La Jornada Semanal, 23 de mayo de 1999



Las fronteras de la historia

Enrique Florescano

Los ritos más antiguos sobre la creación del cosmos y el principio de los reinos

Mucho tiempo antes de que en Mesoamérica el cosmos apareciera dibujado en imágenes plásticas, fue representado en los ritos. En los albores de la humanidad los ritos formalizaron y definieron las relaciones de los seres humanos con el mundo sobrenatural y con sus semejantes. El portento cotidiano de la aparición de los astros, el maravilloso retorno anual de las estaciones, la manifestación sorpresiva de los fenómenos naturales (el relámpago, la lluvia, el viento), las cambiantes fases de la vida humana (nacimiento, matrimonio, muerte), y los acontecimientos que le dieron cohesión al grupo (el culto a los ancestros, las fiestas de la caza y la recolección de frutos, el nacimiento de las plantas cultivadas), fueron primero interpretados y sacralizados a través de los ritos. En esos tiempos remotos, el rito fue el medio privilegiado para registrar en la memoria del grupo los acontecimientos que sustentaban la vida colectiva.

Anterior en muchos siglos a la escritura, el rito se transmitió por la vía oral y por medio de la fiesta misma que hacía de la danza, la música, la escenografía y la participación colectiva un acto indisociable. Los tres ejes sobre los que se asentó la memoria antigua (las acciones humanas, el transcurrir temporal y el espacio), tuvieron una de sus primeras manifestaciones teatralizadas en el rito. En sus inicios, los ritos de los cazadores y recolectores se celebraban siguiendo el ritmo natural de las estaciones o de la vida humana, sin exigencias sobre los lugares de su realización, los actores o los modos de ejecutar el rito. Pero cuando se instituyeron los primeros reinos, las actividades humanas fueron sometidas a la servidumbre del calendario, un código que de manera rígida fijaba la fecha, el lugar y la forma de celebrar los antiguos ritos. Según dice Georges Dumézil, en esas sociedades quien aspirara a triunfar, reinar o fundar algo nuevo, tenía por fuerza que ``apoderarse del tiempo, al mismo título que del espacio''.

Como ocurrió con los antiguos calendarios de Europa y Asia, el calendario mesoamericano unificó las ceremonias que celebraban los acontecimientos fundadores del reino con el ciclo de labores rutinarias que aseguraban la sobrevivencia colectiva. Trabajo colectivo, fiesta comunitaria y celebraciones políticas se integraron en el calendario de festividades anuales. En contraste con otros estudios, aquí considero el calendario como un instrumento dedicado a grabar en la memoria colectiva los ritos indispensables para preservar la existencia del grupo. Un ejemplo de lo que quiero decir lo ofrece el testimonio de uno de los primeros cronistas europeos que describe las fiestas dedicadas al cultivo de las plantas entre los antiguos mexicanos.

Dice fray Diego Durán en su Historia de las Indias que las figuras y fechas anotadas en el calendario sagrado les servían ``a estas naciones para saber los días en que habían de sembrar y coger, labrar y cultivar el maíz, desherbar, coger, ensilar, desgranar las mazorcas, sembrar el frijol, la chía, teniendo cuenta en tal mes, después de tal fiesta, en tal día y de tal y tal figura, todo con un orden y concierto supersticioso, que si el ají no se sembraba en tal día y las calabazas en tal día, y el maíz en tal día, etc., que en no guiándose por el orden y cuenta de estos días'', temían que se perdiera lo que habían sembrado con tanto esfuerzo. Por esa razón su calendario de fiestas, que estaba asociado con el año solar de 365 días, ponía énfasis en la celebración de los ritos agrarios. Según varios autores, los aztecas festejaban con fervor tres tipos de ceremonias: ``las dirigidas a las montañas y el agua para propiciar la lluvia; las dirigidas a la tierra, el sol y el maíz, para asegurar la fertilidad y cosechas abundantes; y las dirigidas a celebrar a los dioses patrones de los grupos y a los protectores de la comunidad''. El calendario hizo que estas fiestas se celebraran periódicamente y de modo colectivo, haciendo de cada fiesta un rito de identidad desbordada y participativa.

Los festivales más numerosos eran los dedicados a propiciar el cultivo del maíz. El primero, Huey Tozoztli, ocurría en lo alto de la estación seca y estaba centrado en la diosa Chicomecóatl, que tenía a su cargo consagrar las mazorcas secas para favorecer las siembras del año siguiente. El segundo festival, llamado Huey Tecuilhuitl, tenía lugar hacia la mitad de la estación de lluvias y se centraba en la diosa Xilonen, cuyo nombre provenía de Xilotl, pelos de elote, que era asimismo el nombre que se le daba a la primera mazorca dulce del maíz que aparecía en los sembradíos. En ese tiempo se le ofrecía a la imagen de Xilonen una ofrenda de los primeros frutos.

Ochpaniztli, el último de los festivales del maíz, estaba dedicado a las deidades de la tierra y celebraba la cosecha y el principio de la estación seca. Los episodios finales estaban marcados por el regreso de las sacerdotisas de Chicomecóatl, a quienes se recibía rociándolas con semillas de maíz y calabaza, mientras los asistentes pugnaban por hacerse de esas semillas, pues creían que su posesión ayudaría a la multiplicación de la próxima siembra.

El análisis de las fiestas inscritas en el calendario anual y de los dioses y cultos a los que estaban dedicadas, indicaÊque el calendario era un instrumento privilegiado para guardar la memoria colectiva. De las 18 ceremonias celebradas en el año, once estaban dedicadas a propiciar la lluvia y a rendirle culto a los dioses de la fertilidad. Estas ceremonias coincidían con el periodo crítico del ciclo agrícola, que iba de la época de la siembra al tiempo de la cosecha: 9 de las 13 ceremonias que tenían lugar entre febrero y octubre estaban dedicadas a propiciar el crecimiento de las plantas alimenticias.

Si se examinan más de cerca estas ceremonias se advierte que cada una tenía fechas, ritos, símbolos y actores propios, aunque compartían rasgos comunes. La mayoría era precedida por un periodo de abstinencia. Casi todas concluían con el sacrificio de víctimas dedicadas a los dioses, aun cuando las formas del sacrificio variaban de acuerdo con el rango de las deidades. El sacrificio típico a los númenes de la lluvia era la decapitación y la ofrenda del cadáver a una cueva en el interior de la tierra. La mayor parte de estas ceremonias ocurría entre la puesta del sol y el amanecer, y los sacrificios se hacían a la medianoche.

1a. de 3 partes. Este escrito forma parte del libro
Memoria indígena, de próxima aparición.