DEL TABACO Y OTRAS ADICCIONES
Con motivo del Día Mundial sin Fumar, la Secretaría de Salud dio a conocer cifras alarmantes que dan cuenta de las dimensiones del tabaquismo en tanto que problema de salud pública en el país: 114 muertos diarios por padecimientos vinculados a esa adicción, la cual afecta a uno de cada cuatro mexicanos de entre 12 y 65 años, 10.5 millones de niños y jóvenes con riesgo de padecer cáncer de pulmón e infarto al miocardio, 14 millones de mujeres que, también, enfrentan el peligro de enfermedades ginecológicas y problemas obstétricos, además de 34 millones de fumadores pasivos, es decir, quienes, sin ser fumadores, están expuestos en su entorno familiar, laboral o social al humo del tabaco de quienes sí lo son.
Tales datos indican, sin lugar a dudas, que el tabaquismo es uno de los principales, si no el principal, de los desafíos para la salud pública en el país. Para enfrentar este problema se requiere, en primer lugar, que todos los sectores de la sociedad cobren plena conciencia de él. Asimismo, se necesita el compromiso y la participación activa de las instancias del sector público, la iniciativa privada, las organizaciones sociales y los ciudadanos individuales para impedir que los porcentajes actuales de la adicción se mantengan o se incrementen entre las generaciones de jóvenes y de niños, que son los segmentos poblacionales que mayores riesgos enfrentan.
En otro sentido, la realidad descrita por la Secretaría de Salud nos coloca ante una de las más graves fallas de la coherencia y la honestidad en las sociedades de nuestro tiempo: por una parte, se otorga licitud a la producción y el comercio de sustancias altamente adictivas y peligrosas como el tabaco y el alcohol, y se permite, incluso, la realización de intensas, machaconas y permanentes campañas publicitarias que incitan a la población a consumir cigarrillos y bebidas alcohólicas; por la otra, se combate la fabricación, el trasiego y la venta de compuestos arbitrariamente declarados ilegales a pesar de que algunos de ellos sean menos nocivos que el alcohol y el tabaco, y se declaran guerras contra las drogas que no sólo no logran erradicar el consumo de enervantes ni disminuir el problema de salud pública que esto significa, sino que además terminan revirtiéndose contra la sociedad y contra el propio Estado. Más que el uso de estupefacientes ilegales, es su prohibición y su persecución lo que está dejando en nuestras naciones un saldo intolerable de violencia, muerte, distorsiones económicas y sociales y una corrupción sin precedentes en el ámbito de los gobiernos y de las estructuras políticas.
En la medida en que nuestros países sean capaces de conciliar su propio comportamiento esquizofrénico e hipócrita ante el problema de las adicciones, en el cual se inscriben por igual el tabaquismo, el alcoholismo y las dependencias a drogas ilegales, estarán en mejores condiciones para comprenderlo y solucionarlo en todas sus expresiones.