Rolando Cordera Campos
El PRI de a de veras

Las tormentas de marzo se volvieron ahora golondrinas para el presidencialismo y el PRI cabalga de nuevo. Así podría cantar el corrido de esta temporada, que empezó confusamente en marzo y hoy nos presenta un priísmo orondo, que abre urnas pero no arcas para tomar decisiones internas.

Si una medida del éxito priísta de estos días fuesen los berrinches de la oposición y de buena parte de la opinión crítica del sistema, tendríamos que convenir en que el otrora invencible la hizo de nuevo. Y así han de pensarlo los jerarcas del partido que no sólo se levantaron con el aplauso del respetable, sino que entonaron en público los responsos del dedazo y de la dictadura presidencial que hasta entonces reinaba.

Cargada hay y habrá y destape hubo, aunque esta vez de precandidato, aspirante, o como se le quiera llamar, pero también habrá competencia abierta y reglamentada entre unos políticos reconocidos por sus huestes y la opinión pública como políticos reales, de carne y hueso. Se puede insistir en que todos ellos son emanados de la tradición vertical que los domina y contamina, pero se debe reconocer también que son todos capaces de, por lo menos, hasta hoy, adecuarse a los nuevos tiempos mexicanos y comprometerse en público con un método, unas ''reglas'', que les imponen condiciones parejas, digamos, para buscar el voto ciudadano y partidario y por esa vía volverse candidatos presidenciales.

Cambio hubo y habrá, porque el costo de no hacerlo es superior a las tentaciones de la nostalgia, ni siquiera vivida. La calidad progresiva de este cambio, sin embargo, no está garantizada y nadie debería adelantar vísperas por la reforma del PRI.

Esta reforma, la necesaria para que el PRI se vuelva partido en serio y presentable, no parece estar en la agenda, por más que los entusiastas del lunes nos hablen de las nuevas vidas y etapas que inauguraron casi de manera unánime. Y desde la previa designación.

Reglas hay y aceptadas por todos. Lo que falta es saber si el PRI será capaz de ser, a través de ellas, un partido tal cual. Si dejará al lado del camino, antes de la justa de julio del año 2000, los lastres acumulados en años de simulación y sumisión y que en la política práctica han significado siempre prepotencia y trampa, abuso de poder y mal uso del dinero para ganar, ''porque es eso lo que importa''.

La oposición tiene en estos temas mucha tela de donde cortar. Hacerlo significaría empezar a tomarse en serio y dejar atrás su propia cauda de presidencialismo. Pero para que esto ocurra, es condición obligada que ella misma dé el paso adelante que no quiere dar y deje de ser el coro oculto, el negativo persistente, de la película presidencialista que no ha terminado.

Ese paso sigue sin darse y las rabietas y vulgaridades que siguieron al festín del pasado 17 de mayo son prueba más que eficiente. Los líderes y sus oráculos se desviven por leernos la carta astral del Presidente y sus conspiradores, se conmiseran de los supuestos ''derrotados'' por la maldad de Los Pinos, toman partido por uno u otro y en montón contra el que consideran el ya elegido, pero nada agregan en materia de política concreta para lo que sigue. En especial, para lo que importa y que tiene que ver con la remoción efectiva de los bastiones corporativistas que van más allá del parque jurásico-sindical.

Todo se va en quejido (anti) presidencialista o en denuncia pueril de las mañas y las vivezas de los hombres del poder. Nada queda para la reflexión crítica sobre el poder y su necesaria transformación, salvo que el fallido sarcasmo de algunos líderes y precandidatos opositores quiera presentarse como un adelanto sutil del discurso estratégico que vendrá en noviembre, cuando el PRI se haya hecho fraude a sí mismo y haya que abrir las puertas de casa para los nómadas del drama.

Lágrimas y risas aparte, lo que aparece inconmovible es el complejo burocrático-empresarial que da cuerpo a la formidable coalición de intereses locales, regionales y nacionales que da sentido al PRI realmente existente. El PRI existe porque esos intereses actúan y viven y, como todos los intereses del mundo, necesitan del poder como del oxígeno. Más allá de las voluntades ocasionales y juguetonas de los presidentes en turno, eso es el PRI aunque de vez en vez, por ejemplo cada que gana, se opte por olvidarlo.