo, toda una época del cine fantástico, sin crear por ello una atmósfera propia, tan inquietante como la que consigue Alex Proyas en Ciudad en tinieblas o Ridley Scott en su portentosa Blade runnner. De los realizadores de Cómplices cabía esperar mayor malicia en la propuesta, mayor determinación en el impulso paródico, y no lo que prodiga la segunda parte de Matrix, los comentarios pseudofilosóficos de Morfeo (con los efectos previsibles que sugiere dicho nombre), y el enternecimiento de una heroína, Trinity (Carrie-Anne Moss), llamada al inicio de la cinta a un destino menos convencional.
Algo es evidente, y tal vez sea la distinción principal de la cinta: los Wachowski se han dejado seducir por las posibilidades técnicas del género fantástico, y consiguen transmitir eficazmente su entusiasmo. Las mutaciones físicas de Neo, la progresiva cristalización de su cuerpo, su nueva gestación acelerada, y las imágenes de fetos en serie como visión industrial de la maternidad, son momentos logrados, impactantes, de su propuesta visual, aunque la aportación más dispensable de Matrix sea su exhibición de artes marciales, con apoyo de efectos especiales, y con un protagonista poco convincente. En su azarosa caracterización de guerrero futurista, Keanu Reeves combina solemnidad y candor adolescente, como si El pequeño Buda, de Bertolucci, estrenara aquí nueva mutación mesiánica, y de una escena a otra fuera aventurero cibernético, karate kid, y asexuado libertador de la raza humana.
Lo innegable es el oficio notable de los Wachowski, su destreza para manejar las escenas de acción y la acrobacia fantasiosa de los personajes, su selección musical, su aprovechamiento de la ciudad de Sidney, y un gran cuidado en la ambientación y en los efectos visuales, que sin ser del todo originales, tampoco repiten mecánicamente lo propuesto hace siete años por El jardinero asesino(The lawnmower man, de Brett Leonard), una popular fantasía sobre realidad virtual basada en un relato de Stephen King.