La ciudad de México ha sido y continúa siendo una ciudad de inmigrantes. Fue una de las tribus chichimecas que emigraron de la legendaria Aztlán la que fundó México-Tenochtitlán, misma ciudad que se convirtió en la capital de la Nueva España, poblada fundamentalmente por españoles, mismos que importaron negros para trabajar en los plantíos de caña, obrajes y como servidumbre en las casas.
En la célebre Nao de China, flota que venía de Oriente cargada de especias, seda, porcelanas, perfumes, lacas, muebles y decenas de lujos más, se trasladaban también orientales, que buscaban mejores horizontes en el nuevo continente.
Entre los hispanos que se trasladaron a la Nueva España a lo largo del virreinato venían judíos, que huían del siniestro Tribunal del Santo Oficio, pensando que aquí la cosa era más laxa, lo cual no era tanto, por lo que muchos padecieron encierro, tortura y en algunos casos extremos la muerte en la hoguera. Ante tales amenazas muchos se convirtieron al catolicismo, y una parte conservó sus creencias en secreto.
El siglo pasado, particularmente durante el porfiriato, arribaron a México alemanes, italianos y franceses, animados por las políticas del dictador de dar toda clase de facilidades a los extranjeros para abrir negocios en el país y construir obras suntuosas como el Palacio de Bellas Artes y los edificios de Comunicaciones y de Correos, que hicieron arquitectos italianos.
Los alemanes y franceses se dedicaron fundamentalmente al comercio; entre los primeros destacó el germano Boker, que estableció la ferretería más importante de la ciudad, que a la fecha continúa en el hermoso edificio que inauguró don Porfirio en 1900. Por su parte, los franceses fueron los creadores de grandes almacenes: El Palacio de Hierro, El Correo Francés, El Puerto de Liverpool, El Centro Mercantil y construyeron los primeros rascacielos šde cuatro y cinco pisos! Para tales alturas se impuso la moda del elevador: la absoluta modernidad. La presencia de estos personajes, reforzada por la pasión de Porfirio Díaz por lo francés, llevó a que proliferaran la moda, la comida, la arquitectura y todo lo que se podía copiar de ese país.
Después vino la Revolución y muchos de ellos se regresaron a sus lugares de origen, acompañados la mayoría de una buena fortuna. Muchos de los que se quedaron se casaron con mexicanas y formaron familias numerosas, cuyos descendientes con frecuencia han mantenido los negocios.
Tras la primera y segunda guerras mundiales y a raíz de la Guerra Civil Española llegaron a México inmigrantes europeos y de Medio Oriente. La mayoría llegó al ahora llamado Centro Histórico, principalmente a la zona de La Merced, en donde los antiguos pobladores recuerdan que en las vecindades convivían armoniosamente judíos, libaneses, españoles y mexicanos.
En la década de los setenta las dictaduras militares del Cono Sur trajeron a México argentinos, uruguayos y chilenos, muchos de los cuales, una vez mejorada la situación en sus lugares de origen, lo que abría la posibilidad del regreso, decidieron quedarse a vivir en este país que tan cordial acogida les brindó.
Estas inmigraciones han dejado su marca, lo que hace a la ciudad de México poseedora de una rica diversidad cultural. Para hablar de esto, el Instituto de Cultura de la Ciudad de México, que dirige con pasión y creatividad Alejandro Aura, ha organizado el programa Babel, Ciudad de México, con la participación de las diferentes comunidades. El coordinador es el talentoso director de Cultura Urbana, Fabrizio Mejía. Así, judíos, españoles, japoneses, italianos, argentinos, alemanes, franceses, etcétera, se reunirán en seminarios junto con mexicanos para enriquecer el conocimiento sobre cómo han influido, dado rostro a la ciudad y, de alguna manera, la han modificado.
Y esto continúa. Ahora están ingresando a la ciudad de México cientos de coreanos que fundamentalmente se dedican al comercio. Como los inmigrantes que los antecedieron, su primer lugar de residencia y trabajo es el Centro Histórico. Por lo pronto ya se hacen presentes en la comida. Hace un par de semanas en la linda calle peatonal de Gante, en el número 6, se abrió el restaurante, más bien dicho el fast-food Coquío, muy limpio, con tres menús coreanos muy económicos y de no mal sabor.