en La Casa de la Paz Por estos y por todos los días celebramos la fiesta de no cumpleaños del reverendo Charles Lutwidge Dodgson, conocido en el mundo con el nombre de Lewis Carroll. Hace poco lo festejamos para homenajear a Leonora Carrington, una de las mejores alumnas del reverendo que fue profesor de matemáticas en Christ Church de Oxford. Nos acompañaron algunos de los personajes del país de las maravillas, corrimos con el conejo que siempre está apresurado, fumamos en la pipa de agua de la oruga, tomamos medias tazas de té con el sombrerero loco y, con la caprichuda Reina de Corazones, jugamos croquet usando flamencos como mazos. Salimos huyendo ante el peligro de que Su Majestad ordenara que nos cortaran la cabeza. Esta simpática circunstancia nos hizo recordar algunos de los incontables estudios y ensayos que se han escrito para interpretar, glosar o, simplemente, gozar los temas de Carroll y las muchas posibles lecturas que tienen sus obras. Tal vez, el ensayo de W. H. Auden: ``El actual país de las maravillas necesita a Alicia'', así como los esbozos biográficos escritos por Walter de la Mare y Virginia Woolf, sean los más sugerentes, pero también son muy reveladoras las aproximaciones al tema hechas desde las perspectivas freudiana y junguiana. Alicia es un personaje emblemático de la era victoriana. La sensatez, el respeto a las vidas privadas, la moral puritana, las buenas maneras, los actos de beneficencia, el miedo a las palabras y el ocultamiento de las realidades de la vida, la carne y la muerteÉ fueron algunos de los rasgos distintivos de una cosmovisión dictada por el Estado y la Iglesia representados por una reina bajita, regordeta, cubierta con su cofia y convencida de la superioridad moral de su imperio. Las cortesías implícitas en una taza de té y los suplicios aplicados a los súbditos indios, africanos, caribeños y aborígenes de Oceanía, son las dos caras de la moneda victoriana que legó a sus ex colonias la disciplina, la honestidad radical y la seriedad del civil service y les dejó abiertas las heridas hechas por el racismo y por la prepotencia imperialista. Alicia representa el conjunto de pequeñas virtudes que forman el rostro de la vida civilizada y, por lo mismo, acorde con las pautas culturales del tiempo histórico regido por Victoria y sus hábiles, eficientes y crueles primeros ministros. Dice Auden que la heroína infantil es ``invariablemente razonable, controlada y cortés mientras que los otros habitantes, humanos o irracionales, del país de las maravillas y del que está del otro lado del espejo, son excéntricos y antisociales; se dejan llevar por sus compulsiones y son sumamente mal educados. Así actúan la Reina de Corazones, la Duquesa, el Sombrerero y Humpty Dumpty, mientras que la Reina Blanca y el Caballero Blanco resultan grotescamente incompetentes''. Las obras de Carroll conservan su gracia original y, conforme pasa el tiempo, amplían sus significados y muestran nuevas facetas que, en su momento, pasaron inadvertidas. Auden (siempre Auden) nos dice que uno de los personajes principales de las novelas de Carroll es ``el idioma inglés''. Alicia, antes de llegar al país de las maravillas y antes de pasar al otro lado del espejo, ``pensaba que las palabras eran objetos pasivos, y, de repente, descubre que poseen una vida y una voluntad propias'', una variedad infinita tanto de significados como de disfraces. Una última consideración de Auden nos deja un amplio repertorio de hipótesis sobre la heroína infantil. ``¿Es Alicia el símbolo de lo que todo ser humano debe tratar de ser?'', pregunta el poeta y, después de pensar arduamente, llega a la conclusión de que así es. ``Una niña de once años (o un niño de doce) educada en un sólido hogar que combina la disciplina con el amor y en el cual el hábito de pensar es tomado en serio, pero nunca con solemnidad, puede ser una criatura notable.'' Se trata de un producto refinadísimo que ostenta las virtudes de la sociedad burguesa y que todavía no incurre en sus prejuicios, sus estereotipos mentales, su avidez por el dinero y la implacable actitud del propietario. Alicia controla sus pulsiones, tiene una firme identidad y combina los valores de la lógica con los lujos de la imaginación. Perderá todo esto, dice Auden, ``en el Sturm und drang de la adolescencia y cuando llegue al mundo de los adultos con su ansiedad por el dinero y el status''. Otra manifestación carrolliana viene a completar los festejos del no cumpleaños: la versión teatral de Manuel Núñez Nava que lleva el acertado título de Alicia subterránea. Dirige su puesta en escena, en La Casa de la Paz, uno de nuestros mejores hombres de teatro, Eduardo Ruiz Saviñón que es, además, un iluminador talentoso y preciso. Elena de Haro hace una Alicia estrambótica y, a la vez, razonable; Adrián Joskowicz compone con buen pulso los personajes de Carroll, el conejo, la oruga y el sombrerero, y Alejandro Carrejo se metamorfosea en ratón, gato, liebre de marzo e iracunda Reina de Corazones. Dice Vicente Quirarte, estudioso de los vampiros y de todo lo maravilloso, que la historia que nos cuentan Manuel, Eduardo, Elena, Adrián, Alejandro y los técnicos de La Casa de la Paz, ``es la que todos sabemos, pero al mismo tiempo es otra''. Así debe ser -y no ser- este hermosamente serio juego de Alicia y sus deuteragonistas. Al final, flotando en el aire de la atardecida, queda la sonrisa del gato de Cheshire que hace unos días brilló en La Casa del Poeta y que se enciende una vez por semana en La Casa de la Paz. Hugo Gutiérrez Vega
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Escriba (una crónica de viaje) ahora, viaje (con un premio) después. Abrumada por las huelgas, el diálogo de sordos, la furia de funcionarios (¿será porque se quedarían sin prebendas?), acelere de chavos (¿será porque tendrían que volver a clases?) y, como broche de oro, destapes ``democráticos'', esta columna se congratula de tener buenas noticias para sus lectore(a)s. Usted, bibliófilo(a) buscador(a) de novedades editoriales, no debe desconocer que Ediciones B tiene una colección -Biblioteca Grandes Viajeros-, donde reúne títulos clásicos y modernos de la literatura de viajes; que igual alberga las crónicas fabulosas de Marco Polo que las amargas confesiones de Lawrence de Arabia. Bueno, pues debe usted saber que ayer sábado, en la Feria Metropolitana del Libro, se dio a conocer el Premio Grandes Viajeros 1999, convocado por Ediciones B e Iberia. ``De entre los manuscritos recibidos -dice la convocatoria- se premiará aquella obra que se destaque en este género por su originalidad y amenidad, por su interés como testimonio personal y por su contribución al conocimiento de las culturas y los pueblos.'' Según las bases del concurso, la obra debe ser en lengua española, original e inédita; extensión mínima de 140 cuartillas a doble espacio y por una sola cara; seudónimo, sobre anexo con nombre y etcétera. El premio está dotado con cinco millones de pesetas (300 mil del águila) en efectivo, más una vuelta al mundo o su equivalente en pasajes aéreos de Iberia para cualquiera de sus destinos por un valor máximo de dos millones de pesetas (120 mil varos nacionales). El plazo de admisión de originales cerrará el 15 de junio del presente año y el fallo se dará a conocer el 22 de septiembre del mismo. Los jurados serán, entre otros, lo(a)s escritore(a)s Rosa Montero, Luis Sepúlveda y Martha Cerda. Así que ya sabe, si tiene usted guardado en el cajón un libro de viajes o está trabajando unas memorias de errancia, apúrese a terminarlo y envíelo. El premio del año anterior fue ganado por un autor español, que escribió su recorrido por China en bicicleta. Es más, de hecho, todos los premios anteriores han sido otorgados a escritores peninsulares. Por ello, esperamos que este premio caiga ahora en Latinoamérica, aunque para como están las cosas económicas en México, supongo que (con todo respeto) sólo Brianda Domecq o Laura Esquivel podrían viajar a un lugar más exótico que Chiconcuac. Por mi parte, prometo enviar la crónica de mi último (eso espero) viaje (ida y vuelta) a Las Arboledas por el Periférico. Esa sí que es una experiencia. Item más. Y hablando de editoriales, de una vez les aviso a los maestros, sobre todo de educación básica y preparatoria, urbanos y comunitarios, que la Editorial Ediciones Novedades Educativas de México, que tiene 20 años de experiencia en Argentina abasteciendo productos de actualización y capacitación docente y promoviendo el desarrollo de proyectos institucionales autónomos con perspectivas comunitarias reales, se ha instalado en México con capital gaucho y azteca. Su filosofía es la renovación pedagógica desde la escuela, y su estrategia es hacerlo a través de revistas y libros dedicados a la formación de los formadores. Si desea más información, puede usted llamar a los tels. 5550 9728 y 5550 9764 (fax) o escribir al e mail: [email protected]. La licenciada Virginia Krasniasky estará encantada de atenderlo(a). Sarajevo en México. Este es el título de una serie de actividades organizadas por el Instituto de Cultura de la Ciudad de México y el Centro de la Imagen, entre las que se encuentra la presencia del famoso Trío Sarajevo, formado por dos individuos que se dedican a una sola cosa: el diseño gráfico. Dallda y Bojan Hadzlhallovic trabajaban con éxito en marketing y publicidad antes del bombardeo inmisericorde de los serbios sobre Bosnia-Herzegovina. Pudiendo abandonar la ciudad, decidieron quedarse y llevar a cabo su proyecto más importante: Greetings from Sarajevo, una serie de 36 carteles hechos a mano, que se convirtieron en postales. Mediante el collage y el pastiche de los iconos publicitarios más famosos del mundo, se dedicaron a dejar constancia de que, pese a todo, Sarajevo estaba vivo y ejercía libremente su sentido del humor. La exhibición de 50 carteles del Trío, más la muestra Fotografía de guerra, de Zoran Filipovic, pueden verse en el Centro de la Imagen (Plaza de la Ciudadela 2, Col. Centro), del 20 de mayo al 28 de junio. También habrá una conferencia, el miércoles 26 a las 20 hrs., donde participan el Trío Sarajevo, Dana Rotberg, Zoran Filipovic, Liliana Arsovska y Miguel García Reyes. Carlos García-Tort
Un ejemplo
Si cada filosofía tiene un ámbito que le es propio -por ejemplo, a Aristóteles lo imaginamos discurriendo plácidamente con sus discípulos por el jardín de Academo-, entonces el ámbito de la filosofía de Sartre es el café parisino. ``Quiero hacer una filosofía de cosas y situaciones'', externó alguna vez señalando tazas, azucarera, ceniceros y contertulios de café. El café, es decir, un sitio público con mesas en las banquetas, produce una filosofía de la calle, cuyo tema son las preocupaciones ordinarias de la gente que la transita. Filosofía ruidosa, no sosegada de maestros y alumnos, sino de amigos que discuten en un café. Porque para Sartre no había temas pequeños o banales y nada era indigno de reflexión. Para él, todo, no sólo podía, sino debía ser comprendido. Y comprender incluía juzgar moralmente. Sartre es el último de los grandes moralistas franceses. Para alcanzar este empeño omnicomprensivo creó un aparato conceptual, apropiado y fascinante. Cuando era joven caí en el hechizo, o under the spell, como también se dice, del aparato conceptual sartriano. Lo aprendí y usé con fervor y credulidad. Fue entonces cuando leí a Simone de Beauvoir. Al principio, no quiero ocultarlo, para oír qué tenía que decir a Sartre, su compañero. Pero muy pronto, leyendo los volúmenes de sus memorias, comencé a interesarme en ella. No a enamorarme, porque me parecía demasiado aseverativa, contundente y fría, un ojo que no ama sino que taladra y juzga. Es decir, ese afán de entenderlo y juzgarlo todo que me subyugaba y atraía en Sartre, me repelía en Simone. ¿Por qué? Pronto la propia Simone me dio una respuesta. Eso fue cuando leí su tratado, hoy clásico, entonces desconocido, El segundo sexo. -¿Un libro sobre las mujeres?, ¿para qué lees eso? -me preguntó extrañado un condiscípulo de filosofía. -Es de Simone de Beauvoir -me limité a responder. Es decir, que ni para él ni para mí ``las mujeres'', la condición de las mujeres, era tema digno de reflexión o fantasía. Ya no digamos para meditar sobre la justicia y la injusticia. Tan ciegos estábamos. Porque no percibíamos que el libro aquel era dinamita pura ni que la rebelión feminista, de tan vastas consecuencias, estaba a punto de estallar. Ese movimiento del que se ha dicho ahora que es el que define, y el más grande logro en la cultura social de nuestro siglo. Y mi amigo y yo no veíamos nada. No me extraña: con frecuencia, la evidencia histórica está frente a nuestras narices y no la vemos. Pero ¿por qué? Ofrezco una respuesta: la desigualdad entre hombres y mujeres no la veíamos justamente porque estaba frente a nosotros. Es decir, porque era un supuesto, y nada es más difícil de percibir que las cosas que están supuestas. Y ese supuesto decía simplemente esto: que la mujer era divina, santa, maligna, deseable, infantil, horrenda o lo que tú quieras, pero de ninguna manera igual al hombre, eso sí que no. Este era el supuesto que aceptábamos todos, hombres y mujeres. Y aquí, ``igual'' debe entenderse sólo como ``sujeto de los mismos derechos y obligaciones, y dotada de las mismas capacidades y las mismas habilidades'', ni más ni menos. En esa insólita idea estaba guardada la dinamita que iba a hacer explosión. Ahora bien, si elucidamos la noción de ``inteligencia'' diciendo que es ``la capacidad de hacer explícitos los supuestos de la comprensión y las acciones'', entonces el libro de Simone era en extremo inteligente. Y no sólo inteligente, sino muy revelador. ¿De qué? De lo siguiente: todos habíamos visto cómo apreciaba e identificaba el varón a la mujer; lo habíamos visto una y otra vez, en el arte, la literatura, por todos lados y ad nauseam. La mujer era objeto de todos esos trabajos y dilucidaciones. Lo que no habíamos visto -yo cuando menos antes de leer ese libro- era cómo se percibe la mujer a sí misma. Y la revelación de que hablo era esa: la versión femenina de la mujer. La mujer no como objeto, sino como sujeto activo. Y claro, era extraña, diferente por entero de la versión masculina, mucho menos distorsionada. Y así fue como empezó a entenderse que la versión masculina respondía a una ideología, y a identificarse ésta como sexista o machista, es decir, como forma de dominación encubierta. Por ejemplo, se concebía a la mujer como ``pura y virginal'' no porque lo fuera, que nunca lo fue, sino para impedir que se manchara actuando, esto es, que actuara, simplemente, en el mundo, para relegarla y nulificar así a un competidor potencial. La revelación incluía, pues, que la versión masculina de la mujer escondía estrategias de dominación masculina. Nuevos temas surgían; el hombre rara vez hablaba de la menopausia o la menstruación (y como el varón no hablaba de eso, no hablaba nadie, porque él era la única voz). O simplemente ¿cómo ve la mujer la cocina, la maternidad, las labores de hogar, el lesbianismo o la prostitución? Así, no es exagerado afirmar que un lector atento del libro de Simone sentía que se le abría ahí un mundo nuevo, inédito y hasta entonces desconocido. Y así, yo también, siendo varón, abracé la herejía feminista y me hice secuaz activo del movimiento. Y entonces pude ver a Simone con otros ojos. Y dejaron de repelerme su apetito indagador y su frialdad intelectual. ¿Por qué no? Una mujer también tiene derecho a ser así, y no hay nada de raro en eso. Pero ya no tuve tiempo de llegar a más, a caer en enamoramientos, por ejemplo, porque fue justamente entonces cuando empecé a sentir desencanto por el aparato conceptual sartriano. Porque me apasioné por la lógica y la filosofía del lenguaje ordinario, en aquel entonces en la cresta de la ola filosófica. Mi generación fue la primera, en México, que se apartó con energía de la esfera de influencia francesa, vigente hasta entonces, para caer en el hechizo de la filosofía anglosajona (filosofía que habría de imperar en la segunda mitad del siglo XX en todo el globo). Sin embargo, no por eso aflojó en mí la convicción feminista, que más bien se ha robustecido con el tiempo. Pasada la tormenta existencialista, podemos decir que quizá el libro más sólido y de influencia más duradera que produjo es éste, curiosamente no de Sartre, sino de su compañera, Simone; libro al que hoy, con justicia, hemos recordado aquí.
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